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La responsabilidad del irresponsable (I)

China y otros países de Asia-Pacífico ven con preocupación que la reorientación de la política exterior y de seguridad de Washington hacia la región, lejos de propiciar su integración armónica a la misma, procura asegurar, sin importar las consecuencias, su liderazgo allí

Autor:

Herminio Camacho Eiranova

Como era previsible, Estados Unidos, después de anunciar el 21 de octubre de 2011 la retirada de las tropas que aún mantenía desplegadas en Iraq y la continuidad del repliegue de las que permanecen en Afganistán, y con toda la arrogancia resultante del “éxito” de las operaciones en Libia, enfocó su atención en otros objetivos estratégicos, entre ellos asegurar un liderazgo en Asia-Pacífico, que al menos en el largo plazo, la emergencia de China como potencia regional en continuo fortalecimiento pone seriamente en riesgo.

Para que nadie pusiera en tela de juicio la prioridad que le concede la actual administración estadounidense a la región que constituye el principal motor impulsor del crecimiento económico mundial, el presidente Obama no solo abrió espacio en su agenda para realizar finalmente, el 16 y 17 de noviembre de 2011, la dos veces pospuesta visita oficial a Australia, sino que presidió la vigésimo tercera cumbre del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (Honolulu, Hawái, 12-13 de noviembre) y participó en el tercer encuentro Estados Unidos-ASEAN (18 de noviembre).

Asimismo, Obama se convirtió en el primer presidente de su país en tomar parte en una cumbre de Asia Oriental, foro que reúne anualmente a los líderes de los países de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN, por sus siglas en inglés), además de los de China, Japón, Corea del Sur, Australia, Nueva Zelanda e India, y a partir de esta, su sexta edición (Nusa Dua, Bali, Indonesia, 19 de noviembre), también a los de Rusia y Estados Unidos.

Paralelamente, la Secretaria de Estado estadounidense viajó a Filipinas (15-16 de noviembre) y Tailandia (16 de noviembre), aliados claves de Washington en la región.

Durante su visita a Manila para conmemorar el 60 aniversario del Tratado de Defensa Mutua entre Estados Unidos y Filipinas, Hillary Clinton apuntó que este y la alianza entre ambos países tenían que ser actualizados, lo que requeriría trabajar con los filipinos para proporcionar un mayor apoyo a su defensa externa, particularmente en lo referente a la protección de sus fronteras marítimas.[1]

No debe perderse de vista que tales aseveraciones se hicieron casi al finalizar un año durante el cual fueron en ascenso las tensiones entre Manila y Beijing por la soberanía de las islas Spratly, en el Mar Meridional de China, donde se cree que se encuentra una de las mayores reservas de petróleo del mundo.

Pero si pudiera haber quedado alguna duda acerca de la reorientación de la política exterior y de seguridad de Estados Unidos hacia la región, las declaraciones del presidente de ese país en Australia deben haber sido suficientes para disiparlas.

Obama, el 16 de noviembre de 2011, en una conferencia de prensa conjunta con la primera ministra australiana, Julia Gillard, en Canberra, afirmó que con su visita a Asia-Pacífico y el fortalecimiento de la alianza con Australia enviaba un claro mensaje sobre el compromiso permanente y decidido de Estados Unidos con la región.

Un día después, el presidente estadounidense, en su discurso ante el Parlamento australiano, precisó que había dado instrucciones a su equipo de seguridad de dar máxima prioridad a la presencia de Washington y a sus misiones en Asia-Pacífico, y enfatizó en que las reducciones en los gastos de defensa de su país no afectarían los recursos que se requirieran para mantener una fuerte presencia militar en la región, así como para preservar y fortalecer continuamente la indiscutible capacidad de este de proyectar poder y conjurar las amenazas a la paz en la misma.

Igualmente Obama señaló que Washington desempeñaría un papel de mayor relevancia y a largo plazo en dar forma a la región y a su futuro, así como que los intereses de su país en esta demandaban que permaneciera indefinidamente allí. Estados Unidos es una potencia del Pacífico y estamos aquí para quedarnos, afirmó.

Poco antes, el 10 de noviembre de 2011, en el Centro Este-Oeste, de Honolulu, Hawái, Hillary Clinton había ofrecido una explicación amplia y detallada de la estrategia estadounidense en relación con Asia-Pacífico, en la cual calificó al siglo XXI como el Siglo del Pacífico para Estados Unidos.[2]

En esa ocasión puntualizó que una de las más importantes tareas de la política de su país en las próximas décadas sería enfrascarse en una inversión sustancialmente incrementada en la zona, en los ámbitos diplomático, económico y estratégico, entre otros, y aseguró que durante el período que ha estado en el poder la actual administración, diplomáticos, líderes militares y especialistas en comercio y desarrollo han estado trabajando arduamente para reforzar las relaciones allí.

La voluntad de conferir una mayor prioridad a Asia-Pacífico en la política exterior estadounidense que la que le había concedido la administración Bush resultó evidente desde el mismo momento en que Obama ocupó la Casa Blanca, si bien los objetivos hegemónicos de Estados Unidos en relación con la región no variaron en esencia.

Así lo confirma la gira oficial de Hillary Clinton por Asia en su primera salida al exterior después de asumir su mandato, su disposición de reunirse por primera vez con sus homólogos de las naciones de la cuenca del río Mekong (Camboya, Laos, Tailandia y Vietnam), y el primer periplo por Asia de Obama como jefe de Estado, en noviembre de 2009, durante el cual prometió reforzar el compromiso de Washington allí, y se reunió con la totalidad de los líderes de los países de la ASEAN (Singapur, 15 de noviembre), lo que nunca antes había hecho un presidente de su país.

Además, Washington mostró interés por integrar sus alianzas bilaterales en la región —y particularmente en el Sudeste Asiático— en un proceso multilateral, procurando una mayor participación en organismos regionales como la ASEAN, lo que se corroboró con la firma del Tratado de Amistad y Cooperación en el Sudeste de Asia (TAC, por sus siglas en inglés) el 22 de julio de 2009, por parte de Hillary Clinton, en una ceremonia celebrada después de la Reunión Posministerial de la ASEAN con Estados Unidos, realizada en Phuket, Tailandia.

El Tratado había sido abierto a la firma de los Estados que no forman parte de la ASEAN, pero sí de su Foro Regional (ARF, por sus siglas en inglés), en 1987, 22 años antes de que Estados Unidos lo suscribiera.

La participación de la Secretaria de Estado estadounidense en esa reunión, así como en la decimosexta del ARF, realizada un día después, también en Phuket, fueron en sí mismas significativas, pues habitualmente durante el Gobierno de Bush se enviaban a los encuentros de la ASEAN a funcionarios de menor nivel.

Las razones que han impulsado a la actual administración estadounidense a enfocar su atención en Asia-Pacífico fueron abordadas por Hillary Clinton en el discurso pronunciado en el Centro Este-Oeste de Honolulu, Hawái, al que ya se hizo referencia.

Allí, la Secretaria de Estado estadounidense reconoció que cada vez resultaba más claro que en el siglo XXI la región sería el centro de gravedad estratégico y económico del mundo, pues contaba con casi la mitad de la población del planeta, varias de las economías mayores y de más rápido crecimiento, una parte de los puertos de mayor actividad y de las principales líneas marítimas.

Luego, el presidente estadounidense, durante su visita a Australia, se refirió a la enorme trascendencia estratégica de Asia-Pacífico para Washington, principalmente, precisó, por ser la de mayor crecimiento económico en el mundo, lo cual era vital para lograr su máxima prioridad: crear empleos en su país y oportunidades para su pueblo, lo que implicaba mantener sólidas relaciones económicas —comerciales y de inversión— con la misma.

Obviamente, tales afirmaciones encierran un propósito de mayor alcance: la reactivación de la economía estadounidense, imprescindible en las aspiraciones de Obama de reelección para un segundo mandato, y que considera esencial para consolidar el papel que Washington se ha autoasignado en el orden internacional, de atenernos a lo que expresara en su discurso ante el Parlamento australiano el 17 de noviembre de 2011 acerca de que el poder económico de Estados Unidos era el fundamento de su liderazgo en el mundo, incluyendo Asia-Pacífico.

Ahora bien, en el centro de las preocupaciones de Washington en relación con la continuidad de su liderazgo en la región, está inobjetablemente el creciente fortalecimiento de China.

No es casual que Hillary Clinton afirmara que Estados Unidos no cedería el Pacífico a nadie, al ser interrogada por el diario australiano The Australian el 21 de mayo de 2009, durante un encuentro con periodistas extranjeros, acerca de la respuesta de su país a las proyecciones de defensa de Canberra contenidas en el Libro Blanco de Defensa 2009 (Australia in the Asia Pacific Century: Force 2030: Defence White Paper 2009), y a las consideraciones expresadas en este sobre la posibilidad de que en el muy largo plazo Washington no pudiera mantener su supremacía en la región ante la emergencia de China.

En la misma línea, el presidente Obama, en su conferencia conjunta con la Primera Ministra australiana el 16 de noviembre de 2011, en Canberra, apuntó que Estados Unidos se aseguraría de tener la capacidad para mantener su liderazgo en Asia-Pacífico. Y aunque no mencionara a China, si Washington no imaginara que algún Estado de la región pudiera disputarle ese liderazgo, por qué entonces priorizar recursos y tomar medidas extraordinarias para garantizar la continuidad del mismo. Y, ¿a qué otro Estado del área, sino al gigante asiático, pudiera considerar con las potencialidades necesarias para convertirse en un posible rival?

En realidad, mucho se ha especulado sobre la posibilidad de China de desafiar el poder estadounidense y cambiar el balance de poder en Asia-Pacífico y a nivel global. Los criterios de los analistas sobre este tema se mueven en un amplio espectro.

Así, por ejemplo, los autores de An American Strategy for Asia,[3] un reporte  de enero de 2009 del Asia Strategy Working Group del American Enterprise Institute (AEI), innegablemente comprometidos con la “contención de China” alentada por las fuerzas neoconservadoras estadounidenses, sostuvieron que se requeriría un esfuerzo mayor de Estados Unidos y sus aliados para mantener un favorable balance de poder en Asia en los años subsiguientes, como consecuencia de la rápida transformación de las capacidades militares del gigante asiático, particularmente en las últimas dos décadas.

Algunos de ellos han ido incluso más allá. Dan Blumenthal, miembro residente del AEI, por ejemplo, manifestó en su artículo The Erosion of U.S. Power in Asia (La erosión del poder de Estados Unidos en Asia), de 1o de mayo de 2009, que ya se había producido un cambio en la correlación de fuerzas en la región a favor de Beijing.

Es curioso que los “expertos” del AEI pasen por alto, entre otros muchos aspectos, que el presupuesto para gastos militares de Estados Unidos representa casi la mitad del total dedicado a estos fines en el mundo y es varias veces mayor que el del gigante asiático.(4)

Por su parte, Robert G. Sutter, profesor de la Escuela de Servicio Exterior de la Universidad de Georgetown, Washington, en su artículo El auge de China y la continuidad de la hegemonía de EE.UU. en Asia, lo mismo que Fernando Delage, quien fuera subdirector de la revista española Política Exterior, en Proyección internacional de Asia-Pacífico: la dimensión política y cultural, sostienen que la influencia y el poder de Washington en la región no han disminuido y que Beijing tiene por delante un largo camino por recorrer para poder competir por el liderazgo regional.

Sobre el tema Australia considera, y así lo hizo constar en el Libro Blanco de Defensa 2009, que la modernización militar de China la llevará en las próximas décadas a ser —por un considerable margen— la más poderosa potencia militar de Asia.

El documento refleja de igual forma escepticismo acerca de los propósitos estratégicos en el largo plazo de esta modernización, a pesar de que Beijing ha insistido reiteradamente en su carácter estrictamente defensivo.

Es posible que la preocupación de Canberra por la “amenaza militar china”, ligada a la significativa importancia que le concede a su alianza con Estados Unidos,[5] habida cuenta de los beneficios que le reporta como garantía de sus intereses y de la consecución de sus aspiraciones, en especial la de alcanzar un mayor protagonismo en Asia-Pacífico, hayan influido en la firma de un nuevo acuerdo entre ambos Estados, en virtud del cual Washington aumentará su presencia militar en el norte australiano.

El acuerdo prevé que a partir de mediados de 2012 grupos de entre 200 y 250 infantes de Marina estadounidenses roten por el Territorio Norte, en períodos de alrededor de seis meses, durante los cuales realizarán entrenamiento y maniobras conjuntos con la Fuerza de Defensa Australiana. Este despliegue inicial se incrementará escalonadamente hasta constituir para el 2017 una Fuerza de Tarea de Mar, Aire y Tierra de 2 500 efectivos.

A la par se acordó un mayor acceso de aeronaves militares estadounidenses a las instalaciones de la Real Fuerza Aérea Australiana en esta zona.

La reacción de China no se hizo esperar. El portavoz de su Cancillería, Liu Weimin, advirtió el 16 de noviembre de 2011, en la conferencia de prensa diaria, que el fortalecimiento y la ampliación de las alianzas militares no eran apropiados en las circunstancias actuales, y que era discutible si respondían a las expectativas comunes de los países de la región e incluso de toda la sociedad internacional.[5]

En otros países del área también se han levantado voces expresando su desasosiego por el incremento de la presencia militar estadounidense en el norte de Australia. De acuerdo con Prensa Latina, el canciller de Indonesia, Marty Natalegawa, vocero de los cancilleres de la ASEAN, y el vicepresidente de la Comisión de Política Exterior y Seguridad del Parlamento de ese país, T.B. Hasanuddin, hicieron pública su inquietud por las tensiones que tal decisión podría causar en el Sudeste Asiático, mientras el canciller de Singapur, K. Shanmugam, advirtió que los países de ASEAN no querían verse atrapados en el fuego cruzado de los intereses de Estados ajenos al bloque.

Tales preocupaciones no carecen de fundamento. No hay que ser muy perspicaz para percatarse de que Estados Unidos no pretende integrarse armónicamente en Asia-Pacífico, sino consolidar su supremacía en la zona, y ese camino solo puede conducir a nuevos encontronazos con China. (Continuará)

 

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