Como si no bastaran las señales que desde «lo diplomático» dan cuenta de la manera aviesa —¿de qué otro modo, si no?— con que Estados Unidos pretende cerrar el cerco contra Venezuela, el jefe del Comando Sur, Kurt Tidd, disparó aún más las alarmas con su intempestiva visita a la región este fin de semana.
Ya resulta una amenaza y una preocupación latentes la sola existencia del Comando Sur, y la injustificable «responsabilidad» que se le ha atribuido de vigilar a Sur y Centroamérica y al Caribe, con los marines siempre listos para un eventual desembarco; una función que se complementa con el asiento de los militares y su parafernalia en entre 50 y 80 bases —tal vez más, según diversos autores— que tiene Estados Unidos desplegadas por esos territorios.
Y aunque, a tenor con el reciente «refinamiento» de su accionar, Washington propugne ahora que los fines de las bases son eventuales operaciones «humanitarias», lo cierto es que no ha cambiado un ápice su misión de ir penetrando a las naciones latinoamericanas en «tiempos de paz», mientras se mantienen en el teatro de operaciones, al alcance de la mano, para los tiempos de guerra.
Ese sigue siendo el contexto, por más que ciertos analistas interpreten mal a Donald Trump, y trastoquen su xenofobia hacia los latinos en presunto desinterés por Latinoamérica.
El preámbulo permitirá entender mejor por qué ha constituido una luz roja encendida la estancia del almirante Tidd en Colombia.
Casualmente, la visita coincidió con la llegada de más de 400 militares estadounidenses a Panamá en lo que organizaciones sociales istmeñas denunciaron como «invasión silenciosa», y con la intensificación de la campaña orquestada desde Washington, que otra vez quiere presentar al Gobierno de Nicolás Maduro como el de un «Estado forajido» —así se llama a los desobedientes— de modo de justificar cualquier operación en su contra.
Pueden ser sanciones, como las que ha dictado ya el emperador Trump, o cualquier otra cosa, por más que una intervención armada a estas alturas en América Latina parezca —sea— una aberración. Miremos, si no, lo que han hecho con Siria, bajo el pretexto de fomentar lo que ellos llaman un «necesario» cambio de régimen.
No pocos han denunciado un nexo peligroso entre la visita de Tidd y la reciente gira regional efectuada por el secretario de Estado, Rex Tillerson, buscando seguidores a su estrategia antibolivariana.
Pero lo cierto es que uno y otro son ingredientes de un mismo coctel, al que hay que añadir la explosiva línea de la peor aguardiente facilitada por la oposición de Venezuela al voltear la mesa de diálogo en República Dominicana —precisamente en virtud de las presiones de Estados Unidos— con lo que brindó al Departamento de Estado el falso peldaño para que se parase en él a cuestionar las elecciones presidenciales convocadas para el 22 de abril.
Entre las voces de denuncia sobre el mal aura que trae a Latinoamérica y el Caribe —proclamada Zona de Paz en la Cumbre de la Celac de La Habana— la presencia del Jefe del Comando Sur se cuentan, entre otras, la del presidente boliviano Evo Morales y la del senador chileno Alejandro Navarro.
Al enumerar las acciones que, en su opinión, evidencian el deseo de Washington de derrocar al presidente Nicolás Maduro, el parlamentario de la nación austral suma las movilizaciones de tropas estadounidenses registradas en las fronteras de Brasil y Colombia, cuyas causas aparentes y públicas —dice— son las migraciones venezolanas, así como declaraciones públicas del recién nombrado encargado de negocios de EE. UU. en Caracas, Todd Robinson, quien habló a su llegada al país sudamericano de que «el pueblo venezolano está siendo victimizado».
Las maniobras militares en la Amazonia brasileña del pasado noviembre, pudieran ser el preámbulo.
La agresión diplomática resulta muy aviesa… La amenaza militar es inadmisible.