Ingenieros chequean los daños causados a las instalaciones petroleras de la disputada Heglig. Autor: Reuters Publicado: 21/09/2017 | 05:20 pm
Cuando ni tan siquiera ha transcurrido un año desde que Sudán del Sur se separó, mediante un referendo, de la República de Sudán, ambos Estados se encuentran al borde de una guerra que será catastrófica para las dos partes. Recientemente, el Gobierno de Omar Hassan al Bashir catalogó a su vecino como un «enemigo» y dijo que no descansaría hasta acabar con él, según declaraciones del presidente del Parlamento norteño, Ahmed Ibrahim el-Tahir. Sudán del Sur captó la señal. Jartum nos declaró la guerra, dijo su máximo jefe, Salva Kiir.
Después de varios días de enfrentamientos, que dejaron un baño de sangre y echaron por tierra vitales infraestructuras en zonas fronterizas, ambas partes siguen renuentes a detener la confrontación y retornar a las negociaciones.
La paz, tras dos décadas de guerra civil, no llegó con la fragmentación de la más grande nación africana, muy rica en petróleo y gas.
Este presente ya se vaticinaba desde antes del referendo celebrado en enero de 2011. La separación del sur y la creación de un nuevo Estado perpetuaría los viejos conflictos religiosos, étnicos y por el control de los recursos naturales. Que ambos países estén a punto de entrar en una guerra abierta es resultado de ese plebiscito que, dictado por la diplomacia injerencista de Estados Unidos, no buscaba la paz, sino un enclave petrolero que le permita controlar el crudo de la región, minar el Gobierno de Al-Bashir y expulsar de la zona a las empresas chinas del sector de los hidrocarburos.
Ambas regiones, norte y sur, tienen enfrentamientos diplomáticos y armados por el control de zonas fronterizas, cuyo estado jurídico y demarcación quedaron pendientes desde la desmembración del viejo Sudán sin que hayan llegado hasta el momento a un acuerdo.
El punto más grave de esta vieja pugna, que no se calmó con la proclamación oficial de la República de Sudán del Sur, el pasado 9 de julio, tuvo lugar en la zona de Heglig, la cual fue sitiada hace un par de semanas por las tropas meridionales del Movimiento Popular para la Liberación de Sudán (MPLS) —agrupación que luchó por la independencia del Sur y actualmente gobierna el nuevo país—, provocando la respuesta militar del Norte.
Días antes, en Addis Abeba, Etiopía, habían fracasado las negociaciones entre ambos Gobiernos para alcanzar un alto el fuego, que no prosperó debido a las acusaciones mutuas de respaldar a grupos rebeldes que operan en la zona en conflicto.
Al Bashir se ha mostrado resuelto a no negociar con el vecino si este no retira sus fuerzas de Heglig. El mandatario sudanés insistió en que no dialogará mientras el Sur continúe la ocupación de esa región tan rica en petróleo.
La llama de este viejo conflicto es que Heglig contiene una de las mayores reservas de crudo sudanesas y su soberanía es reclamada por ambos países. Esta localidad del estado Kordofán del Sur aporta alrededor de la mitad de los 115 000 barriles diarios que produce el Estado del Norte.
Con la fragmentación de la antigua nación hace ochos meses, Jartum perdió el 75 por ciento de la producción petrolera, que se estimaba en unos 500 000 barriles diarios.
El referendo que decidió la escisión es parte del Acuerdo General de Paz firmado en 2005 entre el Gobierno de Al-Bashir y el MPLS, y, según la letra del documento, se celebró después de que ambas partes compartieron el poder y las riquezas durante seis años.
La economía sudanesa siente el impacto de la división. Se estima que el 90 por ciento de sus divisas fuertes provenían del oro negro, y con la separación, Jartum perdió el 37 por ciento de sus ingresos. A ello se suman las pesadas sanciones económicas impuestas por Estados Unidos y los efectos de la crisis económica internacional, que ya causaba estragos antes de la fragmentación.
El diario local Sudan Tribune cuenta que en las gasolineras de Jartum se hacen largas colas y los precios de los productos galopan al cielo.
La situación ha sido bastante crítica. Según el último reporte del Fondo Monetario Internacional, en 2011 la cifra del crecimiento económico en Sudán tuvo valores negativos: -3,9 por ciento (este dato incluye al Sur hasta julio, cuando ocurre la escisión).
El panorama tendrá tintes más sombríos si los pronósticos del FMI son certeros. La institución financiera augura que la nación africana se contraerá este año en -7,3 por ciento antes de cosechar números menos aciagos, que oscilan entre -1,5 por ciento en 2013 hasta 1,7 por ciento en 2017.
Otros viejos asuntos
Con la proclamación del Estado sureño, los sudaneses pretendieron pasar página para dejar atrás el triste recuerdo de guerras civiles intermitentes desde el momento en que la nación se independizó del Reino Unido, en 1956, y que tenían sus raíces en la colonización británica, pues fue la metrópoli la que sembró estas divisiones.
Los colonialistas ingleses prohibieron la libertad de movimiento de los sudaneses entre ambas regiones, con el objetivo declarado de facilitar la expansión del cristianismo en el sur animista a través de los misioneros, y evitar así la influencia del islamismo septentrional. Este aislamiento, una de las recetas predilectas de los colonizadores en toda África, fue simiente de los conflictos que vinieron después.
Heglig no es la única manzana en disputa. Abyei es otra zona en litigio... llena de petróleo.
Según lo pactado en 2005, la población de Abyei debía celebrar también su propio plebiscito para decidir a cuál de los dos territorios se sumaría. Sin embargo, ese paso, que en un inicio debió ser simultáneo con la consulta que decidió la parcelación de Sudán, ha quedado dilatado en el tiempo, a la espera de un acuerdo limítrofe y sobre el registro de electores.
Los pastores nómadas misseriyas, una de las dos etnias dominantes allí, siempre se negaron a unirse al Sur. Estos grupos temen que un resultado desfavorable para Jartum acabe con sus derechos a continuar utilizando los ricos pastos de Abyei para su ganado.
Pero, la tribu de los ngok dinkas se considera heredera natural de esa zona, de donde proceden muchos de sus líderes como Salva Kiir, quien estuvo al frente del Sur durante el período de autonomía y gobierna ahora en Juba, la capital de Sudán del Sur.
Respecto a la conformación del censo para este plebiscito, el principal escollo continúa siendo la oposición de las autoridades meridionales a que los misseriyas participen en la consulta, mientras el Norte aboga porque ambas tribus tengan idénticos derechos de sufragio.
Si tenemos en cuenta posturas tan inflexibles, lo más seguro es que el resultado de la futura consulta, cualquiera que sea, no apagará el polvorín bélico en la competencia por la tierra, ya no por el petróleo.
Además de la delimitación de los contornos fronterizos de zonas tan ricas en crudo, los dos países no han logrado acordar los términos bajo los cuales compartirían los ingresos por la explotación del hidrocarburo.
Este es otro de los obstáculos que enfrenta la implementación del Acuerdo Integral de Paz, y que pone en peligro la coexistencia entre vecinos, con demasiados retos económicos y sociales como para involucrarse en una guerra.
De hecho, el Gobierno de Sudán admitió que la crisis de Heglig ha tenido un impacto sobre la economía del país, al tener que detener prácticamente la mitad de las exportaciones diarias de petróleo.
Los encontronazos ya se reportan. Recientemente el Sur acusó al Norte de robar petróleo, durante el transporte, por un valor de 815 millones de dólares, y su respuesta fue radical: ordenó a las empresas detener la producción de 350 000 barriles diarios. Sudán admitió esa acusación, pero se justificó diciendo que el Sur no pagaba su parte de los gastos del transporte.
En esta pugna los dos salen perdiendo. Al controlar los pozos petroleros de Heglig, las tropas de Juba le propinan un duro golpe económico y político a Jartum pues, si se pierden ingresos provenientes del petróleo, se hará mucho más difícil la vida de los sudaneses, quienes podrían pasarle factura al gubernamental Partido del Congreso Nacional.
Así, se dispararía aún más la desestabilización a la que apuesta Estados Unidos con sus dólares y con Sudán del Sur como satélite.
La zona meridional, por su parte, pierde las principales rutas para sacar el oro negro al mercado mundial. El recién estrenado Estado no cuenta aún con oleoductos que le permitan la exportación prescindiendo del vecino. Tampoco tiene las refinerías, las cuales están en el Norte.
Pero estas tormentas no detienen el enfrentamiento de dos países que hoy están a solo pasos de una encarnizada guerra. El control de los recursos naturales es una razón muy poderosa, y ninguno de los dos Estados quiere aflojar su posición. La tensión actual corrobora una vez más que la división no fue la salida correcta.