En nada se parecen a la salvadora lista de Schindler, las nóminas del presidente-administrador del imperio, que siguen la política de cercar, acosar y enterrar a quienes aparecen en tales registros, ampliamente publicitados por los medios que les sirven de altoparlantes.
Acérrimo enemigo de quienes no lo secunden en su visión de marcha atrás, Donald Trump entroniza la costumbre de hacer listas de sancionados, arbitrarias y unilaterales. Sus agencias y departamentos gubernamentales, mediante esos úcases, convierten en «delincuentes» a entidades o personas bajo cualquier pretexto.
Esta semana se han dado gusto. Las víctimas del jueves fueron 179 entidades cubanas; el viernes poco más de una docena de personalidades políticas venezolanas y, mientras tanto, desde Beijing, una parada en su gira asiática, intentaba que China también castigara a la República Popular Democrática de Corea, a la que sancionó en agosto, acompañándola con similar hostilidad contra Rusia e Irán. Aprietan también a Siria.
Trump hace caminar la estabilidad mundial por una cuerda floja o sobre el filo de una navaja, socavando las relaciones internacionales como si estas fueran juguetes de su antojo.
Claro que él no inventó el instrumento, pero sin duda lo esgrime con total irresponsabilidad buscando hacer caer a los que llaman «Estados delincuentes».
Inapropiada e ineficaz, el ejercicio de la presión y la coerción nunca han sido la mejor opción para doblegar a los pueblos. Debiera aprender de la historia, pero qué se puede esperar de quien recién ha confesado que no sabía que había tantos países en el mundo…
Para quien tanto ama y cree en el poder de las armas, debiera conocer que no pocas veces los tiros salen por la culata.