El presidente argentino, Alberto Fernández, hace honor a la palabra dada. Autor: AFP Publicado: 16/04/2020 | 11:09 pm
Ya Argentina ha presentado su plan de restructuración de pago de la deuda externa que heredó este ejecutivo, con lo que el presidente Alberto Fernández hace honor a la palabra dada: el país pagará lo que debe por el chocolate que Mauricio Macri se bebió; pero no lo hará al precio de seguir matando de hambre a la gente. Ahora, también, debe cuidar que ello no cueste la muerte o la salud de sus compatriotas en manos del coronavirus.
La estrategia para reprogramar los adeudos, tiene por eso doble mérito. En la Casa Rosada, Fernández y su titular de Economía, Martín Guzmán, no solo maniobran frente a los acreedores teniendo las reservas casi vacías, y la economía prácticamente en recesión.
Además, el gabinete está manejando el timón frente al oleaje arrasador de la COVID-19, que ha sorprendido a la nación virtualmente sin políticas sociales de Salud ni atención pública… porque Macri acabó con ellas.
Pero cumplir la palabra servirá al Estado argentino para mantener la confianza de los inversores e instituciones financieras cuando la pandemia pase o, incluso antes, y tratará de crecer con todo lo difícil que ello es desde que entró este año: muchas industrias en el mundo están detenidas, no hay vuelos, y se ha reducido la navegación comercial; decenas de miles de personas han perdido sus empleos en el mundo y, en América Latina, la Cepal predice más desaceleración de la economía, en tanto los daños a nivel de planeta todavía no son cuantificables. Es la COVID-19.
Según alertó a principios de marzo la Unctad (Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo), el azote del cual ya se recupera China provocó en febrero una contracción industrial de dos por ciento en ese país que tuvo «un efecto dominó en la economía mundial».
La propia reacción llegará, indefectiblemente, desde los países europeos donde ahora mismo la pandemia está todavía en su «pico». Ni qué decir de la economía estadounidense, puesta por Donald Trump por encima de la salud de sus ciudadanos, lo que repercutirá de forma aún peor e ineluctable en el desempeño económico estadounidense. Y, quizá, en el acontecer político.
De acuerdo con ese panorama, el Gobierno argentino acaba de hacer público el plan que ya mostró por videoconferencia a los tenedores privados de bonos.
Entre otros puntos, la oferta solicita la esperada extensión de los plazos de pago a esos «bonistas» con un período de gracia de cuatro años y, durante cinco años, un tope en el pago de intereses de 4,5, y sin amortización de capital.
Para que un acuerdo avance —pues ahora los tenedores privados deberán decir Sí o No—, el ejecutivo de Fernández necesita el aval del 75 por ciento de esos acreedores, explicó Página 12.
Pero el diario ha realizado una puntualización trascendental: «(…) desaprovechar este contexto de pandemia, en el cual se pone en tela de juicio las deudas financieras de países en problemas, sería un desacierto».
Al propio tiempo, se ha solicitado al Club de París la posposición, por un año, del pago más inmediato de 2 100 millones de dólares, cuyo plazo vence el próximo 5 de mayo. Ello implicará renegociar el acuerdo alcanzado anteriormente (2014) con los países miembros.
Ahora faltan los deudores «grandes». Incluso el FMI había reconocido que países endeudados y en situaciones como la de Argentina necesitaban un «alivio» de la deuda para que los canjes (en alusión a los bonos) fuesen posibles.
Sin embargo, todavía no se ven las acciones anunciadas por el propio Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, instituciones que hicieron algunas promesas —poco sustanciosas, por cierto, y desde luego, nada altruistas—, compulsadas por la última cita de las naciones miembros del G-20, que se las pidieron.
Ciertamente, el caso argentino puede ser aleccionador para el mundo, que observa —¡otra vez!— las consecuencias de políticas de endeudamiento creadas, precisamente, para «tener en un puño» a los países dependientes.
Lo mejor es que el plan argentino tiene el visto bueno de todos los gobernadores regionales e, incluso, de buena parte de la ciudadanía, lo que le da la fuerza de la unidad a la postura del ejecutivo.
Bajo la amenaza de la COVID-19, el desenlace de este entuerto puede ser mucho más aleccionador para el mundo subdesarrollado, y para los poderosos. A algunos de ellos, ni la pandemia que amenaza a la humanidad, los conmueve. Y solo la cooperación y la solidaridad podrá salvar rápido al planeta de la enfermedad… y de tantas muertes.