En la travesía hasta la isla se asoman los palafitos en los que viven muchos indígenas. Autor: Yaimí Ravelo Publicado: 21/09/2017 | 05:39 pm
TUCUPITA, Delta Amacuro, Venezuela.— Pasamos más de seis horas montados en la lancha, la que a veces, en vez de una embarcación, parecía un salvaje potro sobre el agua. Partimos de Puerto Volcán —que nada tiene de puerto— a las 6:38 de la mañana, con luz total, pues aquí amanece tan solo cinco horas después de la medianoche.
Íbamos con lógicos temores. Nos habían hablado de las pirañas, que cuando caen en cuadrilla son capaces de devorar a un hombre. Nos habían dicho de los caimanes inmensos y también de las culebras, como se les llama en casi toda la República Bolivariana de Venezuela a las serpientes. Pero, sobre todo, nos comentaron de la brutalidad de las aguas cuando se forma una tormenta; algo lógico porque el Orinoco es, según varios sitios digitales, el tercer río más caudaloso del mundo, solo superado por el Amazonas y el Congo.
Teníamos, sin embargo, la tranquilidad que transmitía el timonel, Aureliano Monterola, quien navega por esas corrientes «carmelitosas» desde hace 40 años —empezó a los 12—; y el apoyo de nuestros médicos acompañantes: Jorge Félix, Reynier, Norbis y el enfermero Wilfredo, curtidos ya por travesías de ese tipo.
Viajamos a unos 60 kilómetros por hora. El objetivo era arribar a una isla situada en el delta del río, casi al borde del océano Atlántico, llamada Curiapo, y que con 1 357 habitantes es el principal asentamiento poblacional del municipio de Antonio Díaz, un territorio eminentemente aborigen, con una población aproximada de 26 600 personas.
«Allá viví de todo, comí lo que nunca había comido, hice lo que jamás había hecho, hasta aniquilé una anaconda de cuatro metros, que no pude ponérmela en el cuello para hacerme la foto porque pesaba demasiado y me doblaba el cuerpo», nos dijo Jorge Félix después de haber pasado frente al barrio de El Consejo, del que divisamos las casas sin paredes, llenas de chinchorros (hamacas) y con las pertenencias en el piso de madera, al mejor estilo indígena.
El río se portó indulgente hasta que llegaron los interminables minutos del primer oleaje fuerte, producido por un barco con el que nos cruzamos a distancia. Ocaña, reportero de la radio cubana, tuvo que quitarse asustado de la proa. Amado López, el camarógrafo, perdió los espejuelos mientras intentaba filmar el vaivén. Y Alien Fernández, el periodista de la televisión, abrió los ojos en grande. Pero a todos nos inundaba una satisfacción especial porque esta expedición era la primera de un equipo de prensa a Curiapo. Y porque allí, a unos 150 kilómetros de Tucupita, veríamos lo increíble.
Vida flotante
Los habitantes de esta isla que puede atravesarse de largo en una rápida carrera de 30 segundos, no parecían notar la llegada próxima de los forasteros. Desde las moradas flotantes —porque están en el agua levantadas por pilastras— alguna mano nos extendió un saludo.
Antes habíamos visto, en la ribera, la planta que genera electricidad para la isla, la cual consume diariamente miles de litros de combustible y se reabastece cada dos semanas. E imaginamos los trabajos para llevar hasta allá a los colaboradores, los avituallamientos necesarios.
Observamos a los criollos (como se les dice a los indios que se han «modernizado» o cruzado con otras razas), a muchas mujeres de baja estatura sin zapatos, a los niños chapaleando en el agua nada nítida, a algunos guyaneses que han migrado.
Contemplamos, absortos, las antenas satelitales pegadas a los techos de los palafitos (nombre de esas casas en el aire), algunos televisores, equipos de música... en fin, ciertos adelantos de la tecnología incrustados como extravagancias necesarias en aquel paisaje acuático y de selva.
A las 9:54 de la mañana, finalmente, tocamos tierra para dirigirnos al Centro Médico de Diagnóstico Integral (CDI) Elina Cotúa (fundado hace siete años), donde laboran 26 colaboradores de la misión Barrio Adentro, creada por el Gobierno Bolivariano con el fin de extender la salud a todos los rincones de la nación. Es la única institución médica en todo el municipio de Antonio Díaz.
El director, Adonis Hechavarría González, un fisiatra nacido en la ciudad santiaguera de Palma Soriano y residente en Las Tunas, fue de los primeros en darnos la bienvenida. Él lleva nada más y nada menos que 34 meses en este estado (27 de ellos en Curiapo), tiempo en el que aprendió a hablar algo del warao, el idioma originario de los nativos, aunque en el islote muchos dominan también el español.
«Aquí la vida es salvaje y primitiva», expresó sin rodeos. «Ellos comen del agua, beben esa agua, se trasladan por el agua y hacen sus necesidades fisiológicas en el agua».
Por eso, el contacto inicial con esas comunidades de Delta Amacuro fue chocante. «Prevalecen las enfermedades respiratorias, la desnutrición y el parasitismo; y la hemoglobina de las personas tiende a ser muy baja. A mí me impactó ver cómo se tomaban cada día el guarapito, que es simplemente echar un poco de agua del río en un pomito con tapa, agregarle azúcar y agitarlo».
Los pueblos de esta región son tan apegados a esa llanura acuosa que con frecuencia algunas personas ingresadas, en vez de aliviar sus apuros biológicos en los baños del centro hospitalario, terminan haciéndolo en el propio río.
De esa primera etapa también resultó difícil adaptarse a la poca interacción con el «mundo exterior» pues los colaboradores de Curiapo, descontando los que deben trasladar casos de urgencia, van solo una vez el mes a la capital del estado (Tucupita) a cobrar y hacer unas apuradas compras. Siempre en lancha, por supuesto.
«Cuando llegué solo existía una conexión muy débil a Internet, no había cobertura telefónica; desde hace un año y medio ya podemos comunicarnos por esa vía», nos comentó Adonis mientras entrábamos a la instalación, dotada de equipos de Rayos X, ultrasonido, endoscopia, laboratorio clínico, sala de rehabilitación, salón de partos, sala de terapia...
En el pasillo encontramos a las enfermeras granmenses Carmen Bazán Sánchez y Sandra Espinosa Milán. La primera lleva 33 meses en tierras indígenas y la segunda diez. Ninguna de las dos había montado antes en una lancha tantos kilómetros ni tenían idea de las costumbres de los waraos.
«A mí todavía no se me pegan las palabras, hablan demasiado rápido», confesó Sandra. Mientras, Carmen dijo que al menos conoce términos elementales como bitujá (qué tienes), ajera (dolor), diaraya (fiebre), entre otros.
Sin embargo, la doctora cienfueguera que ahora vive en La Habana Normaida Fernández Rivero, en solo dos meses de labor en Curiapo ya se ha apropiado de numerosos vocablos del warao, acaso porque los tiene expuestos en un cartel de su consulta, que comparte con la camagüeyana Jennifer Concepción.
En nuestra visita supimos que el warao no es tan necesario en Curiapo como en las islitas y afluentes aledaños, en los que hay menos dominio de la lengua española.
«Cuando hacemos incursiones para pesquisas en territorios del delta como Curiapito, Ibaruma, Manoa, Cangrejito, Paloma del Toro, Joburo, Nabasanuca, etcétera, o cuando llegan al centro personas de esas comunidades, tenemos que comunicarnos en muchas ocasiones en warao; aquí también pasa, aunque con menos frecuencia», explicó el doctor Adonis.
Brujos y oraciones
A poco, salimos a recorrer la isla acompañados de nuestro testimoniante santiaguero y del doctor granmense Michel Fonseca. Así llegamos a la vivienda de Mauricio Aray, quien con 84 años es la persona más longeva del lugar.
Su morada sí tiene paredes y luce con mayor vigor que otras. «En 1950 aquí solo había 17 casas, el barrio se quemó dos veces, pero ahora ha crecido de nuevo y mucho. Nunca hubo médicos hasta que llegaron los cubanos», relató.
Es que, como otros pueblos originarios, los waraos en todo tiempo se encomendaron a los brujos o chamanes, una práctica todavía persistente en su cultura.
«Nosotros no interferimos casi en sus hábitos. Por ejemplo, en visitas a las comunidades cuando hemos visto casos complejos que requieren remisión, siempre hablamos con el cacique, tratamos de convencerlo, pero si él dice que no, regresamos sin el enfermo. Y jamás renegamos de los brujos delante de los pacientes; algunos ya, si no ven solución, los remiten a nosotros. A veces las complicaciones ya son extremas... y resulta más difícil salvar la vida, pero luchamos con todo».
En el camino nos enteramos de algo que sí han cambiado los galenos: ponerles nombres a los niños. Sucede que muchos waraos, como nos expuso el doctor Michel, no acostumbraban a nombrar a los niños ni a marcar la fecha de cumpleaños.
«Cuando íbamos a algunos lugares y preguntábamos el nombre de las personas no lo sabían, tampoco la edad. Ahora, después de los partos, ya salen llamándose Michel, Adonis, Elvis, Yusleidi… como nosotros».
Así, en esas conversaciones con sabor a película, llegamos a la casa de un semi brujo, Alberto García, de 66 años, quien es como un curandero que sana con «oraciones directamente conectadas con el Espíritu Santo», según nos declaró.
En su pequeña casa, llena de hamacas, caben parte de sus 18 hijos y tres nietos. Con su actual esposa, Kenia Yadirka Salazar, de 31 años, tuvo 12 retoños, aunque cuatro fallecieron. «Ya tengo que parar», señaló sonriendo, a lo que el doctor Adonis repuso bromeando igual: «Eso esperamos».
En el medio de su «sala» nos contó con su fe infinita que entre él y los médicos cubanos una vez salvaron a un individuo que había sido mordido por una serpiente y estaba muy mal. «Yo con mis oraciones, ellos con su ciencia».
Después de despedirnos cálidamente, con mil afectos, tomamos rumbo a la morada de otro personaje marcado de Curiapo. Lo llaman Grillo y se nombra en realidad Andrés del Carmen Franco. Tiene 76 abriles y cultivó una prole de 32 hijos y 128 nietos. Pero no estaba, según nos avisó Yudirma, quien es fruto de uno de sus ocho matrimonios.
Con estos asombros, viendo a los niños chapalear en el agua carmelita, nadar, jugar... mirando los botes y las lanchas pasar cerca de nosotros, regresamos al centro médico.
Otras historias
Zindia Medero Batista, una holguinera que apenas lleva un mes en este ambiente novelesco, tiene 23 años y es la más joven de los colaboradores en la isla.
Ella nos recibió en su consulta de Estomatología para contarnos que en ese tiempo ya atesora un montón de historias, algunas curiosas, como la de varios pacientes que al acostarse en el sillón odontológico han puesto la cabeza para el lado en el que van los pies.
Y agregó que «tienen, por lo general, las muelas blanditas», tal vez por la dieta que llevan; y que la higiene bucal dista mucho de los parámetros deseados; por eso el trabajo profiláctico debe ser extraordinario, aunque paciente; pues las costumbres no pueden variarse en un pestañazo.
Al salir, el doctor Adonis nos colmó de otras historias: una madre que se presentó en la noche con un parto gemelar y hubo que trasladarla en una de las dos lanchas-ambulancias hasta Tucupita y pudo salvar a uno de los niños; la de otro hombre que fue mordido por una serpiente mapanare y terminó salvado por las manos de los colaboradores cubanos; el caimán que encontraron en el portal de Flor, una criolla que aprecia mucho a los cubanos; los sustos en el río en el período de enero a abril, que es cuando se produce la sequía, el Orinoco decrece y, contradictoriamente, aumenta su bravío oleaje.
Regreso
Entre anécdotas se nos fue agotando el tiempo. Había que regresar para evitar el aguacero vespertino que nos sacudiera la embarcación y nos pusiera en peligro mayor.
Al propagarse la noticia de la partida, varios colaboradores caminaron hasta el improvisado muelle a despedirnos, levantaron sus manos y nos dijeron adiós con un sentimiento entremezclado de alegría y tristeza.
Creo que nos pasó lo mismo a todos. La lancha arrancó contra corriente y los cuerpos de los nuestros allí en Curiapo se nos fueron convirtiendo en siluetas cada vez más diminutas; pero a medida que avanzábamos por el río encajado entre selvas y pensábamos en las tres horas de travesía para el regreso, ellos se nos iban agrandando, silenciosamente, en nuestros pechos.
Otros embajadores en la isla
En Curiapo laboran otros cuatro colaboradores cubanos: Vladimir González y José Antonio Callis —de Santiago de Cuba— y los villaclareños Idalberto Pérez y Alaín Olivera.
Los dos primeros trabajan apoyando las misiones educativas implementadas por el Gobierno Bolivariano, sobre todo preparando a los facilitadores que luchan por elevar el nivel cultural de estos pobladores, o en otros casos por conseguir la anhelada alfabetización.
Mientras, Idalberto y Alaín colaboran con la misión Barrio Adentro Deportivo, que en el caso de Curiapo impulsa deportes como lucha —donde los indígenas son muy fuertes—, fútbol sala, baloncesto, voleibol y ajedrez. La intención es estimular el ejercicio físico e intelectual como fuente de salud y vida.
Los cuatro han escrito páginas admirables en una isla que ya forma parte de sus existencias.
Yakera wito, mariaza
Varios de los cooperantes cubanos han tenido que armarse de un breve glosario del warao hablado en esta zona del Delta Amacuro, que no es igual al de otras regiones. Incluye términos como estos:
Bitujá (qué tienes), yakera wito (está bien), bajokaya (cómo estás), jakono (casa), yarakote ijibi (medicina), noa (ven), jiway (nombre), akary (apellido), Iji kasa Bamo (de dónde viene), ji kura katamona (edad), danotamakita (siéntate aquí), azokeimía (diarrea), diaraya (fiebre), obo (catarro), ajoya (tos), nakuajera (dolor de cabeza), obonojuba (lombrices), kojokoajera (dolor de oído), matejoajera (dolor de cuerpo), botobotera (decaimiento), dokoya (vómito), sori (sarna) jijora nisanú (saca la lengua), jiroco muramo (abre la boca), najoro (comida), isaka (uno), manamo (dos), dianamo (tres), orabacaya (cuatro), moabasi (cinco), momatana isaka (seis), daisa (entra), mate (espera), aniaco (mañana), noche (imaya), ekida (se acabó), maraisa (amigo).
Maravillas de un río
Todos los cooperantes cubanos en Cuariapo se han maravillado con el Orinoco, un río de unos 2 140 kilómetros de largo que pasa por tierras de la República Bolivariana de Venezuela y Colombia. Desemboca en el océano Atlántico, no muy lejos del lugar donde ellos trabajan. El Orinoco forma un admirable delta que supera los 30 000 kilómetros cuadrados.
Su ancho promedio es de cientos de metros, pero sobre todo en tiempos de precipitaciones llega a ser de kilómetros y a tener cien metros de profundidad. Es navegable más de tres cuartas partes de su curso. En más de 340 kilómetros puede ser empleado por barcos de gran calado.
La inmensa cuenca del Orinoco, que supera los 880 000 kilómetros cuadrados, recibe unos 200 afluentes, incluyendo ríos como el Apure, el Meta, el Caroní, el Ventuari, el Guaviare, entre otros.
Sobre este portento de agua se levantan enormes puentes como el de Angostura, inaugurado hace 47 años. Se ubica a cinco kilómetros de la ciudad de Bolívar (en el estado del mismo nombre) y conecta a este con el estado vecino de Anzoátegui. Su longitud supera los 1 670 metros y en su punto más alto alcanza 57 metros sobre el agua.
Otro puente importante es el Orinoquia, inaugurado en 2006, después de cinco años de construcción. Es de hormigón y acero y tiene una extensión de 3 156 metros, posee cuatro torres principales de 120 metros y una altura promedio sobre el agua de unos 40 metros.
Fuentes: venciclopedia.com y EcuRed