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La unidad es la clave

A diez años del puntapié que sufriera el engendro del ALCA en Mar del Plata, ¿se enfrenta América Latina hoy a un supuesto «fin de la era progresista» o se afianzan los procesos de cambio fomentados en la última década?

Autor:

Yailé Balloqui Bonzón

Fue entre el 4 y 5 de noviembre de 2005 cuando todo cambió. Durante la celebración de la IV Cumbre de las Américas en Mar de Plata, Argentina, se enterró al tratado continental de supuesto libre comercio propuesto por Estados Unidos, conocido como el Área del Libre Comercio de las Américas (ALCA), una iniciativa de recolonización continental.

La iniciativa imperialista fue gestada en la década de 1990, con el objetivo —apenas disimulado— de preparar un acuerdo hemisférico que integrase los mercados de todos los países del continente americano subordinados a Estados Unidos y `permitiera el saqueo y el despojo de las riquezas de la región.

Pero, un movimiento antineoliberal que tenía su base en los movimientos sociales y populares, y su epicentro en el eje Habana-Caracas bajo el impulso de Fidel Castro y Hugo Chávez —quienes ya habían establecido la entonces Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA) el 14 de diciembre de 2004 en Cuba— allanó el camino para dar al traste con el engendro norteamericano y borrar los estragos de la doctrina «América para los americanos».

Luego de transcurridos diez años, aquel hito —cuyo colofón fue un estrepitoso fracaso de George W. Bush y el alegre apretón de manos entre sus protagonistas principales, Luiz Inácio Lula da Silva, entonces presidente brasileño, y los lamentablemente fallecidos presidentes de Argentina y Venezuela, Néstor Kirchner y Hugo Chávez—  no solo constituyó un hecho extraordinario e histórico, sino que indicó a la vez el sí a la integración entre iguales, entre países en desarrollo, para tener una voz que se escuche y una espalda que resista las presiones de afuera.

Contexto perfecto

En aquel momento, las condiciones para que Estados Unidos saliera de lo que por décadas consideró su patio trasero, estaban trazadas. En primer lugar, la aparición de un conjunto de gobiernos antineoliberales que inclinaron la balanza. Si cuatro años antes, en Quebec 2001, durante la tercera Cumbre de las Américas, la propuesta del ALCA había avanzado casi por unanimidad —con solo Venezuela, con el gran Hugo Chávez a la cabeza, expresándose en contra—, Mar del Plata 2005 evidenció una ruptura total con aquel modelo. Y nada más habían pasado cuatro años.

El ascenso a los escenarios de poder del Frente Para la Victoria en Argentina, del Partido de los Trabajadores en Brasil y del Frente Amplio en Uruguay modificó la correlación de fuerzas a nivel regional. Sucesivamente vendrían los triunfos del Movimiento al Socialismo en Bolivia, con Evo Morales al frente, —quien había estado entre los líderes sociales hemisféricos en la Cumbre de los Pueblos en Mar del Plata, como dirigente indígena y sindical de los bolivianos—, y de Alianza País en Ecuador, liderado por Rafael Correa, los cuales reforzaron el ideario integracionista que todos estos Gobiernos albergan dentro de su plataforma programática.

El que por años Estados Unidos defendió como su «patio trasero» ya no era tal por la sumatoria de los nuevos proyectos.

Fue en ese escenario argentino también donde se estrecharon y sumaron a la construcción de este cambio de época, las organizaciones y movimientos populares. Llegados a la cita desde todo el continente, la reunión tuvo su encuentro paralelo en las calles y  en un multitudinario acto de masas realizado en el Estadio Mundialista, Chávez lanzó su recordado « ALCA, al carajo», que marcó el inicio de un nuevo ciclo.

Este «oasis antineoliberal» como lo caracteriza, muy acertadamente, el sociólogo y politólogo brasileño, Emir Sader, vive otra nueva etapa a la que algunos analistas y medios de comunicación de la élite pretenden convertir en un «fin de ciclo» y regreso al neoliberalismo.

Esas pretensiones dejan de tener sustento, si se analiza la realidad que hoy nos circunda. No obstante, con claridad y sentido común, tenemos que estar alertas ante las estrategias burdas que se utilizan para darle veracidad a los intentos de restauración conservadora que pretenden frenar ese «cambio de época» regional.

Las acciones de la derecha se traducen en Brasil en las movilizaciones exigiendo la renuncia o el impeachment de Dilma Rousseff y los intentos de «golpes blandos» que se ven hoy en Ecuador, Bolivia y Venezuela.

Y justo frente a estas circunstancias, la importancia de aquel «No al ALCA» reside, fundamentalmente, en visualizar las estadísticas de las que gozan las mayorías populares en nuestros países, sobre todo en términos sociales, cuando en el contexto mundial prima cada vez más el neoliberalismo. Ahí está Europa como ejemplo.

Cambiar, pero...

Habría solo que mirar los índices. En 2014, seis de cada diez bolivianos eligieron al Movimiento al Socialismo, cinco de cada diez uruguayos y brasileños hicieron lo propio con el Frente Amplio y el Partido de los Trabajadores, respectivamente. En este 2015, el FPV argentino espera afianzarse en el poder, similar a lo que podría ocurrir con el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), en las elecciones legislativas de diciembre próximo.

Cifras y hechos que demuestran la inexistencia de un pretendido fin de ciclo regional; por el contrario, el propio discurso derechista aprovecha precisamente los avances sociales logrados hasta el momento por estos Gobiernos de izquierda, a los que esa derecha promete dar «continuidad» en caso de que sus candidatos sean elegidos.

Justamente los sectores más conservadores de la región intentan reacomodarse ante el nuevo escenario, luego de una década que los encontró desorientados ante el avance de los diversos procesos de cambio.

Es el caso de Mauricio Macri, el candidato derechista en Argentina, que se enfrentará en segunda vuelta, el próximo 22 de noviembre, con el oficialista Daniel Scioli. Macri viene al frente de la coalición Cambiemos, y propone justamente un vuelco político en el país pero sin dejar de reconocer las políticas sociales del kirchnerismo.

De sobra sabe que estas políticas tienen una extendida simpatía popular, sin la que sería imposible pretender la Casa Rosada.

La situación también se hace palpable en Venezuela, país que sufre una fuerte guerra económica y un constante asedio para derrocar la Revolución, de manera continua desde 2002, dada la inoperancia de la oposición para imponerse por la vía electoral.

La derecha venezolana, que tanto daño le infligió al Gobierno de Hugo Chávez y más aún le ha proporcionado a Nicolás Maduro, con los medios de comunicación nacionales e internacionales bajo su control y con descomunal apoyo, conserva un peso en Venezuela que no se puede despreciar. Pero ellas tienen dos grandes debilidades, entre muchas otras, que se pueden destacar como relevantes.

Ante la imposibilidad de presentarle un proyecto al país en temas tan sensibles como la política petrolera y, muy particularmente, en las sociales, centra su discurso únicamente en negar toda la obra chavista en beneficio del pueblo; pero promete «mantener» las políticas sociales.

De igual manera ocurrió en Brasil durante las elecciones generales de 2013, cuando los candidatos que pretendían sacar del Palacio de Planalto al Partido de los Trabajadores, luego de ocho años de mandato, arreciaban su ofensiva contra Dilma Rousseff, pero defendían y prometían mantener y profundizar aún más la atención al pueblo. Es que Marina Da Silva y Aecio Neves sabían que sería un suicidio político contrariar aquellos programas que han beneficiado a más de 50 millones de brasileños.

Pensar y actuar de conjunto

En medio de todo el contexto vivido luego de aquel marplatense noviembre de 2005, la región comenzó a debatir en los últimos años una nueva inserción global. La aparición del denominado grupo BRICS, formado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, y su estrecha relación económica y política regional con Beijing y Moscú, marcó un hito importante que busca afianzarse.

Otro punto coyuntural para América Latina y el Caribe es el apuntalamiento y solidificación de las instancias de integración autónoma construidas: la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), el Mercado Común del Sur (Mercosur) y el ALBA-Tcp.

A una década del camino emprendido en Mar del Plata, debemos, en fin, pensarnos de conjunto. Si bien ya no contamos con algunos de los actores iniciales, —Kirchner y Chávez—  están otros líderes para, con su experiencia, garantizar la consolidación del proceso de integración y unidad regional.

El espíritu de unidad que reverdeció la región diez años atrás, hoy necesita del abono de ellos, de nosotros, de todos.

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