PORTUGUESA.— Como los personajes del bosque en cierto muñequito ruso de mi infancia, que se refugiaban de la lluvia bajo la sombrilla de un hongo, nueve colaboradores cubanos quedamos una tarde frente a la cobija de la alcabala de carretera de Río Guache, a la altura de Acarigua, en la portentosa autopista José Antonio Páez, que se adentra al sudoeste, buscando la Venezuela profunda.
La guagua en la que viajábamos desde Caracas se rindió a los 340 kilómetros de camino y los integrantes de la dirección de la misión médica Anay Clemente y Pedro Luis Marzán, junto a los jóvenes electromédicos José Roberto Mola, Edisander Reyes y Juan Manuel Argudín, y a cuatro miembros del equipo de prensa, quedamos por dos horas varados bajo el llanísimo cielo de Portuguesa, a la vera misma de esos potreros esmeraldas que no saco de mi mente desde los días en que me enteré, por Rómulo Gallegos, de los hechizos de una Doña Bárbara cuya belleza adivino ahora en otras mujeres, en el mismo país en que ella lo hizo todo por el amor y el odio de Santos Luzardo.
La cosa, sin embargo, no está para literatura. Avanza la tarde y no falta el nerviosismo. Al fin, los múltiples avisos telefónicos arrojan un resultado: llega una ambulancia. Su «capitán» a bordo es el pinareño Alberto Luis González, chofer y mecánico que atiende en seis estados, desde Táchira hasta Zulia, situaciones como esta.
Alberto Luis, que en cuatro años en Venezuela ha tenido que auxiliar vehículos «regados» en los puntos más insospechados, dice que Cuba es lo máximo y que él disfruta ayudar a sus hermanos. «Vinimos a esto, a trabajar», afirma antes de hacer el único remolque técnicamente posible: la guagua y los equipajes.
Parados en la alcabala, con algún desaliento, lo vimos ir, pero al rato llegó, en otra ambulancia, el tunero Eider Espinosa, chofer de la Misión Médica en Portuguesa. Venía de Barinas y recibió el encargo de ayudar a sus compatriotas, de manera que en un santiamén recogió a esos «pacientes» especiales cuyas únicas enfermedades eran el agotamiento y la preocupación.
El percance nos cambió la ruta: buscábamos Barinas, para hacer una escala camino a Mérida, pero fuimos a dar a Guanare, capital del estado de Portuguesa, donde la jovencita doctora tunera Nereilis Merlo, jefa de la misión médica allí, había activado su equipo de solidaridad.
No más llegar tuvimos agua, café y aliento, todo respaldado por Beatriz Bravo, vicejefa logística en el estado. Idelisa Martínez, directora económica; Maily Pérez, asistente docente del CDI; y Diosvany González, que justo ese día se estrenaba como administrador, se ocuparon de que a los hermanos en apuros no nos faltaran cama, mesa, ducha y conversación.
A la mañana siguiente, el licenciado Pedro Luis Marzán, jefe del Grupo nacional de atención al colaborador en la misión médica, me explicó sobre estos auxilios: «En cualquier lugar del país tenemos a quién llamar y contamos con un mecanismo general de respuesta coordinado por el área logística».
Marzán comenta que en estos casos la coordinación estadual se pone al servicio de la emergencia y que, en Caracas, el centro de dirección mantiene informes que involucran al vicejefe logístico, al jefe de transporte y al jefe de la misión médica. «Nadie puede quedar abandonado», sostiene este hombre sereno que desde su asiento, al momento del naufragio, hizo las llamadas telefónicas precisas.
Roturas, accidentes, enfermos eventuales… cualquier emergencia que involucre a cubanos tiene respuesta cubana. Y si la exigencia rebasa nuestras posibilidades, hay protocolos para pedir ayuda al Gobierno Bolivariano.
Al mediodía, llegó otra guagua enviada desde Caracas para que los nueve pasajeros siguiéramos viaje a Mérida a cumplir, desde frentes diversos, la tarea común de la solidaridad.
Los cubanos de Portuguesa, los mismos que con 754 efectivos atienden una población de 1 millón 138 000 venezolanos, han sido amables en extremo: tendieron nuestras camas, compartieron una comida que estaba lejísimo de sobrarles, calentaron agua para el baño y nos despidieron como a viejos amigos de la infancia.
Poco antes de que partiéramos en el segundo transporte, Nereilis, la joven jefa, resumió tanta entrega en una frase: «Si se trata de cubanos, tiramos todo para adelante. Nada más tengo que hacerle una seña a mi gente y ya los estamos ayudando». Con ese calor en el pecho, salimos a buscar las frías lomas de Mérida.