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Fascismo, imperialismo y el lápiz de la mentira

Gente increíble, en la Casa Blanca y cuartos adyacentes, intenta cambiar hechos establecidos, para suprimir naciones, mapas y pueblos enteros de las gestas que protagonizaron a pleno sol

 

Autor:

Enrique Milanés León

A Donald Trump, que a todas luces necesita intensas sesiones de biblioteca, le vendría muy bien estar atento a un reciente anuncio del presidente Vladimir Putin: Rusia creará la mayor colección de documentos sobre la Segunda Guerra Mundial y la pondrá a disposición de todos los terrícolas, así no más, sin restricciones. El objetivo de esa apertura no es otro, según ha dicho el propio líder del Kremlin, que «cerrar las bocas sucias» a aquellos que pretenden reescribir la historia para buscar ganancias a corto plazo.  

Los días iniciales de este mayo aportaron claros ejemplos de esos «reescribidores» de alta política que muestran, más que horrores ortográficos —sin dudas los tendrán—, preocupantes faltas de geografía. Gente increíble que, en la Casa Blanca y cuartos adyacentes, intenta cambiar hechos establecidos para suprimir naciones, mapas y pueblos enteros de las gestas que protagonizaron a pleno sol.  

Nada menos que en vísperas del 9 de mayo, Día de la Victoria contra el fascismo, este tuit del Pentágono enca… britaba hasta a los caracoles: «¡El 8 de mayo de 1945 EE. UU. y el Reino Unido consiguieron la victoria sobre los nazis! El espíritu de EE. UU. siempre ganará. Al final, eso es lo que sucede».  

Enérgica, cual soldado roja, María Zajárova, la portavoz de la Cancillería rusa, respondió: «Hoy, en vez de postales, muchos han recibido una captura de pantalla del tuit de la Casa Blanca. ¡Exactamente así, palabra por palabra!», afirmó entre la incredulidad y la cólera antes de hacer lo mejor que hacen los buenos diplomáticos: desmontar el embuste.

Como eficaz Ministerio de Ofensa, el Pentágono dice que la URSS tiene la misma culpa que el Tercer Reich en la Segunda Guerra Mundial, desatada —según esta versión de Pinocho— «cuando Alemania y la Unión Soviética invadieron Polonia».

Luego de afirmar que esa postura es «monstruosamente hipócrita y falsa», la vocera tuvo que ponerse en modo «repeat after me» y recordar lo que los halcones del poder se empeñan en soslayar: fueron los nazis quienes invadieron Polonia, el 1ro. de septiembre de 1939. Dos días después, Reino Unido y Francia le declararon la guerra al régimen alemán. Las fuerzas soviéticas, decididas a proteger las poblaciones orientales de Bielorrusia y Ucrania, entraron a territorio polaco el 17 de septiembre. Ya cañoneos ajenos habían iniciado el más ensordecedor diálogo de la humanidad.

La URSS entró a la contienda el 22 de junio de 1941, cuando, atacada por la furia del Führer, comenzó esa Gran Guerra Patria que aún molesta tanto a los grandes mentirosos.

A partir de entonces, pasó lo que explicó Zajárova: fue el Ejército Rojo el que «rompió la cresta de la máquina militar fascista». Porque los Aliados abrieron el Segundo Frente en Normandía solo en 1944, cuando Estados Unidos —y escribir esto siempre provoca un déjà vu— tenía claro que el Tercer Reich estaba perdiendo la guerra y «se apresuró a llegar para evitar que la URSS extendiera su influencia a toda Europa después de la victoria».

Pero los jerarcas del Pentágono —cuyos abuelos entraron a aquella guerra muchos muertos después, el 7 de diciembre de 1941, con el muy «conveniente» ataque japonés a Pearl Harbor— tienen su propia cartilla, que en el conteo de víctimas solo incluye a «unos 6 millones de judíos asesinados por la Alemania nazi» y «unos 250 000 soldados estadounidenses que también fueron asesinados en los combates en el teatro europeo». Para ellos, los 27 millones de muertos soviéticos son fantasmas.

La de ahora, la des/informativa, es otra guerra mundial como la de los frentes europeos; entonces no asombra que, para dividir y sacar tajadas desde lejos —auténtica especialidad de la Casa (Blanca)—, el mensaje del Pentágono haya colocado a su lado, en retrato de héroes, a Reino Unido y afirmado que Francia llevó una gran parte del peso de la guerra. ¿Morderán Londres y París un cebo tan mal tapado?

Un tuit poco compartido

Las mentiras tienen tuits cortos. A contrapelo de Washington, en Berlín admiten que la responsabilidad de la guerra fue solo del régimen hitleriano. En un artículo en la influyente revista Spiegel, el ministro de Exteriores, Heiko Maas, y el director del Instituto de Historia Contemporánea, Andreas Wirsching, comentaron que «los repetidos intentos en los últimos meses para reescribir la historia tan descaradamente» requieren de Alemania aclaraciones que «no deberían ser necesarias frente a hechos históricos inmutables».

Maas y Wirsching insisten en que, con la invasión a Polonia, «fue Alemania la que desató la Segunda Guerra Mundial», y en que solo ella «es responsable de los crímenes cometidos contra la humanidad y en el Holocausto». Además, señalan a los farsantes: «Los que siembran dudas con respecto a ello y atribuyen un papel criminal a otras naciones cometen una injusticia hacia las víctimas. Convierten la historia en su instrumento y dividen Europa».

Pareciera suficiente, pero se sabe que el viejo Sam, que nunca deja el sombrero, a veces «pierde» la cabeza, así que Moscú anunció la búsqueda de una conversación seria con Estados Unidos. Un día después del buen «zajarovazo» que les dio a los yanquis su vocera María, la Cancillería rusa manifestó indignación por el tuit, que muestra a la Casa Blanca sin «el valor ni el deseo de hacer justicia aunque sea a medias al papel innegable» del Ejército Rojo.

La URSS, ESET-34

En los mapas y en la pelea, la URSS fue como un T-34, el más emblemático de sus medios de combate: grande, blindada… pero eso la hizo también recibir los mayores ataques. El resultado bélico final se decidió en el frente soviético-alemán, donde murieron siete de los 9,4 millones de militares alemanes caídos en toda la guerra, lo cual costó allí 8,6 de las 27 millones de bajas fatales soviéticas en el conflicto general.

Además de los héroes y heroínas del frente soviético-alemán y de las millones de vidas perdidas en la retaguardia y en ciudades sitiadas, la URSS escribió con su sangre otra cifra exclusiva: un millón de sus hijos —que superaron el total de bajas estadounidenses en toda la contienda— murió peleando en defensa de otros países europeos.

Al fin de la batalla, en carta a Iósif Stalin, el primer ministro británico Winston Churchill confiaba en que «las futuras generaciones reconocerán su deuda con el Ejército Rojo de manera tan incondicional como lo hacemos nosotros». Hasta quienes luego trocarían el calor de esa guerra por la frialdad de una nueva admitieron la proeza soviética: el presidente Harry Truman —¡y que Trump y el Pentágono no lo tilden ahora de comunista!— dijo apreciar «profundamente la excelente contribución de la poderosa Unión Soviética a la causa de la civilización y la libertad».

Antes, al definirse la larga batalla de Stalingrado el 2 de febrero de 1943, el entonces presidente anterior, Franklin Delano Roosevelt, habló de los soviéticos: «Su gloriosa victoria —dijo— detuvo la ola invasora y dio un giro a la guerra de las naciones aliadas contra las fuerzas de la agresión». Es cierto: a Trump le faltaban tres años para nacer, pero ¿luego nadie se lo contó?

Luego de Kursk, la mayor batalla de tanques de la historia, Roosevelt escribió: «la Unión Soviética puede estar orgullosa con razón de sus heroicas victorias». Entonces, ¿a quién creer en la Casa Blanca? A nadie.

La máscara del «aliado»

El consejo del Che Guevara de no confiar en el imperialismo «ni tantico así» aplicaba en esa contienda que no conoció. Para variar, Estados Unidos entró, participó y salió de ella a puro cálculo y manipulación de las partes.

Si el fascismo alemán desarrolló una importante maquinaria de propaganda, esta tuvo su affaire con la poderosa industria de mentiras del estadounidense William Randolph Hearst, quien en 1934 había sido recibido en Berlín por Hitler, como invitado y amigo. Hearst, cuyos periódicos eran leídos en el mundo por 40 millones de personas, satanizó a la URSS y a sus líderes, alineó sus titulares con las estrategias nazis y hasta le publicó artículos a Hermann Göring, uno de los más letales «brazos» del gran dictador. Se dice que solo la protesta de numerosos lectores pudo sacar de las planas aquella firma perversa.

Más conocido el actuar taimado con que observan el desgaste de los contendientes y esperan el momento para aprovecharse, más comentada la cosecha de rapiña económica y política que al final Washington sacó de distantes territorios, valdría referir otros ejemplos que ponen en aprietos el exacerbado afán de robar glorias ajenas que muestra la Casa Blanca.

¿Qué tal este tuit?: las instalaciones para las cámaras de gas en las «fábricas de la muerte» nazis eran vendidas por firmas alemanas vinculadas con monopolios yanquis. ¿Y este?: los «carros de la muerte» se fabricaban en plantas que la Ford y la General Motors tenían en territorio alemán. ¿Qué pasaría si al Pentágono le entrara un repentino ataque de honestidad y publicara que el Bank of International Settlements de Basilea, dirigido por el neoyorquino Tomas Harrington Mackitric, compraba al Reichsbank alemán el oro robado por los hitlerianos, incluidos en la «cuenta» los dientes de personas asesinadas en campos de concentración? Suena duro, pero hay que decirlo o la verdad no hallará su completo Día de la Victoria. Recuerden que aún todos estamos en guerra.

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