El general Abdel Fattah al-Sisi. Autor: AP Publicado: 21/09/2017 | 05:41 pm
A pesar de que las elecciones presidenciales prometidas por el Gobierno de facto en Egipto, aupado por los militares, están programadas para febrero de 2014, la carrera por la alta jefatura del Estado comenzó temprano. Y es una competencia en la que el general Abdel Fattah al-Sisi, ministro de Defensa, tiene mucho que ganar al contar con el respaldo de una gran maquinaria mediática que lo presenta como el hombre fuerte que con el golpe de Estado del pasado 3 de julio, salvó a la nación del Gobierno islamista de Mohamed Mursi.
Si luego de esa asonada que derrocó a un ejecutivo elegido democráticamente, Al-Sisi negó sus pretensiones de ser el Presidente, hace poco no descartó su postulación, lo que fue muy bien recibido por una gran parte de la población que lo ve como el héroe que rescató al país de ser conducido a un califato.
Durante estos meses, Al-Sisi ha jugado sus cartas inteligentemente para no ser percibido como un militar con ambiciones de más poder. Su apuesta después del 3 de julio fue sostener y afianzar una administración con ropaje civil, presidida por el juez Adli Mansour, para evitar la indignación y el odio hacia el Ejército que despertó el mariscal Hussein Tantaui, quien, acompañado de sus generales, secuestró el poder ejecutivo durante los 16 meses posteriores a la caída de Hosni Mubarak, en febrero de 2011.
En medio del culto construido por los medios de comunicación tradicionales y por los círculos de poder de Egipto, y a cuatro meses de los comicios, se constata un escenario carente de figuras que pudieran hacerle una buena competencia a Al-Sisi si finalmente este se decidiera a ser candidato. Muchos de quienes pudieran inscribirse se niegan a hacerlo esperando la decisión del titular de Defensa.
Es el caso, por ejemplo, de Ahmed Shafiq —ex comandante de la Fuerza Aérea y el último primer ministro del Gobierno de Mubarak—, quien afirmó que no se presentaría a los comicios en caso de que Al-Sisi entre en la competencia. El número dos en las presidenciales del año pasado y candidato de los militares y los mubarakistas en ese entonces, dijo ser «el primero» en patentizar su apoyo al actual jefe del Ejército, lo que dispara aún más las especulaciones de que Al-Sisi podría ser el próximo mandatario.
Por su parte, el ex jefe de la Liga Árabe, Amr Moussa, quien también compitió en la lid que puso a Mursi en la jefatura del Estado, aseguró que Al-Sisi ganaría por amplio margen, pues Egipto «quiere un líder decidido» ante la «preocupación y el miedo por la anarquía y el terrorismo».
Mohammed Al Baradei, entre otras figuras de la oposición, solo tienen para mostrar su descrédito.
En tanto, el islamismo político se encuentra en un escenario muy poco favorable, luego de la cacería y descabezamiento de los principales líderes de la Hermandad Musulmana, cuyas actividades fueron prohibidas, sus fondos congelados, y disuelto su brazo político, el Partido Libertad y Justicia, además de que se le retiró el reconocimiento como ONG.
La potencial postulación de Al-Sisi es otro golpe a las aspiraciones genuinas de democracia y dignidad que buscan algunos sectores del pueblo egipcio, y terminaría legitimando el golpe de Estado.
Se engaña quien cree que el general más famoso hoy en Egipto puede significar un cambio en la estructura de poder de la nación norteafricana y la más poblada del mundo árabe.
Algunos medios han presentado a Al-Sisi y a algunos generales más jóvenes que los octogenarios como opositores al protagonismo político que la casta más veterana le ha conferido al Ejército. Pero, esto no pasa de ser una estrategia de publicidad de estos sectores castrenses para perpetuar precisamente su mando, para lo cual prefieren la influencia indirecta a través del control sobre sectores claves de la economía —tienen en sus manos el 30 por ciento del PIB del país, un poder económico que maniata la política.
Para colmo, el ejército quiere incluir en la nueva Constitución el derecho a nombrar al titular de Defensa, de modo que queden inmunizados ante un Gobierno civil, que de momento no se vislumbra.
Los militares siempre han tenido en sus manos el poder, y no se lo dejarán quitar fácilmente. Y si Al-Sisi decide competir por la silla presidencial, no la tendrá difícil, y con él estarán ganando los mismos de siempre.