La Misión Robinson llega a las comunidades más apartadas. Autor: Yander Zamora Publicado: 21/09/2017 | 04:59 pm
SAN FELIPE, Estado Yaracuy.— «He visto pasar a tres grupos de asesores cubanos, pues se rotan cada dos años. El primero abrió brecha, lo que no era nada fácil, pero Cuba nos envió jóvenes muy comprometidos con la Revolución, y fue una tarea de día a día, permanente, y por las noches evaluábamos lo hecho».
Petra Aray, la coordinadora de la Misión Ribas en el estado Yaracuy, lleva al frente de esta tarea desde el año 2003, y no oculta la admiración y el cariño por cada uno de los compañeros profesores que han venido a Venezuela desde la Isla antillana para dar su aporte, incluso en aquellos momentos iniciales cuando «aquí fue arar hacia arriba, porque había un gobernador opositor y no nos permitían ni utilizar las escuelas para darle a nuestro pueblo la enseñanza del bachillerato. Sin embargo, abrimos espacios en casas familiares, iglesias, y hasta en una funeraria», nos dice con una sonrisa de satisfacción, porque aquella etapa ya está vencida y sus primeros vencedores van a graduarse en la Universidad Nacional Experimental Técnica de las Fuerzas Armadas (UNEFA), la Universidad Bolivariana, o en otras.
Petra Aray da las cifras demostrativas de cómo están ganando la batalla contra los demonios de la ignorancia, a pesar de quienes en algún momento intentaron obstaculizar tan bella labor, e incluso hoy en día hacen lo imposible en Venezuela por desacreditar la calidad de esa enseñanza.
«Hemos graduado desde entonces a 11 587 vencedores y actualmente estudian en nuestras aulas 9 551. Esta Misión no la habremos terminado mientras tengamos estudiantes y cada día son más en nuestros 854 ambientes de clase —espacios físicos donde se imparten las lecciones—, casi todos en planteles escolares y en sitios de trabajo, que es la otra modalidad, para que se superen en su propia institución laboral».
Madres solteras, personas con discapacidad, entusiastas alumnos de la tercera edad, internos en penitenciarías, hospitalizados, policías, amas de casa, trabajadores, campesinos, pescadores, hombres y mujeres que no tuvieron antes tal oportunidad, porque debieron llevar el sustento a la casa desde edades muy tempranas, o porque eran echados a un lado por una sociedad excluyente, forman parte de esta columna vertebral de la educación, y de otras tareas de la Revolución Bolivariana.
Un grupo de ellos, reunidos en el local para elegir a su vocero, nos explica cómo se integraron a la Misión Energética, sustituyendo los bombillos incandescentes por ahorradores, y los 2 682 voluntarios cambiaron en todo Yaracuy más de un millón de bombillas, integrados en 324 patrullas.
Las razones y las motivaciones son muchas para apoyar a su Comandante Presidente, como acostumbran llamar a Hugo Chávez Frías, y sabedores de que el próximo 26 de septiembre es preciso ganar la Asamblea Nacional —que la oposición quiere arrebatar para sabotear la gestión de gobierno—, se empeñan en estudiar los contenidos de ciencia (Física, Química, Biología y Matemáticas) para insertarse en el desarrollo tecnológico y endógeno del estado, con una enseñanza que no está divorciada de sus trabajos ni de su vida. «Somos un contingente de combatientes», nos aseguran.
Petra Aray es una educadora nata. Tras 14 años como profesora en un Liceo de Educación Media, y luego como coordinadora a nivel del estado, la idea de la Misión Ribas la atrapó desde el primer momento, al punto de que ya en el año 2005 se dedicó por completo a esta tarea que le da gusto personal, además de profesional.
Orgullosa, refiere que entre el 70 y el 80 por ciento de sus facilitadores (los que ejercen como maestros) están en la UNEFA, y habla con cariño de los asesores cubanos. «Es más que asesoría; es convivir, intercambiar experiencias sobre muchas cosas, conocer algo de Cuba y ellos de nosotros, caminar juntos. Son nuestros consultores; conocen mucho de la organización en las comunidades, del pueblo; y sus opiniones son valiosas. No es superponer sus conocimientos, sino trabajar con una metodología».
Y asoma una sonrisa para Milady Frómeta, coordinadora cubana de la Misión Educativa en el estado.
«Las Misiones, no solo la Robinson, la Ribas y la Sucre, también Barrio Adentro (la médica) han cambiado totalmente la percepción», asegura Petra Aray. «Tocan a las personas, y te digo que no son pocas las de clase media y alta o profesionales que acuden al Centro de Alta Tecnología o a los Centros de Medicina Integral a recibir atención médica, rehabilitación, hacerse una mamografía, una tomografía… Hasta los escuálidos van», dice riendo.
«En el Mercal compra todo el mundo, de cualquier estrato social. No ves que se están ahorrando mucha plata. Y la Misión José Gregorio Hernández: ¿qué hogar se escapa de tener en la familia una persona con discapacidad? Y te menciono la Misión Sonrisa (Estomatología) y la Niño Jesús para las embarazadas. Esto es la Revolución Socialista», enfatiza.
Petra abre una de las gavetas del buró de trabajo y extrae un manojo de cartas. «Irradian amor por el Presidente y agradecimiento a los cubanos».
Montañas, sierras, llanuras y valles, así es la topografía yaracuyana. Petra Aray «zapateó» junto a los cubanos esa geografía para ir haciendo crecer la enseñanza en la tierra de los ríos Yaracuy y Aroa. Caminó desde la capital San Felipe hasta la Sierra de Nirgua, pasando por sus selvas tropicales, donde abundan chaguaramos, ceibas, caobos, cedros, jabillos, samanes, apamates, mijos y bucares. Los naranjales saben por igual de ese ajetreo de los días primeros, hace ya siete años, así como las minas de cobre de Aroa, los barrios de Chivacoa, Cocorote, Urachiche, Yaritagua…
Sin embargo, Petra no es yaracuyana de nacimiento; vino desde el estado de Lara a esta tierra que debe su nombre al cacique Yaracuy, uno de los héroes de la independencia venezolana, y cuya identificación deriva de las voces indígenas Yara-Yaraí, que significa «coger agua» y Cuí-Cu-í, «allá lejos», por lo que Yaracuy significa «coger agua de lejos».
En esta tarde tranquila de Yaracuy, uno de los estados más pequeños de la geografía venezolana, con 7 100 kilómetros cuadrados y casi 600 000 habitantes, vimos afianzada la Revolución Bolivariana y Socialista que construyen con esfuerzo y conciencia.
La limpia agua del saber
No es fácil el camino emprendido; requiere de mucho sacrificio personal, perseverancia y voluntad de salir adelante. Natividad Suárez Otaño, la «profe» tunera, nos abrió la posibilidad de comprobarlo cuando casi por caminos vecinales e intrincados nos llevó a la humilde casita de Álida González, la facilitadora de un ambiente de la Robinson en el Fundo El Carmen.
Allí nos esperaba también Dulce Mota, coordinadora de la Misión Robinson en el Municipio Independencia, quien participa en el programa desde 2003. «El trabajo es arduo en las comunidades; llegamos a los lugares más apartados; hay que subir a los cerros, y llevar este maravilloso método cubano del «Yo, sí puedo» y «Yo, sí puedo seguir».
«Agradecemos a Chávez y a Fidel, a quien queremos igual que a nuestro Presidente», dice visiblemente emocionada, y explica que tienen 44 ambientes de alfabetización para 195 patriotas que se graduarán en los días recientes.
Aquí, a las puertas de la humilde vivienda, la pizarra apoyada en la rústica pared, sentados en la sillas que trajeron de sus casas —vecinas todas y muchas enlazadas familiarmente—, cuando ya el día los abandona y un bombillo ahorrador da suficiente luz, Álida escribe. «Saludos patriotas».
No hay mejor calificativo. Es duro salir de su trabajo, más allá de las 6:30 de la tarde, luego de haber laborado todo el día en la casa, en los plantíos, en un vaciado de asfalto que mejorará el camino hacia la comunidad, para sentarse en esta aula al aire libre, donde sus niños o pequeños nietos se adormecen en su seno o corren tras un perrito travieso, dos gatos veleidosos y las gallinas del patio. Así crece la vida en el Fundo El Carmen, dedicado fundamentalmente al cultivo de naranja.
Son siete los alumnos que al caer ya la noche están presentes en el ambiente de Álida. «Para mí es un privilegio y bendición ser facilitadora cuando en mi comunidad había personas analfabetas y era mi deseo ayudarlos, para hacer que mi comunidad fuera Territorio Libre de Analfabetismo».
A pasos acelerados van camino al sexto grado Suly y Jenny Torres, Ligia, María Angélica, Isidro, Vicente y Benicia. También José Daniel López, el coplero, que hoy ha llegado tarde por el trabajo de asfaltado, pero que no se deja rogar mucho para traer el cuatro y entonar el canto llanero en el que alabó y agradeció a Álida, a su Comandante, a las profesoras cubanas, al «Yo, sí puedo».
Se forja una magia nueva y emancipadora en Yaracuy, la tierra de los caquetíos, jiraharas y gayones, tribus que habitaban la región cuando llegaron los españoles y los alemanes, que también la explotaron desde 1530; la del mito de la Montaña de Sorte y la adoración a la «reina-santa María Lionza» (patrona de los «brujos», según se afirma); la del rico folclor y los ritmos del sebucán, mare mare y el pájaro guarandol. Aquí se les gana la batalla a los demonios de la ignorancia…