NUEVA YORK.— A segundos de que el presidente estadounidense Donald Trump terminara en la mañana de este martes lluvioso y frío su discurso en Naciones Unidas, esta reportera tuvo que recordar al escritor uruguayo Eduardo Galeano y su maravillosa idea del mundo al revés.
«Que Dios bendiga la salud del mundo», dijo él; y muchos al unísono deben haberse preguntado: ¿qué salud?; ¿qué mundo? Se trató, sin dudas, de una intervención que ve las cosas de cabeza, para no afirmar que se trata de un cinismo rotundo desde el cual un mago tiene la habilidad de hacer desaparecer la verdad como si fuera un pañuelo.
Como era de esperar, el mandatario mencionó a Cuba para destacar su idea del socialismo fracasado, y para calificar a la Isla como «patrocinadora» del «régimen» venezolano.
El socialismo ha llevado a Venezuela a la bancarrota, afirmó Trump, que usó varios términos (sufrimiento, corrupción y deterioro) para acentuar las consecuencias que, según él, ha acarreado el sistema de vida elegido por millones de venezolanos. Ilustrativamente, en este mismo discurso, anunció «sanciones adicionales» que serán aplicadas contra el presidente bolivariano Nicolás Maduro y contra su círculo cercano.
Aquí podemos hacer un oportuno paréntesis y preguntarnos de dónde proviene el cerco económico que intenta asfixiar a ese amigo país del Sur; ¿quiénes son los artífices que con páginas web de mil espejos y nacidas en potentes servidores del Norte obran la inflación inducida y otras distorsiones para endurecer la vida del venezolano?; ¿quiénes disparan a esa nación desde una guerra no convencional, en contubernio con una élite apátrida y que desprecia a ese bravo pueblo?
Ha llegado a decir Trump que «la sed de poder del socialismo» ha causado miseria a todo el mundo. Y aquí está de más preguntarse qué tipo de filosofía es la que ha generado el afán de despojo y de la guerra. En honor a la verdad hay que decir que la única sed que ha desvelado a los defensores del socialismo ha sido la de repartir, de la mejor manera, lo poco o mucho que se ha tenido, en un intento sublime por hermanar a los seres humanos.
Como alucinante mago, el magnate neoyorquino siguió extraviando verdades como mismo se hace con conejos: dijo que en el Oriente Medio el enfoque estadounidense está permitiendo avances y un cambio histórico —recordé entonces ciudades como Bagdad, una de las más hermosas del mundo y que fue arrasada con sus bellos museos, con sus reliquias arquitectónicas; ¿y por obra y culpa de quién fue esa destrucción?
Trump expresó en su discurso que a ellos la tragedia de Siria les rompe el corazón. Y en referencia a temas de dinero afirmó que Estados Unidos es el principal donante para extranjeros, pero —pobrecitos…— pocos en el mundo les dan a ellos. Es algo que examinarán muy bien, teniendo en cuenta que solo son merecedores de sus dólares aquellos que tengan en sus corazones las prioridades del país norteño.
«¿En qué tipo de mundo vivirán nuestros hijos?», interrogó desde el podio de Naciones Unidas el magnate estadounidense. Si depende de las elecciones hechas por el Gobierno que él lidera, será un mundo plagado de muros, de fronteras férreas y excluyentes, de antiguas ciudades arrasadas, de contaminación medioambiental —pues ¿qué importa el Protocolo de Kyoto? El orador que parecía escucharse solo a sí mismo, habló en algún momento de un futuro de «patriotismo», «prosperidad» y «orgullo».
Una de las frases de la alocución de Trump, de las que con mayor ingenio logran poner al mundo al revés, fue esa según la cual la única solución a largo plazo para solventar el problema de la emigración está en que cada país resuelva sus dilemas de desarrollo. ¿Será un concepto en el que realmente cree; o es un artilugio?
El planeta está tan mal repartido que difícilmente los ricos darán algo de sí mientras los pobres están cada vez más lejos de desarrollarse. Hay lindas ciudades del Primer Mundo amuebladas con las maderas que pertenecían a naciones que ahora viven marcadas por la miseria y todo tipo de fealdades. Millones de seres atrapados en paisajes difíciles fluyen en busca de escenarios más dignos, pero el egoísmo humano, amnésico, les levanta muros.
Parece que no habrá resarcimiento para quienes son hoy los herederos del despojo. Las víctimas son ahora la amenaza. Eso es lo que ha dicho Trump ante un mundo enloquecido y cada día menos amigable con el Hombre por razón de sus urgencias cada vez más abismales.