El puente de Can Thó. Autor: Rafael Solís Publicado: 21/09/2017 | 05:36 pm
Vietnam ya no es la guerra, aunque sus vestigios todavía provoquen pavor en los cientos de personas, nacionales y extranjeros, que van a verla en los museos.
Fotos, cartas e instrumentos de agresión y tortura, cuentan los peores episodios de aquel horror, sin rencor, pero sin olvido. La nueva generación crece sabiendo quiénes y cómo intentaron llevar a su país a la Edad de Piedra y quiénes fueron los héroes que lo impidieron. Flores, inciensos y rezos en templos construidos especialmente para contar sus proezas, dan cuenta de la memoria y el respeto.
Pero la principal contienda del país es otra ahora. Se llama Doi Moi (renovación) y comenzó hace casi 30 años.
Originalmente se le consideró una consecuencia de la perestroika soviética y generó mucha polémica dentro y fuera del país, en vista del estrepitoso fracaso que en unos años desintegró a la superpotencia.
Todos dudaban que un país pobre, desangrado por tres guerras y un bloqueo económico en menos de medio siglo, sobreviviera a un experimento propio sin los amortiguadores del ya inexistente campo socialista.
Adicionalmente, impactaba a la región y al mundo el fenomenal despegue de los llamados «tigres asiáticos», que se convertirían en paradigmas del crecimiento en los confusos años 90 con métodos capitalistas muy específicos. El socialismo en todas partes se escribía entonces entre signos de interrogación.
Luu Hai, periodista que ha vivido y reportado todas las épocas, desde la guerra, recuerda la incertidumbre inicial de los comunistas vietnamitas: «Creíamos que ya estábamos en el socialismo, porque había igualdad, pero no avanzábamos. Habíamos olvidado lecciones básicas del marxismo como que no se puede saltar de una sociedad feudal al socialismo. Y empezamos a combinar economía de mercado con planificación socialista. Eso generó oposición y debate. Pero la gente pedía cambios y se hicieron».
La osadía vietnamita fue interpretada de diversas maneras. Todavía muchos, impresionados por la dinámica de desarrollo que hoy exhiben sus ciudades, suelen decir que «parece un país capitalista».
«Parece, pero no lo es», responden los líderes del país. La diferencia la pone la conducción política, cuyas líneas estratégicas han sido trazadas, desde 1986, por sucesivos congresos del Partido Comunista, el mismo que fundó Ho Chi Minh y que ganó todas las guerras.
«Algunos creyeron que nos desviábamos al capitalismo, pero aquí seguimos construyendo el socialismo. Logros para un grupo pequeño de personas no valen. Deben ser para beneficio de todo el pueblo trabajador», nos advertía en la bienvenida a Vietnam, Duong Minh, subdirector para América Latina del Comité Central del Partido.
«Después de 27 años de Doi Moi, podemos hablar de muchos logros y también de errores. Cambiamos el modelo de desarrollo, reestructuramos la sociedad. Doi Moi es renovación. La esencia se mantiene. El socialismo se mantiene, pero es necesario renovarlo constantemente».
De los túneles de Cu Chi a los puentes sobre el Mekong
Después de atravesar el país de norte a sur, a lo largo de más de 2 000 kilómetros y 12 ciudades, de mayor o menor importancia, las palabras de nuestros anfitriones valen por la fuerza de los hechos.
En todas partes hay señales inequívocas del progreso. Y aunque siempre son convincentes los datos macroeconómicos —de Vietnam bastaría decir que ha sido reconocida por las Naciones Unidas por la reducción de la pobreza, que superó a China en exportación de arroz y que emula con Brasil en exportación de café—, también es bueno pulsar el ánimo de la sociedad.
En Vietnam la gente sonríe fácilmente y siempre parece estar ocupada en algo productivo. Los ancianos se veneran y los niños se consienten. Antes que solas, las personas suelen recrearse en familia y en familia se mueven, aunque sobre una moto sencilla tengan que viajar cinco.
Pero sobre todas las cosas, llamó mi atención el cambio que se advierte en el desarrollo físico de las nuevas generaciones. Sin ser experta, estaría dispuesta a afirmar que en pocos años, los vietnamitas ya no serán reconocidos por su baja estatura y su delgadez profunda.
La buena noticia es que esta transformación se da sin que hayan renunciado a sus tradicionales comidas, bajas en grasas y abundantes en vegetales. Ellos pueden afirmar con orgullo que la comida chatarra entró, sí, pero no es tan popular como la propia. Y ojalá nunca lo sea (un diario en inglés afirma hoy que en diez años creció en 211 por ciento el número de diabéticos, principalmente por la «importación» de malos hábitos alimentarios).
Mirando a esta nueva generación, más alta y más hermosa, y pensando en esta época, más dinámica y desafiante, pensé en dos de los mayores asombros que nos ha provocado este viaje: los túneles de Cu Chi y los puentes sobre el Mekong.
Los primeros son una verdadera maravilla de ingeniería popular. Es una auténtica ciudad bajo tierra que, a solo 40 kilómetros del Saigón gobernado por los títeres y ocupado por los yanquis, fue campamento del ejército de liberación del sur y temible tumba para sus adversarios.
Para que puedan hoy pasar por ellos los turistas que visitan Cu Chi, se ha ampliado la boca de entrada a los túneles. En las originales solo cabían los escuálidos combatientes que durante años se alimentaron exclusivamente de yuca cocida, aderezada con sal y maní.
En contraste, la maravilla de la ingeniería contemporánea son los numerosos puentes que conectan ciudades y distritos que vivieron separados por el agua de sus anchos ríos durante décadas. El último que atravesamos, abre las puertas a Can Thó, la ciudad más al sur de nuestro itinerario.
El puente de tirantes de Can Thó fue construido en apenas dos años y es de las obras que ha facilitado el comercio agrícola del Delta del Mekong —famoso por la fertilidad de los suelos y el sabor de sus frutas—, propiciando precios más asequibles en los mercados de Ciudad Ho Chi Minh y otras de la región.
Imaginación y laboriosidad, méritos indiscutibles del pueblo vietnamita que hicieron posible obras como los túneles de Cu Chi en la guerra y los puentes sobre el Mekong ahora, explican el milagro vietnamita, propiciado por el Doi Moi.
Pero los cambios que deslumbran al visitante no parecen generar triunfalismos. Según Luu Hai, «estamos conscientes de que, al abrir las puertas, junto con el aire fresco, también entran bichos». En su último congreso, el Partido definió cuatro peligros fundamentales para el socialismo vietnamita:
En primer lugar ubican la corrupción y la burocracia, males que enfrentan elevando la eficacia administrativa y el control popular. El segundo peligro es el atraso económico. Entienden que en un mundo de veloz actualización tecnológica, la ventaja la pone el conocimiento y enfrentan el riesgo expandiendo en todas direcciones la informatización de la sociedad.
El tercer peligro podría acechar desde los dos anteriores y consiste en que se promueva desde el exterior una rebelión al estilo de las primaveras de otras latitudes. Y el cuarto, que es al mismo tiempo la suma de todos los peligros, es que Vietnam se desvíe del camino socialista.
La sola conciencia de que esos peligros existen y la decisión de enfrentarlos sin renunciar a las más dinámicas vías hacia el desarrollo, genera confianza en la gente y fortalece el liderazgo del Partido.
«Hacemos todos los esfuerzos para que el pueblo sea rico. Pueblo rico, país poderoso», dice en síntesis una frase que resume el espíritu de la Renovación, llamado también socialismo con características vietnamitas, porque se reivindica orgullosamente socialista y porque no copió de nadie ni pretende ser modelo de nadie.
Un real acontecimiento económico, político y social por el que se conoce menos a Vietnam hoy, que por la guerra en el pasado. Como si fuera menos trascendente y heroica esta contienda en la que también es una referencia inspiradora.