«Mérida, linda como un sueño, con la hamaca por asiento familiar; la mesa puesta a todas horas para el extraño... las mujeres moras americanas... y el campo mismo, elegante como la ciudad y pulcro como un jardín».
(Martí en El Economista Americano, al describir los recuerdos de su visita a Yucatán en 1877)
Cada domingo en la mañana, decenas de parejas se reúnen en el centro de Mérida para bailar una música que disfrutan desde que se hizo popular allí, hace unas cuantas décadas. Entonces algunos eran muy jóvenes y otros quizá no habrían nacido aún, pero pareciera que el tiempo no transcurrió: cada instrumento suena desde el pentagrama con los mismos acordes y compases, y los bailadores muestran las mismas ganas.
Algunas entre las mujeres prefieren el traje tradicional y visten el clásico hipil bordado, que rematan con un adorno o una sencilla flor en la cabeza. Son menos los hombres que usan la filipina del atuendo típico aunque más de uno, como es costumbre en Yucatán para escabullirse del calor, viste igualmente de blanco.
Muchas de las parejas lo son también en la vida, pero otras solo se encuentran para bailar, y los asiduos aseguran que casi siempre son las mismas. Participantes más jóvenes se suman y también uno que otro turista cuando la orquesta América, de reconocido prestigio, pone en su punto más alto la matiné.
Danzones, chachachás, mambos, danzones-chá y todas las combinaciones posibles de ritmos cubanos involucran a los bailadores, que hacen verdaderas filigranas con los pies cuando, en medio del recital, la orquesta incorpora la jarana y los de afuera se afanan por seguir el baile emblemático de aquellas latitudes. Pero cualquier foráneo se quedará admirado al contemplar lo mucho que gustan, lo tanto que se conocen, y lo fielmente apegados al original que se interpretan los ritmos cubanos.
Cada domingo, los bailes en Santa Lucía.
No se trata solo de la mañana dominical en la conocida plaza meridana de Santa Lucía. Los martes en la noche, la música contagiosa se escucha en el histórico barrio de Santiago, donde la concurrencia pronto deja la pista chica... Mientras en los abundantes restaurantes y centros nocturnos la salsa de moda inunda y solo alterna con merengues y cumbias, las plazas públicas de Mérida siguen acaparadas por ritmos tradicionales nacidos en la Isla, con la única injerencia del célebre y cosmopolita foxtrot.No importa el sudor. Entre un número y otro se bebe un refresco, los hombres sacan los pañuelos y las mujeres se abanican. Lo importante es el baile: la semana siguiente habrá menos calor.
En barcos llegaron los primeros«La presencia de artistas cubanos siempre fue muy frecuente entre nosotros», asegura Roberto McSwiney. A ello atribuye, en alguna medida, las preferencias musicales de sus compatriotas.
Según los conocimientos de un investigador a quien críticos y periodistas consideran verdadero experto musical en «lo cubano», muchas de las canciones que hoy aún se siguen disfrutando allá, llegaron hace más de un siglo con las compañías bufas cubanas.
«Hay una larga época, de varias décadas, en que venían al puerto de Progreso y al de Sisal. Viajaban por el Caribe en barco con un repertorio muy completo de músicos, cantantes, magos y cirqueros; y el último testimonio que hay de ellos aquí es de alrededor de 1930».
Así, narra McSwiney, los yucatecos «éramos los primeros en disfrutar lo más fresco, lo más nuevo que se estaba haciendo en Cuba en los años de finales del siglo XIX y principios del XX. Recibíamos con mucho gusto lo que la Isla nos mandaba. Y se quedaron aquí ritmos que siguen siendo favoritos de los yucatecos».
Él mismo constituye una prueba de esa inclinación. Cada miércoles a las tres de la tarde, las ondas de Radio Universidad transmiten su programa Bajo el cielo de Cuba, creado por McSwiney en reciprocidad al cariño de los cubanos, que apreció cuando durante una visita a Guantánamo escuchó Bajo el cielo de México, espacio de Radio Trinchera Antiimperialista.
No obstante una fidelidad que mantiene incólumes los formatos musicales de los años 50, y él atribuye a que «somos conservadores», McSwiney está al tanto de lo último que se graba en Cuba, y en su media hora radial pueden escucharse lo mismo a Clara y Mario, a Fernando Álvarez, que a boleristas recientes como Raquel Zozaya y Mundito González.
Acompañándose siempre al piano, la yucateca Ligia Cámara deleita en cada recital donde, junto a sus dotes de potente vocalista, muestra el temperamento que la convierte en magnífica cultivadora del filin. José Antonio Méndez y Portillo de la Luz tienen en ella a una gran intérprete. Proveniente de una familia que ha adorado la música, conoce el repertorio de la vieja trova cubana como la sala de la casa que habita desde su infancia. Por eso puede identificar la real procedencia de canciones que generalmente la gente adjudican a autores cubanos, siendo de yucatecos, o viceversa. ¡Resultan tan familiares y hay tanta similitud!
Pero el arte compartido puede ser solo consecuencia. Como otros historiadores, McSwiney asegura que la razón principal de esa empatía musical es la cercanía geográfica, en virtud de la cual, cuando aún Yucatán pertenecía al Virreinato de Nueva España, era más fácil viajar a la Isla —entre otros destinos marítimos frecuentados por los yucatecos— que a la propia capital mexicana.
La Habana-Nueva Orleans-España
Se afirma que la Catedral de Mérida es una de las más antiguas de Latinoamérica.
Esa era la ruta más asidua que seguían los habitantes de Yucatán en los años de 1800 para conectarse con el exterior.«Por las condiciones geográficas y de las comunicaciones de la época, era mucho más fácil comunicarse con La Habana o con Nueva Orleans y, a través de estos dos puntos, con España, que con el interior del Virreinato», explica el prestigioso poeta y ensayista Rubén Reyes, director de la Escuela de Humanidades de la Universidad Modelo.
«Incluso, esto hizo que en algunos momentos la Capitanía General de Yucatán fuera parte ya no de la Nueva España, sino de Guatemala».
Además de la falta de infraestructura para trasladarse por carretera al centro y norte del México actual, influía en los yucatecos un grado de autonomía que les hizo acariciar, alguna vez, la idea de ser república independiente.
Tres siglos atrás, los modos encontrados por la civilización maya para no sucumbir ante el ocupante español habían retardado unos 20 años la colonización, con relación al norte y centro del territorio.
«Mientras Hernán Cortés consigue culminar la conquista de Tenochtitlán con la caída del imperio azteca en 1521, Mérida no es fundada hasta 1542», explica Reyes.
De otro lado, el estallido de la Guerra de los Diez Años en Cuba propició el exilio en Yucatán de no pocos patriotas cubanos perseguidos por España en virtud de sus sentimientos independentistas. En el sureste mexicano se dieron a la tarea de recaudar fondos para la contienda.
Una idea de lo nutrida que se hizo la colonia cubana en la península, pueden darla documentos del Club Yucatán y Cuba de agosto de 1896 que, al relacionar el aporte monetario dado por los compatriotas para comprar armas con destino a la manigua, recoge los nombres de 94 hombres sin contar, desde luego, a sus respectivas familias.
A lo largo del siglo XX seguirían llegando.
Baile y mesaTal intercambio propició la formación de núcleos cubano-yucatecos y, aunque no son tan escuchados hoy, la introducción y el uso en la península de vocablos tales como «guagua» y «chévere».
El antropólogo e investigador Carlos Bojórquez considera, incluso, que la relación Yucatán-Cuba —principalmente La Habana— ha generado lo que denomina «una comunidad cultural transnacional» basada, fundamentalmente, en el matrimonio entre personas de uno y otro lado del Golfo.
Uno de los sitios más frecuentados por los meridanos.
Por eso, dice, hay hogares en Mérida donde pueden coincidir en la mesa el cubano congrí y la muy yucateca cochinita, como llaman allá a la carne de puerco desmenuzada después de asarse al horno envuelta en hojas de plátano y que normalmente se come en Yucatán como relleno del taco, envuelta dentro de la tortilla de maíz.Además de los indígenas que fueron traídos como castigo por participar en la denominada Guerra de Castas y vendidos luego aquí como esclavos, se asegura que de allá llegó a nosotros, por 1815, el henequén, endémico del suelo rocoso del sureste mexicano y que hizo de Yucatán uno de los estados del país más prósperos entre los años 1870 y 1900 hasta los 40... Aunque el boom fuera motivo de la terrible explotación de campesinos e indígenas.
De ese dar y recibir mutuo, tal vez lo que más aprecien los yucatecos, sea la llegada del béisbol, popularizado por los cubanos, asegura Bojórquez. «También aquí es el rey de los deportes. Y nuestro equipo es el campeón».