Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Un abrazo vivo en la memoria

Clarisa López Ramos, la hija de Oscar López Rivera, independentista puertorriqueño que lleva 32 años como prisionero político de Estados Unidos, narra vivencias de la injusticia. Reproducimos en JR lo publicado en el diario boricua Claridad

Autor:

Juventud Rebelde

En unos días, el 29 de mayo de este año, mi papá, el prisionero político puertorriqueño Oscar López Rivera cumplirá 32 años de estar encarcelado. Doce de esos 32 años mi papá estuvo bajo un programa de Unidades de Control, conocidas como las Súper Max, las cuales están ubicadas en Marion, Illinois y en (ADX) Florence, Colorado. Según me describe mi papá: «la celda en Marion era de unos 6 pies por 9 pies y la de ADX era un poquito más grande durante la primera fase del programa y luego era de 6 pies por 9 pies durante la última fase del programa; y me tenían encerrado por 22 horas y 45 minutos al día en Marion y en ADX me sacaban de la celda por dos (2) horas tres (3) veces a las semana. Ello quiere decir que estaba más tiempo encerrado en ADX durante la primera fase del programa que en Marion». Papi estuvo en ese programa sin acceso a aire fresco; todo en la celda era de un solo color; por las noches su sueño era interrumpido cada hora por un guardia que con una linterna iluminaba la celda y lo despertaba para verificar que él estuviese ahí.

Por 12 años las visitas de contacto no eran permitidas, la familia lo visitó sin poder tan siquiera abrazarlo, sentados en un cubículo rodeados de cámaras de seguridad; dos sillas, una mesa con un cristal a prueba de balas, dos teléfonos y Papi al otro lado del cristal a prueba de balas con un teléfono. Recuerdo que utilizábamos vestimenta de colores brillantes en las visitas para que los ojos de papi no perdieran la sensibilidad al color.

Así transcurrió mi niñez y adolescencia visitando a mi papá en estas Unidades de Control. A través de un cristal mi padre observó el pasar de los años, de niña me vio convertirme en toda una mujer. Luego en madre de Karina el 1ro. de mayo de 1991. Papi estaba en la Unidad de Control de Marion, no fue hasta el año 1998 que fue trasladado a la Prisión de Máxima Seguridad de Terre Haute, Indiana, en donde aún permanece. Fue entonces cuando luego de 12 años pude abrazar a papi. El recuerdo de ese abrazo aún sigue vivo en mi memoria.

Mi hija Karina ya estaba acostumbrada a no poder tocar a su abuelo, ellos ya habían desarrollado su propio lenguaje a través del cristal, por años ese lenguaje de poner ambos sus manos en el cristal era el único que conocían. Ese primer abrazo a su abuelo se materializó a finales del 1998, Karina ya tenía 7 años de edad.

A sus 70 años de edad, 32 de ellos encarcelado en condiciones infrahumanas, es tiempo de que mi Papá pueda estar en casa, con nosotras y la familia. Porque a pesar del tiempo yo sueño con ir a la playa juntos, sentarnos frente al mar, ese que es tan libre como él. Sueño con celebrar un cumpleaños, una navidad, una despedida de año y un día de Padres junto a él. Sueño con compartir vida con Papi. Sueño con el día de su excarcelación. Porque no existe ninguna razón por la cual mi Papá deba permanecer ni un segundo más encarcelado.

Papi siempre me dice que «Para los que luchan la victoria será su recompensa». Para todos y todas los que se unen al reclamo, al llamado de su Pueblo por la excarcelación de mi Papá, su llegada a esta su Patria será nuestra recompensa.

Por su pronto regreso a casa, que es donde debe estar.

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