En la bruma de la incertidumbre parecen caminar estos inmigrantes sin destino. Foto: AP Autor: AP Publicado: 21/09/2017 | 06:46 pm
Este 2016 concluye con el mal sabor de iniciativas por los refugiados que no lograron movilizar en su totalidad ni siquiera a internet; con el cierre de la Jungla —el mayor campo de migrantes del mundo— y la consecuente «reubicación» de las más de 3 000 personas que vivían allí; con un Brexit que representó, entre otras cosas, la voluntad de los británicos de no querer acoger a más desplazados; con repatriaciones y devoluciones de Europa a Turquía, a cambio de una membrecía como parte de la Unión Europea.
¿Se ha quedado el planeta sin refugio o es que prefiere olvidar a ese 0,3 por ciento de la población global que no tiene dónde vivir? Parece una cifra mínima, casi invisible dentro de un total de 7 000 millones de habitantes en la Tierra, sin embargo, representa las mayores proporciones históricas de desplazados en tiempos de paz, con estadísticas nunca vistas desde la Segunda Guerra Mundial.
Para el arribo del decimoquinto Día Mundial del Refugiado, el pasado 20 de junio, la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) publicó nuevamente su informe anual Tendencias Globales, en el que quedó registrado el incremento por quinto año consecutivo del número de desplazados forzados.
Es además la primera ocasión en la que se sobrepasa el umbral de los 60 millones de refugiados, con lo que se contabilizó que, en 2016, uno de cada 113 habitantes ha debido abandonar de manera forzada su hogar.
A inicios de siglo, cuando se estableció la conmemoración de esta jornada, la ONU decía: «Cada minuto, ocho personas lo dejan todo para huir de la guerra, la persecución o el terror y la mayoría tiene que elegir entre algo horrible o algo aun peor»; 16 años después, en el mismo lapso de 60 segundos, son ahora 24 los ciudadanos que deben abandonar su hogar, asegura el documento de la Acnur.
La actual crisis de refugiados, lejos de encontrar solución, se ha agravado progresivamente y no solo por la permanencia de situaciones complejas en los países emisores, sino por las afectaciones en la economía y la vida civil de los países de tránsito y de acogida.
Al respecto, la Acnur y organizaciones no gubernamentales como Amnistía Internacional alertaron este año sobre la desigual distribución de los refugiados. Solo diez países —todos ellos ubicados en el Medio Oriente, África y Asia Meridional y con una representación dentro de la economía global del 2,5 por ciento— acogen a más de la mitad de los desplazados.
Ni Francia, ni Grecia, ni la temerosa Gran Bretaña amparan en las magnitudes en que lo hacen Jordania, Turquía, Pakistán, Líbano, Irán, Etiopía, Kenia, Uganda, República Democrática del Congo y Chad. Pero, las deficientes infraestructuras de estos países atentan contra el adecuado establecimiento de quienes llegan y tensionan las condiciones de vida de la población autóctona.
Igualmente, la crisis de los refugiados continúa lidiando con las deficientes condiciones en el recorrido: rutas «célebres», al tiempo que tristes, como el Mediterráneo, América Central, el Sahara o las montañas de Asia, que protagonizaron imágenes ganadoras de premios Pulitzer, pero que no logran conmover lo suficiente como para evitar el tráfico de personas y otras prácticas inhumanas.
A inicios de 2016, 65 millones 300 000 eran los desplazados forzados, de ellos más de 21 millones eran refugiados, casi 41 millones desplazados internos y unos tres millones solicitantes de asilo ¿Acaso no es suficiente?
Sin embargo, las guerras no cesan (en los tres países mayores emisores, Siria, Afganistán y Somalia, los conflictos permanecen); el cambio climático continúa imponiendo condiciones de casi supervivencia en grandes regiones geográficas; los gobernantes acuerdan devoluciones y redistribuciones insuficientes. Mientras, millones de niños viven en una jungla global y crecen con la amarga experiencia de no encontrar refugio.