Ciertamente, los cuatro años del gobierno que ahora culmina no han sido lo radicales que habrían deseado muchos sectores sociales y de la izquierda política brasileña pero tampoco el fiasco económico que ha deseado la derecha, dentro y fuera. La reflexión —que más o menos textual tomo prestada a un analista de la agencia DPA—, invita a pensar si el favor de que sigue gozando Lula en Brasil ha estado definido, precisamente, por la buena ejecución de ese ejercicio de equilibrio... Cada quien sabe cómo navega en su mar, y no hay modelos rígidos que sirvan a todos por igual ni al mismo ritmo para alcanzar la justicia social, su principal derrotero desde que conformó ejecutivo.
Al parecer, no podrá hallarse un observador o encuesta que dude de que será reelecto este domingo, en primera vuelta, gracias a la mayoría absoluta, aunque algunos adviertan que Lula se ha mantenido alerta hasta el final, consciente de que una segunda ronda podría dar lugar a conciliábulos y recomposiciones partidistas que le tuerzan el destino... Y la ventaja que le han adelantado los sondeos, solo rebasa en poco más de un punto el 50 por ciento exigido para declararlo vencedor.
Así, el obrero metalúrgico Luiz Inacio da Silva va por su segunda vez con una casi certeza que no le asistió en los fracasados intentos de 1990, 1994 y 1998; ni siquiera en los pasados comicios, cuando por fin alcanzó la presidencia rodeado de una marejada de pueblo que lo llevó en andas, colmado de flores y toda suerte de buenos augurios.
Era el segundo hombre surgido de las masas desposeídas que irrumpía en la presidencia en América Latina después del bolivariano Hugo Chávez, y lo que hasta entonces podía entenderse una excepción, comenzó a verse como tendencia que posteriores comicios ratificarían. Sin duda, el ascenso de Lula ayudó a confirmar el fracaso de los partidos al uso, el cansancio de las masas por su postergación, y dio cuerpo a una conclusión luego corroborada: nuevos vientos soplan en la región...
Tuvo el pragmatismo suficiente para ir al encuentro, en la Casa Blanca, con W. Bush, pero también la lealtad necesaria para ratificar allí las necesidades de la verdadera América. Tampoco ha cedido al intento con que, más de una vez, los enviados de Washington han querido seducirlo para que su país funja como punta de lanza contra la Venezuela revolucionaria.
Fue Brasil de los primeros en cuestionar los preceptos negativos del ALCA para los intereses nacionales de los pueblos y luego, con el concurso de Caracas y Buenos Aires, aquella solicitud de negociación para dar mejores condiciones a la firma de la llamada Área de Libre Comercio para las Américas, se convirtió en un no rotundo confirmado en la Cumbre de Mar del Plata, con el respaldo del Uruguay de Tabaré Vázquez, y el Paraguay que dirige Nicanor Duarte Frutos.
Gracias a su claridad, la integración comercial y física latinoamericana recibió empuje al calor con que Lula conminó al MERCOSUR y a la Comunidad Andina de Naciones a quitar aranceles y poner en práctica para sí, el reconocimiento de las asimetrías que el Tercer Mundo pide a los ricos ante la Organización Mundial del Comercio. De esas gestiones, en la que ha estado acompañado también por Chávez y el argentino Néstor Kirchner, se derivaría la fundación de la todavía incipiente Comunidad Sudamericana de Naciones.
Ahora, la imposibilidad de repetir durante otros cuatro años que le permitirían, tal vez, pulir mejor hacia dentro los derroteros de un gobierno como el suyo, bendecido por la gente común, sería también un golpe al inédito equilibrio que va alcanzando Latinoamérica.
PENDIENTE EN LA AGENDANo obstante, se le señalan limitaciones en el desempeño doméstico que han provocado no poca inconformidad entre movimientos campesinos y sociales o, incluso, de personalidades miembros o afines al emblemático Partido de los Trabajadores (PT) fundado por Lula.
Centro de las campañas de la derecha, el PT y su gobierno han sufrido repetidos ataques con acusaciones de corrupción que han provocado que Lula se deshiciera de tres hombres cercanos: el más reciente, su propio jefe de campaña.
Puede que en esta hora crucial prime la conciencia de las muchas deudas acumuladas con que Lula asumió, difíciles de solventar en tan corto tiempo, y la certeza de que, a pesar de todo, él sigue siendo otro hombre surgido de allí, del Brasil profundo que no tiene hoy nadie más donde depositar su esperanza.
Desmintiendo la tesis de que la adopción de compromisos con otros sectores políticos en pos de la presidencia, entraña el peligro de maniatar con el consiguiente desencanto y alejamiento de las bases propias, Lula ha logrado mantener la ascendencia sobre el electorado que un día se sobrepuso a todas las artimañas propagandísticas con que se le desvió el voto más de una vez, y lo catapultó en 2002 al Palacio de Planalto.
Para muchos no ha sido una sorpresa que su desempeño se mantuviera sobre esa línea fina trazada por la participación en su gobierno de distintas tendencias políticas. Es más, lo esperaban. Al asumir había dado visto bueno ya a un acuerdo con el FMI que fue el precio de contar con el apoyo del empresariado y la centro derecha brasileña, y más de uno predijo que ello le plagaría de señales el camino.
Lula explicó entonces que cumplir con los organismos financieros sería apenas la primera etapa de su mandato, período durante el cual daría prioridad al saneamiento de las finanzas. Después, dijo, se dedicaría con más fuerza a lo social. Puede que, si es reelecto, ese momento esté más cerca.
Gracias a los buenos resultados comerciales, el gobierno de Brasil, junto al de Argentina, pudo anticipar los pagos de buena parte de su deuda externa lo que le sacó de encima —al menos por un tiempo— las presiones y los condicionamientos del FMI.
Aunque de manera sobria, ha llevado adelante el famoso Plan Hambre Cero, que todavía no dota de tres comidas al día a todos los brasileños como prometió hace un cuatrienio, pero los diferentes planes sociales que el gobierno ha extendido entre los más pobres ayudan hoy a 11 millones de hogares, según se afirma. También se asegura que decenas de millones de familias son beneficiarias de una ayuda financiera mensual para que no pongan a sus hijos a trabajar en el siempre saturado mercado informal, y los envíen a la escuela.
Los datos dicen que la miseria ha disminuido con él de 26 a 22 millones de personas. Pero los observadores más severos recuerdan que se trata apenas de reformas, programas, y no un cambio sustancial, única forma de acabar a largo plazo con la pobreza, bajo cuyo umbral siguen malviviendo unos 45 millones de brasileños en las favelas y los campos erizados por las cercas de los latifundios.
La distribución de la tierra cuya dispar posesión en manos de unos pocos no ha resuelto la estancada reforma agraria dictada en Brasil desde los años 60, es otro de los principales puntos pendientes en la agenda de Lula si resulta ratificado hoy. Muchos brasileños apuestan por él.
Las elecciones por dentro• 126 millones de brasileños están inscritos para votar. Los sondeos estiman que la abstención no rebasará el cuatro por ciento.
• Además de presidente, se eligen este domingo 513 diputados, 27 senadores, 1 059 diputados estaduales y 27 gobernadores.
• Los estudios de opinión aseguran que obtendrá una puntuación lejana a Lula quien ha aparecido como su más cercano rival, Geraldo Alckmin, postulado por el Partido Social Demócrata de Brasil (PSDB), a quien se le augura poco más del 27 por ciento. Además de él y Lula, hay otros seis aspirantes.
• El costo de la campaña electoral rondó los 200 millones de reales (unos 90 millones de dólares), de los cuales el PT y el PSDB consumieron más del 80 por ciento, según fuentes del Tribunal Electoral citadas por PL. Fotos: AP