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Tercerización: otra cara de la guerra sucia contra Venezuela

Dos décadas de golpes y contragolpes tienen escenario, de nuevo, en la frontera. Otro 11 de abril que busca su 13

Autor:

Marina Menéndez Quintero

Tan temprano como el 11 de abril de 2002, la V República en Venezuela sufrió su primera agresión feroz. Apenas tres años después de la llegada de Hugo Chávez al Palacio de Miraflores, su secuestro, seguido de la usurpación del poder por Pedro Carmona Estanga y su falso juramento, fueron el centro de un golpe que se acabaría consumando en los grandes medios.

Hasta 48 horas después, cuando los de abajo que vivían arriba bajaron como mares de los cerros mientras los militares leales, que eran la mayoría, se hicieron de los principales cuarteles. Poco después el líder de masas era devuelto a la Presidencia.

Han transcurrido casi 20 años y desde entonces el intento golpista no cesó. Pero los bolivarianos se han entrenado en revertir cada estocada, pues convirtieron en una máxima que «todo 11 de abril tiene su 13».

Vinieron luego el paro petrolero, los intentos de revoluciones de colores involucrando a los universitarios de «la high» en manifestaciones que por eso fueron bautizadas de «las manitas blancas»; las guarimbas, la amenaza de las siete bases militares de EE. UU. en Colombia y, considerando la muerte de Chávez el momento oportuno, la intensificación de las maniobras desde 2013 para declarar a Venezuela un Estado fallido.

Con el auxilio de la empresa privada derechista, la crisis interna se hizo estallar entonces con el desabastecimiento…

En agosto de 2015, el decreto de Barack Obama que consideró a Venezuela «una amenaza» para la seguridad nacional de Estados Unidos, puso piso a la guerra económica y la consolidó, no solo cercenando las posibilidades comerciales y financieras; también ha desmantelado la eficacia de la industria petrolera al inhibirle insumos para su actualización y mantenimiento tecnológico, al tiempo que se congelan o roban los activos venezolanos en el exterior.

Ese ha sido el frente principal y más continuado de la agresión escrita en los manuales de guerra de cuarta generación de EE. UU., de la mano de una constante embestida diplomática que busca el aislamiento, el desconocimiento de la institucionalidad venezolana y la justificación de sanciones que se apoyan en la mentira y la satanización.

Para ello el agresor se ha valido, adentro, de una derecha que no ha dejado de promover la injerencia y la intervención y, afuera, de los subalternos que Washington siempre halla.

Así, la guerra multidimensional y sin intervención militar directa —al menos, sin ella hasta ahora— ha querido provocar una implosión «por las buenas», aderezada por conatos que han pretendido derrocar al Gobierno «por las malas».

Esos capítulos van desde las escenas violentas que llegaron a mostrar chavistas incendiados vivos a mediados de 2017, pasando por la autoproclamación del «presidente interino» Juan Guaidó y su show de la frontera, mediante la excusa intervencionista de la falsa ayuda humanitaria, hasta la frustrada penetración mercenaria del año pasado conocida como Operación Gedeón. Sin olvidar el intento fallido de magnicidio para deshacerse de Nicolás Maduro.

Mientras se mantiene la presión económica para tener siempre la caldera como si fuera a estallar, la agresión de turno ha vuelto a ser ubicada en la frontera.

Narcotráfico y guerra civil

Dos soldados de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB) muertos por el estallido de una mina constituyeron el primer saldo fatal que lamentar de las incursiones de grupos armados irregulares procedentes de Colombia en la línea de demarcación durante las últimas semanas, lo que ha provocado el pedido de ayuda de Caracas a la ONU para que lo auxilie en el desminado de ese territorio.

Denuncias de la Presidencia, la Cancillería y la Asamblea Nacional venezolanas han aseverado que existe una postura cómplice de dejar hacer por parte del presidente de Colombia, Iván Duque, en contubernio con agencias de seguridad estadounidenses, para que esas agrupaciones consuman el propósito de desestabilizar desde allí a toda Venezuela, mediante la extensión de un narcotráfico que no tiene redes en la nación bolivariana.

Las explicaciones llegaron de manera «más técnica» a inicios de esta semana por el general en jefe de la FANB, Vladimir Padrino López, quien aseguró en conferencia de prensa que la estrategia es tercerizar el conflicto mediante las bandas criminales: grupos armados de narcotraficantes que incursionan para realizar sus operaciones logísticas y alimentar el tráfico ilícito, hasta el fin último de provocar una guerra civil.

Sería trágico que la provocación enfrentase a las fuerzas armadas de ambas naciones. O, como también se ha denunciado, que la inestabilidad «penetre» hasta derrocar al Gobierno bolivariano.

En cualquier caso, debe recordarse que precisamente en abril del año pasado, las autoridades en el poder en Estados Unidos acusaron al mismísimo Presidente de Venezuela de «narcoterrorismo» y emitieron orden de captura contra él.

Sin embargo, han sido los agresores de la nación venezolana quienes se han valido de organizaciones narcoparamilitares colombianas para consumar sus planes.

Baste recordar la explícita foto que se tomó Guaidó con líderes del grupo paramilitar colombiano Los Rastrojos cuando la puesta en escena de la presunta ayuda humanitaria en la frontera con Colombia, y las revelaciones —confesiones de los implicados por medio— acerca de que la fracasada Operación Gedeón se llevó a cabo usando a miembros de esas bandas.

Según Maduro, para ello se contó, incluso, con el respaldo del propio Departamento Antidrogas de Estados Unidos (DEA). 

La violencia armada tercerizada como vía para la guerra no convencional de casi dos décadas contra Venezuela ha sido denunciada insistentemente desde el año pasado, cuando los planes de asesinar o secuestrar a Maduro y la alta dirigencia bolivariana fueron dados a conocer, sin tapujos, por los funcionarios que acompañaban al entonces jefe de la Casa Blanca, después de su irrespetuosa y falaz acusación contra el Jefe de Estado venezolano.

Según los observadores del sitio web Misión Verdad, ahora el fomento de un supuesto conflicto fronterizo consiste, en realidad, «en la construcción de un frente bélico para comprometer toda la seguridad nacional y la estabilidad» de Venezuela.

Cargado de desafíos llega abril, otra vez, al proceso bolivariano.

La Operación Escudo Bolivariano 2021 enfrenta a los denunciados actores difusos que se mueven en la frontera, y entre los que también se mencionan carteles mexicanos. Foto: Prensa Latina

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