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Diálogo entre las dos Coreas… «¿conveniente?»

A pesar de todas las señales y llamados de Pyongyang para poner fin a las más recientes tensiones que tienen en vilo a la península coreana, la disposición a la negociación se dilata

Autor:

Nyliam Vázquez García

El pueblo coreano, el mismo a un lado y otro del paralelo 38, miró preocupado durante casi todo el 2010 la peligrosa escalada del conflicto en la península. El mundo también. La inflexible actitud de Corea del Sur y la alineación resuelta de Washington en ese escenario de confrontación, a pesar de los llamados a la calma de actores regionales claves como la República Popular China y Rusia, han tensado aún más una cuerda que, de quebrarse, colocaría a la humanidad frente a una guerra de consecuencias impredecibles.

La República Popular Democrática de Corea (RPDC), si bien se ha defendido de las acusaciones del Sur y ha respondido de modo contundente a las distintas provocaciones, ha declarado en no pocas ocasiones la disposición para el diálogo. La respuesta, cuando no ha sido un rotundo NO, ha exigido condiciones previas para llegar a la mesa de negociaciones. ¿Quién o quiénes se benefician de que no se produzca ese alto? ¿Por qué mantener la tensión, explícita o latente, parecería a algunos más conveniente que acercar posiciones en esa zona del planeta, donde EE.UU. tiene probados y notorios intereses?

Un recorrido por los acontecimientos de los pasados 365 días arroja algunas pistas sobre cuáles podrían ser las causas de la intolerancia y por qué quienes tienen el poder, privan deliberadamente al pueblo coreano de vivir en paz. Aunque en esta semana, Corea del Sur aceptó el diálogo entre autoridades militares de ambas partes propuesto por Pyongyang en un intento de drenar la tensión, el camino en ese sentido para 2011 se perfila difuso y no exento de complejidades.

Un pretexto para el caos

Todo cuanto ha ocurrido en las relaciones bilaterales de las dos Coreas en los últimos dos años ha estado marcado por el ascenso al poder de las fuerzas conservadoras en Corea del Sur. El Gobierno del presidente Lee Myung Bak dio un viraje total al acercamiento y la conciliación hacia el norte, promovidos por los dos anteriores gabinetes.

El actual ejecutivo ha sido claro sobre su intención de mantener una línea dura con Pyongyang, en vistas de que supuestamente la política anterior no cumplió sus objetivos en función de «lograr compromisos serios de desnuclearización por parte de la RPDC y tampoco avances en lo relacionado con los derechos humanos».Con la consolidación en el poder de las fuerzas que representa, la agresividad del ejecutivo ha sido explícita. Cada respuesta de las autoridades sudcoreanas ante la crisis, prueba ese cambio de perspectiva que inició en 2008.

Todavía los expertos debaten sobre las causas y consecuencias del hundimiento del buque sudcoreano de guerra Cheonan el pasado 26 de marzo. Ese incidente, en que perdieron la vida 46 marines, puso más grises a un panorama que desde el fin de la guerra (1950-1953) es hostil, más allá de períodos de relajación o más calma en las relaciones bilaterales. Corea del Sur acusó a la RPDC de ser responsable de lo ocurrido y, con el concurso de EE.UU., ha tratado de imponer ese criterio en los medios de comunicación.

La RPDC ha negado en reiteradas ocasiones cualquier implicación con los hechos. Incluso, solicitó en su momento la posibilidad de que sus expertos pudieran verificar las pruebas que supuestamente poseen sus vecinos, pero siempre recibieron una negativa.

El Cheonan sirvió para que Corea del Sur tomara un grupo de medidas que cortaron aún más sus vínculos con el norte: limitaron todo comercio, impidieron el paso de los barcos norcoreanos por sus aguas, e intentaron una condena en el Consejo de Seguridad de la ONU; pero Rusia y China se opusieron. También ese fue el pretexto para aumentar las maniobras militares en solitario o de conjunto con EE.UU., como mensaje «disuasorio». Perfecto para demostrar en todo su esplendor la línea dura.

Para la RPDC, la retórica agresiva de Seúl tiene que ver con el intento de este de provocar un escenario adverso —también con la implicación estadounidense—, que dé el puntillazo final a los avances en el acercamiento de ambas partes, fomentados por los dos gobiernos de centro-izquierda que  precedieron a las actuales autoridades de Corea del Sur. A fin de cuentas, el Cheonan le vino como anillo al dedo a Washington para relanzar su alianza estratégica no solo con Corea del Sur, sino con Japón, sus dos principales aliados en la región.

La RPDC ha denunciado una y otra vez que Washington aviva el conflicto de manera abierta o sutil, como parte de una estrategia que busca fortalecer su permanencia en una zona donde tiene efectivos y bases militares. Durante todo el año pasado la nación asiática fue enfática—posición que mantiene— en su llamado a la firma de un tratado de paz que sustituya el acuerdo de armisticio, el cual mantiene a ambos países técnicamente en guerra.Y claro, que todo estaría profundamente conectado con la estrategia de contención por parte de EE.UU., ante la emergencia de la República Popular China como nación de peso en todos lo niveles.

Como si el Cheonan no hubiese sido suficiente para enrarecer el panorama, el 23 de noviembre de 2010, Seúl y Pyongyang sostuvieron un intercambio de disparos de artillería. Corea del Sur realizaba maniobras militares en la isla sudcoreana de Yeonpyeong con fuego real y la RPDC respondió a las provocaciones del sur en sus aguas jurisdiccionales. Resultado: cuatro sudcoreanos muertos y más caos.

Como a río revuelto…, 2010 cerró con la combinación perfecta para las conveniencias imperiales. Durante todo el proceso, EE.UU. ha dado su total apoyo a las intransigentes posiciones del sur.

Los escenarios de la intolerancia

Al intercambio de artillería siguieron más maniobras militares del sur, así como la advertencia del norte de que respondería con toda fuerza a las provocaciones. Mientras, China llamaba urgentemente a una reunión de emergencia entre las partes implicadas en las conversaciones a seis bandas, mecanismo negociador que intenta un acuerdo para la desnuclearización de la península, y en el que participan Japón, EE.UU. Rusia, Corea del Sur, la RPDC y la propia China. Otra vez la respuesta fue no, básicamente porque Washington y Seúl insistieron en condiciones previas para llegar a la mesa de diálogo. A pesar de la delicadísima situación, persistió la intransigencia.

A estas alturas está claro que Pyongyang busca el diálogo, incluso analistas internacionales sostienen que algunas de sus acciones menos convencionales en plena crisis intentan, justamente, propiciar al fin ese espacio. A pesar de que Corea del Sur reiteró maniobras con fuego real en la isla de Yeonpyeong, la RPDC se abstuvo de responder como había advertido y, por otra parte, a inicios de 2011 hizo pública su disposición a conversar con todas las fuerzas políticas del Sur, incluidas sus autoridades.

En esa ocasión, el Ministerio de Unificación de Corea del Sur dijo que no era el momento de mantener tales conversaciones, se cuestionó la sinceridad de la propuesta de su vecino e insistió en condicionar el avance del proceso.

A pesar de que fueron 365 días de peligrosa escalada violenta en la península y 2011 tampoco inició con buen pie para que las partes escuchen mutuamente sus argumentaciones y —lo menos probable— sin interferencias, los escenarios podrían cambiar.

La reciente aceptación por Seúl de los intercambios entre militares, podría ser un buen augurio. Si la intolerancia de Seúl y los intereses de Washington dejan cicatrizar las heridas, quizá se podría avanzar a una distensión que destierre por fin la guerra, moderna y amenazadora espada de Damocles que amenaza a todos por igual, más allá de que el conflicto se genere en un territorio específico del mapa mundial.

Por suerte, para cualquier proceso de acercamiento en esa zona del planeta los coreanos de un lado y de otro del paralelo 38 constituyen un mismo pueblo. Sin embargo, conspiran contra esa innegable realidad, los velados intereses imperiales que confluyen en ese pedazo de tierra artificialmente dividido.

No obstante los llamados a la calma y a la contención realizados por la comunidad internacional en relación con el conflicto, no es posible descartar zancadillas en el tránsito por la finísima cuerda floja. La guerra nunca debería ser una opción conveniente, pero muchos logran jugosas sumas precisamente con ese negocio. Paradójicamente, entre el abanico de posibilidades, el diálogo se resiste y dilata.

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