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Las execrables fotos de la CIA

Seis mil páginas de un informe sobre los métodos de tortura de la Agencia Central de Inteligencia y más de 14 000 imágenes permanecen ocultas al ojo público favoreciendo la impunidad de los crímenes de guerra de Estados Unidos

Autor:

Juana Carrasco Martín

La aberración va más allá del habitual proceder. La CIA se supera en el torcido tratamiento brutal a sus detenidos. Antes de enviarlos a la tortura y los huecos negros de sus cárceles secretas les ha tomado fotos. Están desnudos, amarrados, magullados y con los ojos vendados, dicen las descripciones de quienes han podido ver las imágenes, entre ellos un exfuncionario de Estados Unidos que las consideró «muy espantosas».

Es el uso de la humillación sexual un método de ablandamiento previo.

¿Crimen de guerra? Por supuesto que lo es, aunque algunos «expertos» no lo estimen así, y por añadidura, Washington se ha abstenido de firmar la Convención sobre la tortura y el tratamiento a los prisioneros de guerra. Es más, a estos sospechosos encarcelados luego de la tragedia del 11 de septiembre de 2001 ni siquiera les dio esa categoría para no tener que presentarlos a proceso judicial.

Crearon un limbo legal para un infierno de torturas que aplicaron a los ubicados en cárceles secretas en terceros países, que no pocas veces llevaban a cabo prácticas más crueles para los transferidos bajo el acápite de «rendiciones extraordinarias». Dicen que tales procedimientos concluyeron en el año 2005, luego de escandalosas revelaciones. A nadie le consta que así sea.

Lo de las fotos de la desnudez se conoce ahora y lo ha revelado el diario británico The Guardian; y la Agencia Central de Inteligencia tiene su «justificación»: era necesario documentar su condición física mientras estaban bajo la custodia de la CIA, antes de entregarlos a los especialistas extranjeros. Un clásico lavado de manos a lo Poncio Pilatos.

El periódico asegura que conoce la identidad de algunos de los detenidos fotografiados desnudos y ha elegido no divulgarlos, preocupado por su seguridad y dignidad.

También cita la categórica definición que diera el doctor Vincent Iacopino, director médico de Médicos por los Derechos Humanos: «¿Es la fotografía de los desnudos una forma de asalto sexual? Sí. Es una forma de humillación sexual», y continúa con su valoración: «Como mínimo, es un tratamiento cruel, inhumano y degradante y puede constituir tortura».

Públicamente, no se han visto las fotos que la CIA ha mantenido bajo estricto secreto, pero es fácil imaginarlas si nos retrotraemos a las que la jauría nazi-fascista hizo de sus prisioneros en los campos de concentración antes de llevarlos a la cámara de gas. También era la humillación extrema de la víctima.

En un campo de concentración nazi.

Una se puede preguntar si esas fotos tendrán alguna diferencia con las que los guardias de la cárcel de Abu Ghraib, en Irak, les tomaron como insultantes y macabros suvenires a sus prisioneros.

Las convenciones de Ginebra, las normas y principios que exigen el respeto de los derechos humanos, prohíben fotografiar prisioneros, excepto en circunstancias muy limitadas. No son el caso, simplemente se trata de un atentado a la dignidad humana, de un abuso más contra los detenidos.

Nathaniel Raymon, un investigador y experto en abusos a los detenidos de la Iniciativa Humanitaria Harvard, dijo a The Guardian: «Cualquier evidencia de que la CIA o alguna otra agencia del Gobierno de Estados Unidos intencionalmente fotografió desnudos a los detenidos debe ser investigada por las fuerzas de la ley como una violación potencial de las leyes doméstica e internacional».

Crímenes en la impunidad

Ya pueden hacer la denuncia e iniciar la pesquisa, pues las fotos de los prisioneros desnudos parece que se suman a las más de 14 000 fotografías que la Agencia Central de Inteligencia tomó a sus prisioneros y de cuya existencia los fiscales conocieron justo el año pasado (2015), pero que permanecen ocultas al público.

Sin embargo, los funcionarios del Departamento de Justicia de la administración de George W. Bush, quien inició la infamante y selectiva guerra contra el terrorismo y todas las prácticas que ello conllevó, consideraron así la práctica, según describían en un memorando desclasificado durante el inicio de la presidencia de Barack Obama:

«Esta técnica se utiliza para causar malestar sicológico, sobre todo si un detenido, por razones culturales o de otro tipo, es especialmente recatado», pero al mismo tiempo, ese funcionario añadía que la desnudez forzada difiere de «cualquier acto de degradación sexual implícita o explícita».

The Guardian alude a otros métodos que también fueron documentados en la investigación que llevó a cabo el Senado estadounidense sobre el uso de la tortura por la CIA, y en este caso «justificada» como práctica medicamente necesaria, la llamada «rehidratación rectal», por supuesto considerada desde el punto de vista de los derechos humanos como un definido asalto sexual.

En el campo de concentración que se creó en la ilegal Base Naval de Guantánamo para los «combatientes enemigos» —como Estados Unidos designó a sus detenidos para no clasificarlos como prisioneros de guerra y tener que acatar las convenciones que los protegen de abusos y arbitrariedades—, se utilizó ¿se utiliza? la «rehidratación».

The Guardian menciona el caso de Mustafa Hawsawi, quien tiene un prolapso rectal y persistentes problemas médicos relacionados con la «hidratación rectal». Hawsawi todavía está encarcelado en ese centro de detención y enfrenta un tribunal militar en relación con los ataques del 11 de septiembre de 2001.

Aquellos que gustan de olvidar la historia y hacen llamados o instan a la desmemoria colectiva, podrían argumentar que estas son cosas pasadas de la era Bush, el hijo.

Sin embargo, en la actual campaña electoral en Estados Unidos, donde en principio se determinarán quiénes son los candidatos que representarán a los dos partidos que se alternan en el poder, la práctica de la tortura en los interrogatorios a prisioneros ha salido a relucir, dándole una actualidad notoria y preocupante.

¿Salvajes malos y salvajes buenos?

«Tenemos que vencer a los salvajes», y con esta definición de los terroristas se acompañó de cómo él lo haría: nunca daría a los militares instrucciones de romper la ley, pero ya había dicho antes que traería de regreso la práctica del «submarino» (waterboarding en inglés) y otras formas graves de tortura.

«Tenemos que jugar el juego de la manera que están jugando el juego. No vamos a ganar si somos suaves y ellos no tienen reglas», dijo Donald Trump, aspirante a la candidatura republicana, en una entrevista grabada, en la que rechazó el argumento de que entonces los rehenes estadounidenses podrían ser tratados peor por los enemigos.

Su percepción de la efectividad de la tortura continuó al añadir que fue un signo de debilidad de Estados Unidos haber prohibido el uso del waterboarding en los interrogatorios.

«Pienso que nos convertimos en muy débiles e inefectivos. Pienso que por eso es que no estamos derrotando al ISIS (Estado Islámico). Esa es la mentalidad (…). Estamos en el lado débil».

Ya Donald Trump había insistido en la santificación del submarino o waterboarding: «no se sabe si se trata de la tortura»… «puede que sea un poco demasiado duro, pero no podemos ser agradables» en la lucha contra el terrorismo.

¿Qué puede esperarse de Estados Unidos cuando no pocos ciudadanos aprobaron estas definiciones del aspirante a la candidatura presidencial?

¿Qué puede esperarse cuando las 14 000 o más fotografías de los detenidos permanecen ocultas a la mirada pública?

¿Qué puede esperarse cuando están a buen recaudo las 6 000 páginas del reporte del Senado sobre las torturas aplicadas por la CIA, que detalla esas execrables acciones, un estudio que llevó cinco años de investigaciones a un costo de 40 millones de dólares?

¿Qué puede esperarse si el 9 de diciembre de 2014, tras ocho meses de haberse votado que partes de ese estudio sobre el Programa de Detención e Interrogatorio fueran dados a conocer, solo se entregaron 525 páginas, específicamente el sumario ejecutivo del documento, mientras el resto permanece clasificado bajo el sello de secreto?

¿Qué puede esperarse cuando en la administración que sucedió a George W. Bush no se han juzgado los principales cerebros que idearon y autorizaron tan horrendos procedimientos?

Se hace bien difícil que el mundo acepte que Estados Unidos se autoproclame el policía, el fiscal y el juez de otros en el tema de los derechos humanos, cuando en este dossier de la tortura —por citar solo una de las violaciones más flagrantes— tiene terribles pecados capitales.

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