Jimmy Carter en conferencia en Washington. Autor: Internet Publicado: 21/09/2017 | 05:24 pm
«¿Saben cuánto recaudé para enfrentar a Gerald Ford? Cero. ¿Saben cuánto recaudé para enfrentar a Ronald Reagan? Cero. ¿Ustedes saben cuánto se recaudará este año para las campañas presidencial, del Senado y la Cámara? Seis billones. Esto es 6 000 millones de dólares».
Así dijo el ex presidente Jimmy Carter el martes en Atlanta, durante su intervención en un evento de discusión habitual, Conversaciones en el Centro Carter, y criticó fuertemente la decisión Citizens United (Ciudadanos unidos) de 2010, como se conoce al fallo de la Corte Suprema que dio vía libre al financiamiento ilimitado de las campañas por parte de grupos y súper PACs, que representan los intereses lobbystas y a las corporaciones, una nueva forma de introducir la plata que habitualmente ha corrompido la política estadounidense, porque es la paga por la influencia.
Las donaciones no tienen ya que guardar secreto, simplemente cientos de miles de dólares, incluso millones, pueden ser dispuestos por individuos ricos en una inversión para garantizar favores de quienes ejercen la función de Gobierno.
Carter ha hecho la advertencia de que esto es una amenaza a su democracia y ha expresado la esperanza de que «la Corte Suprema dé reverso a esa estúpida regla», como la calificó.
La conclusión del ex Presidente debe haber sido tremendamente abrumadora para quien asumió la política de su país con un grado de honestidad y creencia personal: «Tenemos justo en Estados Unidos uno de los peores procesos de elecciones en el mundo, y es así mayormente por la excesiva influencia del dinero».
Fue la agencia noticiosa AP la que informó de las declaraciones del presidente 39 de EE.UU., quien añadió que esa medida exacerba la brecha entre los norteamericanos ricos y el resto del electorado.
Por supuesto que esa brecha y ese poder desmedido están enraizados desde su mismo origen en la hipocresía electoral estadounidense que definen como democracia; ahora solo se han quitado la hoja de parra y se exhiben en total desnudez, cuando ambos, el demócrata y el republicano, son el partido de los monopolios, del gran capital, del tenebroso imperio.
Por estos días Carter, de 87 años, ha dicho más de una verdad, empeñado quizá en lavar la cara sucia que reconoce en su país y evitar que caiga como Roma: Que Estados Unidos ha perdido su influencia en el Medio Oriente… Que la guerra civil en Siria empeorará por el flujo de armas desde países de la región… Que es grande y exagerada la influencia, en la elección presidencial en el estado de Florida, de los «líderes opositores» a Cuba, cuando la mayoría de los cubano-norteamericanos desean abrir las fronteras y poner fin al embargo (bloqueo) a la Isla caribeña.
Reportaba también la AP, el 6 de septiembre, las palabras del ex presidente Jimmy Carter en la 16 Conferencia Anual del Banco de Desarrollo de América Latina, sobre su expectativa de que el próximo Presidente de EE.UU. actúe enfáticamente para mejorar las relaciones con Cuba, sin importar qué candidato gane… Aunque, como es lógico, prefiere la reelección de Obama, el de su partido.
Y añadió más respecto a Cuba: está a favor de que sea borrada de la lista (infame, digo yo) del Departamento de Estado, de países a los que acusan como patrocinadores del terrorismo.
Lástima que todos estos presupuestos tan adecuados para una limpieza interna y externa del Imperio caigan en saco roto, como sucedió con aquella advertencia de otro presidente, Dwight Eisenhower, sobre lo que se llamó desde entonces el complejo militar-industrial.
Estados Unidos sigue siendo el país de guerra, el terrorista de Estado, el avaricioso corrupto.