Más de medio millón se congregaron en siete avenidas de Caracas y calles aledañas para asistir al último acto proselitista de Chávez, en vísperas de las elecciones del 7-0. Autor: José M. Correa Publicado: 21/09/2017 | 05:25 pm
CARACAS.— El reencuentro con Cecilia Lena tenía que ocurrir. Nos vimos de nuevo, ayer, durante el cierre de campaña del presidente Hugo Chávez en la capital.
Hacía meses que aquí no caía un aguacero tan fuerte. Pero la mañana fue linda. Puro sol. Los caraqueños bajaban desde los humildes cerros. Salían desde las decenas de torres que han hecho de Caracas un bosque de concreto. Tomaron el metro desde los repartos residenciales de clase media. Vinieron desde el interior del país. Incluso hasta desde el exterior.
Robert Charles Anguita viajó desde el Cono Sur para asistir a lo que consideraba una cita irrenunciable. El domingo votará. «Por Chávez, claro está». Luego, «me regreso para terminar un curso en artes gráficas que estoy realizando».
Con Cecilia, la entusiasta amiga de los cubanos en Carabobo, me reencontré luego de conocernos a fines de noviembre pasado en Mariara, una parroquia de ese estado. Fue el 1ro. de julio, cuando Chávez arrancó con la campaña electoral desde allí hasta el centro de la ciudad de Maracay, en el estado de Aragua.
Entonces me dijo que asistiría a todas las marchas y concentraciones que haría su «Comandante-Presidente» por todo el país. Ayer nos vimos de nuevo. La casualidad no existe.
Me cuenta que no pudo ir a todas las ciudades por donde «su hombre» pasó. «Problemas de salud me lo impidieron». Pero cumplió con su promesa. Dejar en cada plaza Simón Bolívar de donde partiera el revolucionario, una rosa roja. A donde no fue, le encomendó su flor a algún amigo.
Temprano en la mañana, lo hizo ante la vigorosa estatua de Bolívar levantada al comienzo de la avenida con ese nombre y donde Chávez hizo su último discurso de campaña. Venía rumbo al hotel Anauco, para verme. Yo subía por la avenida Bolívar; ella bajaba.
«Qué bueno encontrarte. Toma» —y me dio su última rosa.
Quizá nunca más coincidamos. Le prometí que de regreso a La Habana pondré una flor ante la estatua ecuestre de Bolívar que está en la calle G. «Así debe ser —dice. Chávez también es de Cuba. Y Cuba ya es nosotros». «Y Venezuela, el corazón de América» —le digo. Un pequeño silencio. Asintió.
Regresaba a unirse con sus compañeros. Empapada.
Le ofrecí una capa para que recuperara un poco de calor. «Quién te dijo a ti que esta lluvia da frío. Este aguacero fue bendito». Recogió el chubasquero, se lo echó bajo su brazo. Y se fue. «Mójate, nunca más estarás bajo una lluvia así», me dijo mientras se alejaba.