Nos encontramos durante sus primeras vacaciones en China. Li Sisi, Lucía para sus profesores y amigos en Cuba, volvió a ocupar el mismo escenario de dos años atrás. En el salón Abel Santamaría de la Embajada de Cuba en China conversamos sobre sus experiencias. A diferencia de la primera vez que compartió con JR, en esta ocasión, no hizo falta que nos acompañase un traductor, incluso ella misma se encargó de poner al tanto a su madre de nuestro diálogo.
Estaba feliz, y el brillo destellante de sus ojos, tan distinto al miedo reflejado dos años antes cuando se aproximaba la hora de partir rumbo a la isla, anunció sin palabras buenas noticias. La mejor prueba de lo provechoso de algo más de 24 meses lejos de su familia y su patria, fue la comunicación fluida por algo más de dos horas.
Luego del primer año de preparatoria en la escuela Santiago Figueroa, comenzó su primer curso de la especialidad en Lengua Española en Ciudad Tarará, donde actualmente estudian más de mil jóvenes del país asiático.
«Estoy muy feliz en la escuela nueva, me siento como en casa. Los profesores nos cuidan mucho», comentó. Entonces recordamos sus temores a no adaptarse, su curiosidad por el nuevo clima y por los sabores cubanos...
«Lo más difícil los primeros días fue la comunicación. Era complicado no entender nada, pero eso lo fuimos superando poco a poco. Nos acostumbramos a nuestros profesores, a sus palabras, y luego nos costaba entender a otros; finalmente avanzamos y ya podemos comunicarnos con la gente en la calle», dijo orgullosa.
«¡Demasiado calor en Cuba!», exclamó, y aunque nuestra charla tuvo lugar en el verano de Beijing, muy caliente por la falta de humedad, de todas maneras, como el nuestro es eterno, no dudó en señalar que no le agradaba mucho; sin embargo, destacó la hermosura del paisaje cubano, tal como desde niña había escuchado decir a su madre, Ge Lusha.
«Solo tenemos que preocuparnos por estudiar. Me levanto a las 7:00 a.m., me alisto y a las 7:30 llamo a Alba, una de mis compañeras de cuarto. Ella es un poquito perezosa, pero como debemos ser muy puntuales, nos damos prisa. Bajamos a desayunar y luego, al aula. Cada turno de clase dura 90 minutos. Aprendemos Lengua Española, pero también Historia del Arte, Geografía, Educación Física, Lingüística (la asignatura más difícil). Y tenemos un turno de autoestudio para aclarar nuestras dudas», explicó.
Para sus profesores tuvo los mejores elogios. Comentó que, incluso los de su escuela anterior, continuaban preocupándose por ellos. Sin embargo, el más importante de todos es Maikel García Maya, su «profe» de Español. «Es el mejor del mundo. Aunque es muy joven (26 años), es muy paciente. Tiene una manera muy especial de impartir las clases y eso las hace más interesantes».
Habló de sus exámenes y las notas. Ge Lusha está orgullosa de que su Li Sisi haya sacado la mayoría de sus pruebas con cinco puntos y solo una asignatura con cuatro. La joven explicó la complejidad de cada ejercicio evaluativo.
«Los exámenes incluyen audición, gramática, lectura, expresión escrita y expresión oral, que es para mí la más difícil. En esa parte, escogemos un papelito con un tema y debemos desarrollarlo. Por suerte he salido muy bien», dijo con sonrisa pícara. No tuvo la vista clavada en la gran mesa de madera ni una sola vez, así que continué sumando diferencias a los recuerdos de nuestro primer encuentro. Sonrió todo el tiempo. Aunque hablaba despacio y, a veces, alguna palabra se le resistía, estuvo muy segura de sí y de sus conocimientos.
«Los profesores nos piden que hablemos español entre nosotros. Lo intentamos, pero a veces nos complicamos y hablamos en chino. Cuando regrese al nuevo curso, procuraré seguir este consejo», explicó, no sin sonrojo.
Con un guiño cómplice afirmó: «Ahora estoy leyendo El Principito; me lo regaló una profesora y lo tengo debajo de la almohada. Tiene muchas palabras nuevas, las anoto en una libreta y luego las busco en un diccionario o le pregunto al profesor».
Cuando indagué sobre las sensaciones del reencuentro con su patria, la colmó la nostalgia. Entonces ya quedaba poco para el regreso a la escuela. Otra vez el avión, el largo viaje para volver a las aulas cubanas.
«Durante estos dos años extrañé mucho. Especialmente a mis abuelos, a mi papá, a mis amigos, porque mi mamá estuvo por La Habana. Todos me encontraron cambiada. Dicen que soy ahora más madura», rió. «Mis abuelos dicen que ahora estoy más crecida y se pusieron muy contentos cuando comprobaron que ya sé cocinar algunos platos. Cuando converso con mis compañeras notamos que ya no somos niñas... Pensamos en nuestro futuro y más en nuestros padres».
Y sobre la contribución particular del amplio intercambio educacional entre Cuba y China, Li Sisi, destacó los beneficios para la amistad entre ambos pueblos: «Después de la escuela podemos trabajar en proyectos conjuntos que ayuden a las relaciones y amplíen el intercambio cultural».
La joven estudia, crece y aprende español. Tiene 22 años, y aún le quedan tres cursos para graduarse. Sin embargo, ya acumula experiencias vitales que marcarán su existencia para siempre. Su historia, como la de cada uno de los otros 1 888 estudiantes, continuará el rumbo de la larga historia de hermandad entre los dos países. Ella sigue haciendo realidad el sueño que la llevó de Beijing a La Habana.