Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Ya llegó el invierno y hay problemas energéticos

Europa y Estados Unidos no son ajenos a una situación agravada en condiciones de rebrote de la pandemia de COVID-19

Autor:

Juana Carrasco Martín

La pandemia de COVID-19 es mucho más que una emergencia de salud para el mundo, el nuevo coronavirus no solo trajo muerte y dolor, también ha puesto a todas las sociedades del planeta en crisis económica, y los expertos señalan tres afectaciones principales: directamente a la producción, ha trastornado la cadena de suministros y el mercado y, consecuentemente, impactó en las empresas y los mercados financieros.

Por supuesto, los más desfavorecidos ante esa amenaza a la estabilidad del orbe son las economías más frágiles, es decir, la de los países subdesarrollados o en desarrollo. En lenguaje directo, los más pobres, los de economías de sobrevivencia.

Pero la gravedad y emergencia de la actual situación mundial apunta también a otros y un elemento asoma amenazante, con mayor intensidad desde octubre: la falta de suministro de petróleo, otra derivación sustancial de la pandemia del SARS-CoV2, la profundización de la brecha socioeconómica en esta Tierra de todos, pero de la que se han adueñado unos pocos.

Naciones Unidas, preocupada, emitió un informe llamado La situación y perspectivas de la economía mundial, en el cual anotaba que en 2020 la economía mundial se hundió un 4,3 por ciento, 2,5 veces más que durante la crisis mundial de 2008, y aunque preveían una «humilde recuperación» para 2021, tras la pandemia, las señales no parecen ser halagüeñas.

Ya se hablaba de un cuarto o quinto rebrote de la enfermedad, incluso en países con altas tasas de vacunación, lo que aleja la posibilidad de una rápida recuperación económica, y todos se estremecen con una nueva variante, Ómicron, detectada y revelada por Sudáfrica a finales de noviembre pasado, se extendió por países africanos, un continente donde apenas el siete por ciento de la población está vacunada frente al  40 por ciento del resto del mundo, y en menos de un mes se encontró en más de 90 países. En Estados Unidos en una semana la tasa de la cepa Ómicron se multiplicó por seis, rebasando a la variante Delta, se convirtió en la cepa dominante y hasta el 18 de diciembre era ya la responsable del 73,25 por ciento de los nuevos casos de COVID-19, más de 650 000 personas contagiadas en la semana pasada.

En medio de esta situación, el presidente de Estados Unidos, Joseph Biden, anunció un plan para que el Departamento de Energía liberara 50 millones de barriles de petróleo de la Reserva Estratégica de Petróleo (SPR), en coordinación con otros países, como parte de los esfuerzos para reducir los altos precios de la gasolina que enfrentan los consumidores estadounidenses.

Según las informaciones, los países consumidores de energía involucrados en el esfuerzo coordinado para liberar reservas de petróleo crudo incluían a China, India, Japón, Corea del Sur y el Reino Unido.

La Casa Blanca dijo que la medida de Biden es un reflejo de su compromiso de «hacer todo lo que esté a su alcance para reducir los costos para el pueblo estadounidense y continuar nuestra fuerte recuperación económica». Pero no parece convencer a muchos, pues una encuesta de Rasmussen divulgada el día 20, revela que solo el 31  por ciento de los votantes demócratas considera que el presidente representa sus puntos de vista políticos.

El problema energético también se ha  multiplicado como la pandemia. Al comenzar diciembre, un profesor de la Universidad de South-Eastern de Noruega, Glenn Diesen, publicaba en Russia Today que «con la caída de las temperaturas y el aumento de los precios de la gasolina, gran parte de Europa está a la deriva en una tormenta perfecta», y enumeraba la escasez de suministro, la inflación, las políticas verdes y la oposición ideológica contra Rusia como los factores que están creando una crisis energética.

Este último factor se  intensifica y aumenta las tensiones en las fronteras europeas de la OTAN con  Rusia, que va acompañado de una tendencia a helar las relaciones con el Kremlin  —y también con China—, bajo el liderazgo de Biden, quien pretende dividir al mundo en dos polos antagónicos semejantes a la situación de desconfianza, intolerancia política y peligro permanente de guerra que caracterizó a la etapa de la Guerra Fría.

El problema subyacente es que el gas natural representa el 24 por ciento del consumo energético de la Unión Europea y el 40 por ciento del gas se importa de Rusia. Al mismo tiempo se estima que para fecha tan próxima como el 2030 la UE importará 70-80 por ciento de su energía y el 60 por ciento les llegará desde esa Rusia que están ahora mismo acosando.

De manera que no pocos analistas consideran que los cortes de energía, el retraso en la recuperación económica y las consecuencias políticas podrían tener ramificaciones en todo el Viejo Continente, por lo que a largo plazo el empeño estadounidense seguido por una Europa secuestrada y dispuesta a ceder terreno y ser cola de león, carcomerá la seguridad energética, serán menos competitivas sus industrias, y debilitará la cohesión europea —que tiene ya la fragilidad emanada del Brexit que cercenó al Reino Unido—, todo lo cual podría disminuir el papel de Europa en el mundo.

Cuando se avecinan las heladas, las climáticas, ya hay europeos sufriendo consecuencias a pesar que desde noviembre, el jefe del Comité Nacional de Energía de Rusia, Aleksey Gospodarev, declaró a RT: «Nadie se congelará», y explicó: «Habrá tanto gas como sea necesario. Como (el presidente ruso Vladimir Putin) enfatizó una vez más, nunca hemos negado el gas a nadie», «nunca ha sucedido en la historia» que Rusia haya usado el gas como palanca política contra sus oponentes, aunque en la campaña contra Moscú se agita ese fantasma.

En su conferencia anual con la prensa, el jueves 23, Putin abordó también la crisis gasífera europea y rechazó nuevamente las acusaciones emanadas en Washington y en medios de comunicación de que están ahogando deliberadamente los suministros para presionar que la UE no bloquee el gasoducto Nord Stream 2 respaldado por Moscú y que espera por la certificación de los reguladores alemanes. «Por supuesto, no es cierto. Están mintiendo todo el tiempo», subrayó. «Gazprom está entregando el volumen [de gas] solicitado por sus socios en su totalidad, de acuerdo con los contratos existentes», al  tiempo que recordó que no eran los únicos suministradores, pero probablemente «el único que había incrementado los envíos».

Se avecinan heladas y el Periódico de la Energía comentaba en el otoño que mientras los ciudadanos y las empresas en Europa, llevan meses viendo cómo se baten récord tras récord en el mercado eléctrico, «los políticos no actuaban» y se rompió la barrera de los 200 €/MWh. Ese precio ya está superado y las subidas son hasta diarias. «Recen lo que sepan», decía el diario.

El 21 de diciembre, en referencia a la situación en España y Portugal, esa publicación titulaba: La luz pulveriza todos los registros y se dispara a 360 euros/MWh, nuevo máximo histórico.

Resulta que el precio medio de la electricidad en el mercado mayorista se disparó hasta los 360,02 euros el megavatio hora (MWh), frente a los 339,84 euros que marcó en su último récord histórico, el lunes 20, multiplicando por casi ocho los registros de hace un año, según los datos publicados por el Operador del Mercado Ibérico de Energía (OMIE) y citados por Europa Press.

BBC decía en septiembre pasado que analistas y organizaciones advertían que, de prolongarse la crisis,  «Europa podría enfrentarse a un duro invierno, con posibles apagones de electricidad, cierre provisional de fábricas y más subida de precios. Un riesgo extra de muertes por frío y un lastre para la recuperación económica tras el varapalo de la pandemia».

La crisis no solo se ha prolongado, se ha profundizado y, por supuesto, no son solo los países ibéricos los afectados. Los ciudadanos de Italia, Francia y Polonia se enfrentan ahora a facturas energéticas nunca vistas que se suman a los problemas económicos causados por la pandemia, y con ello aumenta el descontento popular en la región, no ajena a otros impactos.

Ya en octubre pasado, el Fondo Monetario Internacional advertía de los crecientes riesgos para la economía mundial, incluida la de Estados Unidos, para el que recortaba su previsión de crecimiento, y que al igual que en otras naciones se reflejaran las interrupciones en las cadenas de suministro y el debilitamiento del consumo. Ese mal augurio era similar al hecho por Goldmand Sachs, que se refería al debilitamiento del gasto de los consumidores y la decisión  gubernamental de finalizar los programas de ayuda por la COVID-19.

La complicación y hasta paralización de la cadena de suministros a nivel global merece su análisis aparte.

Por lo pronto, no hay que ser un experto o un gurú de los problemas  energéticos del mundo para predecir un invierno muy crudo, más aún en medio del rebrote de la pandemia de COVID-19. El año 2022 no viene con muy buena cara.

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