Para colmo, pocas veces el mar es hospitalario con los que llegan de modo irregular. Autor: NYT Publicado: 21/09/2017 | 06:31 pm
Tras el latente impacto de la foto de Aylan Kurdi no era difícil predecir que los Pulitzer 2016 premiarían, entre otras, la obra gráfica alrededor de los refugiados que, aferrados a sus vidas, buscan Europa aun al precio de sus vidas. Aquella instantánea del niño sirio de apenas tres años ahogado el pasado septiembre en las costas de Turquía sacudió el alma de media humanidad, a pesar de que muchos no se enteraron de que en la misma travesía también murieron su hermano Galip, de cinco años, y la madre de ambos, Rehana. Solo con Aylan, ya le sobraba dolor a esa historia.
Después de llegar a la isla griega de Kos, Amón, una refugiada ciega de 70 años, mira desde el alma el futuro que le espera. Foto: Reuters
Frente al mar, contra el mal, la fotógrafa freelance Nilüfer Demir vivió el dilema del corazón y el obturador y optó por un click que nos sumergió a todos los terrícolas en el conflicto de los migrantes. Este abril, la Universidad de Columbia dio a conocer los Pulitzer de su edición centenaria, seleccionados entre más de 3 000 candidaturas, y en la categoría de fotografía de noticias fueron distinguidos la agencia Reuters y cuatro fotógrafos de The New York Times por coberturas paralelas a la crisis de los refugiados.
Cuanto dijeron las fotos es cierto y, con todo y su alta sugerencia, se quedaron cortas. Aunque en 2015 un millón y tanto de migrantes llegaron a las costas de Europa, más de 3 700 murieron en el intento, haciendo de esa decena de meses la más letal que ha sido registrada. Es apenas una de las sagas de las más de 60 millones de personas desplazadas de su lugar de origen.
Un sirio defiende a su bebé de la insistencia de las olas, frente a las costas de la isla griega de Lesbos. Foto: Reuters
La muerte de Aylan conmovió, pero ya se sabe que a menudo los pueblos y los Gobiernos no palpitan con el mismo corazón: si bien en principio la Unión Europea acordó un amplio programa de reparto de refugiados, poco a poco la idea fue degenerando hasta terminar en un acuerdo con Turquía que parece más puja en bolsa de valores que solución humanitaria. Muchos olvidaron los Aylanes de este mundo.
Porque hablan otro idioma, el de las honduras, las imágenes no se pueden silenciar. El dolor pixelado de estos días remite a la tarde de junio de 1972 en que el fotógrafo Nick Ut tomó en Vietnam del Sur la imagen de Kim Puch, la niña de nueve años que, espantada, corría sin ropas, abrasada por el napalm en un ataque aéreo de Estados Unidos. Captada la instantánea, Ut —que ganó por la imagen el Pulitzer, en 1973— llevó a la pequeña a un hospital donde salvarle la vida costó 14 meses. Por mucho tiempo, Kim Puch explicó que «tan solo quería escapar de esa foto». Pero al centro de ella, una niña llora eternamente.
En su paso de Serbia a Hungría, migrantes sirios dialogan con la alambrada. Foto: Reuters
¿Cuánto puede curar al mundo el dolor de un ser humano? ¿El fotorreportero debe plasmarlo o seguir? Y el público… ¿verlo o voltearse? ¿Cuánto puede intervenirse la realidad encuadrada? Tal debate rodeó la pieza del sudafricano Kevin Carter, quien en 1993, en la aldea sudanesa de Ayod, retrató al pequeño Kong Nyong, postrado en tierra mientras un buitre acechaba sus angustias. La humanidad se espantó. La publicación en The New York Times no cimentó la fama del autor sino lo entrampó en la polémica, y el Pulitzer de 1994 no evitó el suicidio de Carter.
Las fotos que en este abril ha premiado el Pulitzer son un repaso de penas: la refugiada ciega que mira sin vista el mar ajeno, la familia entera desafiando la alambrada, el padre peleando con las aguas para que no le ahoguen su bebé, la barcaza repleta sin más acompañamiento que la luna, la disputa desesperada por alimento, agua y vituallas, el arribo a la costa tempestuosa… todas ellas son a su modo una valoración de la única especie que racionalmente ataca o acosa a los suyos. Y la única que puede salvarlos a conciencia.
Los constantes peligros y defensa de los menores hacen altamente sensibles las migraciones. Foto: NYT
Hay demasiado dolor provocado en este mundo. Cuando la humanidad lo observa sin reacciones se suicida de a poquitos, como una vez hizo un fotógrafo. Hace apenas una semana, pescadores turcos sacaron con su red del mar Egeo, no un pez delicioso, sino el cuerpo de una pequeña de tres años que no tenía siquiera un nombre, como Aylan. Otra niña sin foto que premiar que la maldad nos mató infinitas veces.