La invitación del vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, a celebrar la próxima Cumbre de las Américas en su país, no libera del descrédito a su octava edición, efectuada el pasado fin de semana en Lima. Mucho menos garantizará la credibilidad de la novena.
Porque si algo demostró la Cumbre de Perú fue el carácter proimperial de estas citas y sus nulos aportes para resolver los graves problemas de América Latina.
Por el contrario, en el encuentro se verificó que estas «cumbrecitas» siguen manejándose como instrumento para imponer los designios de EE. UU., que para eso animó su creación y puso su implementación en manos de la servil titularidad de la OEA.
Como se preveía, el tema oficial, Gobernabilidad democrática frente a la corrupción, fue desplazado en el discurso de Pence y de los Gobiernos de derecha suscritos a la política yanqui para la región, por el propósito de EE. UU. de manipular el cónclave como punta de lanza contra Venezuela, sin olvidar la renovada agresividad de la administración Trump contra Cuba: un derrotero presente en la verborrea del Vicepresidente de EE. UU. que no tuvo un solo adepto en el plenario.
Por el contrario, dos momentos vibrantes escenificados en la Cumbre propinarían una sonada derrota a los planes de Washington: el retiro de la delegación oficial cubana de la ceremonia inaugural, en muestra de rechazo y dignidad ante la presencia del incorregible Almagro —¡que no aprende de la altivez de la Isla!—, y cuando, en la jornada dedicada a las intervenciones oficiales, el canciller Bruno Rodríguez Parrilla descaracterizó la altisonancia y las mentiras de Mike Pence, y le puso al enviado de Donald Trump los puntos sobre las íes.
No obstante, la fase dedicada a los actores sociales en el encuentro de «las Américas» —léase especialmente los foros dedicados a los jóvenes y a los representantes de la sociedad civil— constituyó una evidencia de la manera en que, en vano, se intentó agredir a Cuba acallando la voz de los suyos.
Pero no les resultó posible.
Las razones de la Isla, blandidas por los reales representantes de nuestra sociedad civil y respaldadas por delegados latinoamericanos y caribeños presentes en esos encuentros, denunció y descaracterizó a los farsantes: un exiguo grupito de mercenarios pagados por Washington y amparados por la OEA a quienes más de una vez quiso dar la legitimidad que no tienen.
Así, los cubanos condenaron al fracaso la maniobra que se quería materializar y protagonizaron otra derrota para EE. UU. y su instrumento, la organización encabezada por un hombre tan afín al cariz servil de la Organización de Estados Americanos como Luis Almagro.
Si alguien tiene dudas de los lazos entre los «activistas» pagados y Washington, solo debe saber que John Sullivan, secretario de Estado interino de EE. UU. junto al administrador de la subversiva Usaid, (la llamada Agencia de EE. UU. para el Desarrollo Internacional), Mark Green, recibieron después a los impostores que pretendían hablar por Cuba y a los que piden castigo para su patria, Venezuela.
De vuelta al plenario
Aunque el Compromiso de Lima, adoptado como documento final de la 8va. Cumbre, propone pasos que se acercan a algunos de los resortes que disparan el flagelo, los enfoques tocan apenas una cara de la realidad.
Nada se refleja en el documento de la corrupción que llega a las tierras del Sur con las transnacionales, y menos se señaló el terreno fértil que el sistema capitalista representa para la corrupción, llaga donde puso el dedo el boliviano Evo Morales.
La propia cara visible de la Cumbre era un poema a la hipocresía. Poco podía resultar tan lesivo para sus supuestos fines anticorrupción como la presencia en el plenario del brasileño Michel Temer, un cuestionado mandatario sobre quien pesan pruebas de un accionar corrupto desconocido por el manipulado sistema judicial de Brasil, que ha castigado a Lula en prisión en medio de un proceso no cerrado, y sin cargos probados, mientras premia con la impunidad a un Jefe de Estado sin respaldo popular.
Esa fue la otra arista desconocida en una Cumbre que supuestamente era contra la corrupción, con excepción de los discursos de Bolivia y Cuba: la manera en que el enfrentamiento al mal se usa hoy para satanizar a los Gobiernos latinoamericanos que apuestan por su total soberanía, y contra los modelos de izquierda.
En cambio, las intervenciones de los representantes de la derecha que vuelve a emerger se sumaron al deseo yanqui de hacer del foro otro alijo de falsas acusaciones para seguir usando «la diplomacia» contra Venezuela: la obtención de sanciones que esta Cumbre no podía aplicar, pero fueron pedidas por Pence a los representantes oficiales allí reunidos.
Trascendió después que dichos ejecutivos habrían firmado, aparte, una resolución contra Caracas.
En verdad, los ardides contra el Gobierno bolivariano antecedieron al segmento oficial, y a alguien no plegado a los designios y la propaganda imperial y derechista le harían reflexionar también hasta dónde había sobrevivido la connivencia entre esos derroteros —respaldados antes por el dimitente expresidente peruano Pedro Pablo Kuczynski, acusado precisamente de corrupción— y las nuevas autoridades nacionales.
Así invitaba a pensar la mantenida «desinvitación» a la Cumbre del presidente Nicolás Maduro, en tanto se movían por el escenario limeño representantes de una derecha venezolana abyecta que sigue pidiendo sanciones financieras y económicas contra su país, para después achacar al Gobierno Bolivariano lo que ellos llaman «crisis humanitaria».
Tomando en cuenta la exclusión del Presidente bolivariano y las intervenciones peyorativas e injerencistas de mandatarios que adelantaron no reconocerán las elecciones de mayo en esa nación, algún analista ha considerado que el encuentro de Perú marcó el final de lo que llamaron «la era chavista» en estas cumbres.
Pero valdría la pena analizar cuál fue el real mensaje de la cita peruana, golpeada en su credibilidad no solo por estos entuertos, que tan claro dibujan la manipulación e hipocresía de estas cumbres.
Además, fue ostensible la ausencia de un buen número de presidentes latinoamericanos y caribeños que no acudieron a un convite tan tendencioso como segregacionista, y cuya presencia y mensajes significaban más para América Latina que la voz también ausente del mandatario de Estados Unidos, Donald Trump, quien no acudió porque estaba dirigiendo otra lección de diplomacia y democracia internacional con los injustificados bombardeos a Siria.
No digo que las Cumbres de las Américas estén literalmente muertas. Pero es improbable que la invitación de Pence a que la próxima se realice en Estados Unidos, logre borrar tanto descrédito.