Los españoles, como tantos otros en Europa, vocean su indignación con los recortes. Autor: AFP Publicado: 21/09/2017 | 05:31 pm
Piras humanas. Así protestan muchos, convirtiendo en pasto de las llamas sus propios cuerpos ante cualquier ente gubernamental, en dramático y postrer llamado de atención para denunciar que la gente no puede más con la crisis a sus espaldas.
Otros usan una soga y dicen adiós a la vida discretamente, en la soledad de su casa embargada, aunque el hecho resulte igualmente escandaloso para el status quo.
Puede ser lo mismo un joven italiano sin trabajo, que un jubilado griego… Un anciano que se dio un tiro en la sien hace algunas semanas en plena plaza Syntagma, en Atenas, dejó una nota acusadora en el bolsillo de su pantalón: «El Gobierno de “ocupación” ha aniquilado mi habilidad para sobrevivir con una pensión decente, para la que he cotizado durante 35 años».
Los suicidios como respuesta a los ajustes empezaron precisamente en Grecia, pero se han hecho tristemente habituales ya en países como Italia, Francia o España, donde fuentes de la plataforma ciudadana Stop Desahucios afirman que las muertes autoinfligidas y motivadas por la crisis económica pueden sumar hasta nueve diarias, según se advirtió en un reciente congreso de Psiquiatría. Por eso las llaman «asesinatos»: son las políticas las que matan.
En general, se estima que la recesión ha provocado un aumento de los suicidios en Europa desde 2008. Un estudio realizado por un equipo de la Universidad de Cambridge en 11 países europeos dijo que la tasa aumentó cerca de un siete por ciento en las naciones miembros de la Eurozona, con un repunte preocupante de 17 y 13 por ciento en Grecia e Irlanda, respectivamente.
Crisis social igual a crisis política
Pero ni las manifestaciones que de forma masiva expresan el rechazo a los ajustes impuestos en Europa para salvar el euro y reducir —a sangre y fuego— el déficit fiscal, ni los suicidios, han hecho tanta mella en la tranquilidad de la Comisión Europea y los organismos que imponen los recortes al gasto social, como los acontecimientos recientes en Italia.
Porque millones no se incineran ni se ahorcan. Vocean su inconformidad en las calles; o con mejor resultado, lo hacen, callados, mediante las urnas.
Eso es lo que ha ocurrido esta semana en la península itálica, donde el tecnócrata Mario Monti recibió un voto de castigo del electorado que le relegó a un bochornoso cuarto lugar en los comicios generales.
Para quienes dirigen la macropolítica que está desangrando al Viejo Continente, empero, lo más grave no es tal pase de cuentas.
Otra vez miran con luz corta, y vuelve a predominar el temor al contagio que pueda crear la incertidumbre política en Italia luego de que ningún partido obtuviera mayoría absoluta en el Senado, lo que obliga a quienes más votos sacaron a buscar una coalición que hasta ahora no parece posible.
En una reacción similar a la de Grecia el año pasado, cuando la imposibilidad de formar Gobierno tras los comicios obligó a nuevas elecciones, los gurúes de los ajustes están más preocupados porque, cualquiera sea el resultado en Italia, la receta se siga aplicando al pie de la letra… aun sabiendo que estas no resuelven el déficit fiscal, porque impiden el desarrollo económico.
A pocas horas de cerrarse las urnas y luego de una reunión con Mario Monti, el presidente de la Comisión Europea (CE), José Manuel Barroso, advirtió mentirosamente que si el programa de reformas en curso en el país es «aplicado plenamente», eso «aumentaría significativamente su potencial de crecimiento».
Y ahí están entrampadas en la infructuosa búsqueda de aliados las dos fuerzas más votadas en esa cámara: la llamada coalición de izquierda de Pier Luigi Bersani (con mayoría absoluta en la de diputados, pero solo 123 senadores) y la derecha encabezada por il Cavalieri, Silvio Berlusconi (117 asientos en la cámara alta), cuya reaparición en estas lides no debe asombrar, a pesar del sórdido expediente de su díscola vida personal. Tal es el desencanto y la falta de opciones.
No pocos opinan que una alianza entre ambos sería otro suicidio —pero político—, que dejaría más rozagante aún a quienes son considerados los verdaderos triunfadores de la liza: el cómico Bepe Grillo y su denominado Movimiento Cinco Estrellas (54 escaños en el Senado) —al que por la informalidad de su factura algunos catalogan como el «no partido»—, cuyo discurso antiajustes lo catapultó de la nada a convertirse en la tercera fuerza en Italia.
Esa posición constituye la mejor prueba de que también los europeos comienzan a cansarse de los partidos tradicionales. A no dudarlo: como antes en América Latina, la crisis social se está convirtiendo en crisis política en Europa.
Entre quienes mandan, por fortuna, algunos no están ciegos. Se comenta que ya hay disensos dentro de la CE luego de observar la reacción de los electores en Italia, aunque no se ve hasta ahora indicio de acuerdo para aflojar, al menos, el correctivo fiscal aplicado en las naciones a la zaga.
Directo y sin cortapisas, el ministro de Reconstrucción Productiva de Francia, Arnaud Montebourg, interpretó el voto como una expresión de que los italianos han rechazado «la política impuesta por los mercados», y lo consideró «una advertencia» al resto de Europa y a las políticas de austeridad.
Y no ha faltado algún observador, como el sitio web Levante-EMV, que leyese en el resultado un llamado a la troika europea a rescatar a la gente… ¡y no a las economías!
¿Solo corrupción?
Mas el caso italiano no es el único. También la crisis —bueno, hablemos con propiedad: las malas recetas para sortearla— han pasado factura los últimos días en socios menores de la Unión Europea (UE) como Bulgaria y Eslovenia.
En la primera, considerada la nación más pobre del conglomerado, el primer ministro Boiko Borisov tuvo que dimitir luego de más de una semana de protestas contra el aumento del 13 por ciento en las tarifas de electricidad, salpicadas de enfrentamientos con la policía, que dejaron 14 heridos.
Su renuncia deberá ser ratificada el próximo día 21, con las elecciones legislativas a las puertas, pautadas para el mes de julio.
Pero habrá que ver cómo llega el país a esa fecha. Los manifestantes van por más y han hablado de una Gran Asamblea Nacional que debata sobre una reforma a la Constitución, al tiempo que piden la expulsión de los consorcios extranjeros que se han hecho del servicio eléctrico, así como la renacionalización de las compañías búlgaras.
Muchos consideran, sin embargo, que el tema energético es solo la punta de un iceberg conformado también por el aumento, en general, del costo de la vida, y del desempleo, que escaló al 11 por ciento, lo que deja chicas las denuncias de corrupción y clientelismo político vertidas también contra del Primer Ministro saliente.
Bulgaria, dijo alguien, «necesita de un Gobierno que resuelva los problemas de la gente».
La ira por prácticas corruptas fue la que, presuntamente, provocó también la democión, esta semana, del ejecutivo esloveno liderado por el ya ex primer ministro Janez Jansa, luego de que el Parlamento aprobara una moción de censura en su contra al acusársele de no informar sobre un patrimonio de 210 000 euros en cuentas bancarias y bienes personales.
La medida fue impulsada por el partido Eslovenia Positiva, que lidera Alenka Bratusek, quien tiene ahora dos semanas para formar gabinete y podría convertirse en la primera mujer que dirige los destinos del país.
Sin embargo, resulta obvio que, como en Bulgaria, el rechazo a las medidas de ajuste es el real sustento del disgusto; quizá con mucho mayor peso en el mal humor de la ciudadanía, que las corruptelas.
Eslovenia ha sido tenido hasta ahora como el mejor alumno de la UE en Europa del Este, lo que puede dar fe del rigor con que se han implementado los ajustes.
No por gusto, en su primer discurso ante el legislativo, Alenka Bratusek dejó entrever la posibilidad de abandonar la rígida política de ahorro de su antecesor. El país, dijo, no puede mantener una tendencia a la baja del PIB ni un incremento del desempleo, y consideró que se necesita un Gobierno que «aspire al crecimiento económico y la estabilidad financiera».
Mientras, en España, el reconocimiento por el ex tesorero del gobernante Partido Popular (PP), Luis Bárcenas, de que llegó a tener más de 30 millones de euros en Suiza para —y en esto consiste la acusación— financiar a esa formación política, ha sido una bofetada para una ciudadanía indignada desde que el ex mandatario José Luis Rodríguez Zapatero aprobó las primeras medidas «anticrisis».
Por rejuegos del destino, el voto de castigo contra Zapatero resultó en bonanza para el PP y su líder, Mariano Rajoy, con quien en la presidencia, como era de suponer, los españoles han tenido que apretarse aun más el cinto.
Hoy se habla de una economía española maltrecha y a merced de los ajustes, con un 26 por ciento récord de desempleados y una ciudadanía que va de la sorpresa al enojo al enterarse —por si fuera poco— del desfalco de Bárcenas y el PP.
…Cierto, algunos prefieren cerrar para siempre los ojos. Pero muchos luchan. Y ante los programas de ajuste que en vez de salvar, hunden las economías, parecieran gritar: «¡Rescátennos a nosotros!».