Donald Trump ha visto abiertos los cielos, y posiblemente el resto del mundo las puertas del infierno, con las conclusiones del fiscal especial Robert Mueller sobre las acusaciones que existían en cuanto a una supuesta colusión del mandatario con Rusia para interferir en la campaña electoral que le dio la presidencia.
Se le pronostica un camino expedito para su reelección en el año 2020 y hasta una derrota para los candidatos demócratas que aspiren a los escaños congresionales.
No hay dudas de que sabrá aprovechar lo aseverado por el reporte en el que se dice que «la investigación no estableció que miembros de la campaña de Trump conspiraran o se coordinaran con el Gobierno de Rusia en sus actividades de interferencia en las elecciones». El tema de si hubo o no obstrucción a la justicia por parte de Trump quedó en una interrogante, y aunque no se le «exonera» tampoco se dice que «cometiera un delito».
Concretamente el Fiscal General de Estados Unidos, William Barr, en un resumen que enviara Mueller al Congreso sobre el reporte, dijo que las pruebas reunidas por Mueller no son suficientes para establecer que el presidente cometiera un delito, y el vicefiscal Rod Rosenstein señaló también que no buscarían un cargo de obstrucción de la justicia.
Fueron dos años de pesquisas, trabajaron 19 fiscales y 40 agentes del FBI que entrevistaron a 500 testigos, hubo más de 2 800 citaciones, ejecutaron más de 500 órdenes de registro, y hubo 13 solicitudes a gobiernos extranjeros para obtener pruebas. La agencia Sputnik añadió que se habían gastado 25 millones de dólares.
Trump celebró tanto, que tuiteó como es su costumbre: «No colusión, no obstrucción. Completa y total exoneración. Mantengamos a América Grande». Optimista y prepotente en su conclusión, deja a un lado lo dicho por Mueller que la conclusión no constituía exoneración.
Esto le permite también a los demócratas mantener el debate, pero… quién le pone el cascabel al gato, cuando de antemano, la principal figura demócrata en las instancias del poder político estadounidense, la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, era remisa a considerar un procedimiento de impeachment, o juicio político contra Trump, como sí estaban dispuestos otros en las filas de su Partido, a los que, evidentemente, convenció de no hacerlo, y los resultados de la investigación a Mueller le han dado la razón. Parece que esa visión fue por aquello del proverbio «más sabe el diablo por viejo que por diablo».
Sin embargo, es de esperarse que críticos de las actuaciones del presidente Trump no se queden quietos con las conclusiones, y la batalla legal y en los medios tenga nuevas escaramuzas, golpes y contragolpes.
Lo que sí viene de seguro es la arremetida trumpiana contra los demócratas, que dará o intentará golpes más contundentes, como también lo serán los leñazos —o tuitazos— contra determinados medios que llenaron a diario sus espacios con la trama de una «conspiración rusa», esa que, irónicamente, Trump llamaba una «cacería de brujas macartista».
De todas formas, escándalos le sobran al mandatario, y hay otros fiscales y otras tramas. Las autoridades judiciales de Nueva York hurgan en sus gastos de campaña y de la inauguración presidencial de enero de 2017, en lo que está involucrado su abogado Michael Cohen, quien tuvo que declararse culpable de violar reglas y posiblemente entre en prisión en mayo próximo.
Otros buscan en sus finanzas personales y en sus proyectos inmobiliarios que sostienen su capital multimillonario. En este caso pende como espada de Damocles la posibilidad de que se le aplique una legislación de 1924, por la cual el Congreso le podría exigir al Departamento del Tesoro la información sobre el contribuyente Donald Trump y los impuestos que ha pagado o dejado de pagar, lo que podría ser una carta a jugar por los demócratas.
Y entre los «trapicheos financieros» —así los califica el diario El País— sale a relucir una declaración de Cohen, en la cual dice que Trump exageró su fortuna para que el Deutsche Bank le prestara dinero para financiar cuatro grandes proyectos inmobiliarios, entre otras marañas.
Tampoco son estos los únicos problemas. Trump tiene y da dolores de cabeza, no cabe dudas, aunque no se cree que tome vicodin y quede atrapado en un círculo que él mismo ha denunciado, el de los opiáceos. Por ahora, canta victoria.