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Trump aún nada en las procelosas aguas del republicanismo

El resultado final del segundo impeachment al exmandatario sigue marcando posiciones en el ámbito político estadounidense al ser declarado «inocente». Ya amenazó que vuelve en 2024

Autor:

Juana Carrasco Martín

NO pocos analistas consideran que el Partido Republicano está haciendo aguas y que hasta podría acompañar al Titanic en el fondo del océano. El iceberg con que chocó el GOP (Gran Old Party-Viejo Gran Partido, como se le conoce) es nada menos que el expresidente Donald Trump, quien en la política estadounidense pareciera que solo mostró la cresta naranja durante cuatro años, cuando en realidad tiene todo el cuerpo metido en las aguas procelosas de la membresía republicana.

El segundo juicio de impeachment —que inició el martes y concluyó como se esperaba, con su absolución, porque no se alcanzaron los 67 votos necesarios para su condena en el Senado—, está demostrando también el quiebre de las filas republicanas y, al mismo tiempo, el poder  efectivo del trumpismo que, con el asalto al Congreso por sus hordas, el 6 de enero, puso en entredicho e hizo tambalear a la «democracia» estadounidense.

 Con 57 por encontrarlo «culpable» y 43 en contra, el resultado mostró que siete senadores del GOP votaron por su condena: Richard Burr-Carolina del Norte, Bill Cassidy-Louisiana, Susan Collins-Maine, Mitt Romney-Utah, Lisa Murkowski-Alaska, Pat Toomey-Pensilvania y Ben Sasse-Nebraska.

 Sin embargo, el quiebre republicano va de un extremo a otro y se impone una certeza, buena parte de su membresía cree en Trump y asume como verdad sus muchas mentiras, incluso esa de que le robaron la presidencia (tres de cada cuatro dice en las encuestas que esto fue lo sucedido), de manera que el conservadurismo que caracterizó a ese partido se ha ido corriendo hacia posiciones más extremas y fanáticas, de ahí que la xenofobia y el autoritarismo puesto en práctica  durante su administración reflejó un sentir extendido también en un segmento importante de la sociedad.

 No olvidemos que 74 millones de estadounidenses votaron por Trump en noviembre pasado, y 45 por ciento han apoyado los incidentes del Capitolio.

 El analista Robert Reich comentó al respecto que «Trump pasó los últimos cuatro años seduciendo a los votantes en su mundo, convirtiendo al GOP de un partido político en una grotesca proyección de su narcisismo patológico».

Pero, al mismo tiempo, el centrismo de derecha que pudiera permanecer entre los republicanos sufrió un impacto contundente el 6 de enero, y según The New York Times, unos 140 000 de sus votantes iniciaron un proceso de cambio de afiliación partidista en 25 estados —donde el diario pudo encontrar ese registro—, como ocurrió en California, Pensilvania y hasta en Arizona.

 La situación se mostró también en las posiciones antípodas de dos políticas republicanas y la respuesta que cada una recibió de sus colegas legisladores, de uno y otro partido. Hablamos de Marjorie Taylor Greene y de Liz Cheney.

Greene, representante republicana de Georgia, recién elegida en noviembre pasado, cuya posición extremista es evidente en las redes sociales al promover teorías y conspiraciones del movimiento extremista QAnon, uno de los grupos violentos que tomaron el Capitolio de Washington.

Este fue uno de sus anuncios de campaña: armada con un fusil de asalto AR-15 advertía a los «terroristas de Antifa» que no pusieran «un maldito pie en el noroeste de Georgia» y, en otro, también con el fusil en ristre, junto a un collage de fotos de la representante demócrata Alexandria Ocasio-Cortez y otras congresistas jóvenes del llamado progresismo, la Greene afirmaba que era el momento de que «los cristianos conservadores fuertes pasen a la ofensiva contra estos socialistas que quieren romper nuestro país».

 Por cierto, desde su llegada al Congreso exhibe mascarillas protectoras con lemas como «Trump ganó», o «Paren el robo».

 La Cámara baja, de mayoría demócrata, tras el apoyo de Greene a la violenta irrupción en el Capitolio, aprobó una moción para apartarla de los Comités legislativos donde se sienta, a pesar de la resistencia y el voto desfavorable de la minoría republicana, la cual se ataba así a esta defensora a ultranza del trumpismo, aunque algunos de sus correligionarios, la consideran un cáncer dentro del partido.

A su vez, Liz Cheney, una conservadora constitucional probada y defensora de una «América fuerte», que trabaja para reducir el tamaño del Gobierno en Wyoming, con una posición de apoyo a políticas de Trump como la ampliación del muro fronterizo con México o la prohibición de entrada u otras medidas contra los musulmanes, fue blanco de los ataques de los leales a Trump liderados por Matt Gaetz, porque la hija del exvicepresidente Dick Cheney votó a favor de acusar a Trump por su papel incitador en los hechos del 6 de enero.

 La ambivalencia en las filas republicanas se extiende al punto de que ya se habla también de que algunos están pensando en crear otro partido. Lo curioso es que hay una bifurcación a favor de una agrupación absolutamente trumpista y otra en rechazo a la trumpización del republicanismo y a las alegaciones de fraude hechas por el magnate y su incitación al motín.

Decenas de ex funcionarios de los gobiernos de Ronald Reagan y de los Bush, tanto el padre como el hijo, exembajadores, estrategas políticos y otras personalidades de esa entidad, están dispuestos a dar forma a una escisión de centroderecha, y se conoció que celebraron una videollamada para discutir el tema y crear una plataforma leal a la Constitución y al Estado de derecho, preocupados porque ocho senadores y 139 representantes republicanos votaron a favor de bloquear la certificación de Joe Biden como presidente de la nación, apenas unas horas después de la invasión al Capitolio.

 Reuters reveló que entre los participantes de la facción están Evan McMullin, exdirector jefe de políticas de la Conferencia Republicana, John Mitnick, consejero general del Departamento de Seguridad Nacional bajo el mandato de Trump; el excongresista republicano Charlie Dent; Elizabeth Neumann, subjefa de personal en el Departamento de Seguridad Nacional bajo el mandato de Trump; y Miles Taylor, otro exfuncionario de seguridad nacional de Trump.

 Sin embargo, hay una realidad, aunque las evidencias que se presentaron por los acusadores demócratas demostraron que Donald Trump está descalificado para formar parte de la política estadounidense y, por supuesto para volver a ocupar la presidencia, tampoco ha estado solo en lo ocurrido durante sus cuatro años al frente de la Casa Blanca y más aún, desde el resultado de las elecciones de noviembre que evitaron su reelección.

 Los senadores Ted Cruz (Texas) y Joshua David Hawley (Missouri), se destacaron en el debate para no certificar a Biden y dieron demostraciones de apoyo a la turba manifestante de enero, y hay quienes consideran que deben ser enjuiciados igual que Trump y los detenidos por participar en la agresión a la institución legislativa, y ponen también en esa lista a Lindsey Graham, Ron Johnson y Rand Paul por amplificar las mentiras incendiarias al igual que otras personalidades de los medios de comunicación y sociales extremistas.

 Hay una certeza, no importaba cual fuese el resultado del impeachment, la política estadounidense y la sociedad están en un punto de inflexión y no precisamente hacia un buen camino, aunque también es válido destacar que en el otro extremo de la soga que se tensa, existe otra facción, demócrata o independiente, que apunta a un «progresismo» o «socialismo democrático» como le llamaron algunos, que habrá que ver cuánto pueden presionar, influir o hacer en el juego político del estado imperial por antonomasia.

 Pero la amenaza llegó de inmediato con la declaración de Donald Trump celebrando su absolución, su aspiración a postularse para la Casa Blanca en 2024: «Nuestro movimiento histórico, patriótico y hermoso para hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande no ha hecho más que empezar. En los próximos meses tengo mucho que compartir con ustedes, y espero continuar juntos nuestro increíble viaje para lograr la grandeza estadounidense para toda nuestra gente. Nunca ha habido nada igual».

 Que Dios coja a los estadounidenses y al mundo confesados, diría mi abuela muy en serio.

 

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