Foto: AP La preocupación sobre los diques de Nueva Orleáns persiste a un año de la tragedia provocada por el huracán Katrina, y ella está en los ingenieros, según acaba de reconocer el teniente general Carl Strock, jefe del Cuerpo de Ingenieros del Ejército, a pesar de que dice han hecho todo lo posible para reparar y reforzar las 220 millas del muro de contención, esos que cedieron el 29 de agosto de 2005, cubriendo de aguas pronto fétidas el 80 por ciento de la otrora bella ciudad, y dejando a su paso al menos 1 600 muertos y 100 000 millones de dólares en pérdidas materiales.
La nueva temporada ciclónica es la causa de los pesares para esos constructores, pero estos apenas son infinitesimales ante las angustias de quienes perdieron todo hace un año y todavía no han podido volver a la que fue su ciudad, y tan siquiera pueden tener entre sus más inmediatas pretensiones ese regreso.
Nueva Orleáns contaba con 470 000 habitantes, menos de la mitad de ellos, 220 000, han logrado regresar y solo el 16 por ciento —afirma el diario San Francisco Chronicle— dicen que su vida ha vuelto a la normalidad.
Sin embargo, el Superdome, donde se arrinconaron 26 000 neorleandeses aterrados, de los más desfavorecidos por la fortuna, aún antes del Katrina, muestra ya sus esplendores, como una bofetada para quienes ni siquiera han podido aspirar a uno de los trailers repartidos a cuenta gotas.
Ya puede ser nuevamente centro de convenciones ese Superdome que hace un año representó la pesadilla, donde ancianos o enfermos crónicos murieron a la vista de todos y sin asistencia, hubo mujeres violadas, centenares que pasaron hambre porque las provisiones no llegaron hasta luego de su salida de aquel encierro, donde vivieron oliendo y pisando sus propios desperdicios.
Mientras, la mayoría de los barrios y parroquias siguen mostrando heridas y cicatrices: casas destruidas, apenas cimientos en muchas cuadras, escombros apilados convirtiendo calles en basurales, donde asoman por igual lo que fueron marcos de ventanales, colchones pintados ahora más por el agua putrefacta que por los sudores humanos, chatarra, las miles de pequeñas cosas que fueron parte del hogar y de la vida, juguetes rotos… Y el miedo…
…Miedo a que llegue otro huracán y se lleve lo poco que quedó y lo poco que han reconstruido, aunque dicen que ahora Nueva Orleáns sí tiene ómnibus y trenes contratados para evacuar a su gente si es necesario.
A RITMO DE TORTUGA Y NO DE JAZZDonald Powell encabeza la oficina para reconstruir la Costa del Golfo, creada por el presidente George W. Bush, y esta va a ritmo de tortuga y con gran selectividad, exactamente igual a lo sucedido durante la tragedia cuando atrás se quedaron los pobres, los negros…
Según este señor, apenas se han invertido 44 000 millones de dólares en la región, de los 110 000 millones destinados a la reconstrucción, aunque solo están dispuestos 17 000 millones para levantar los 204 000 hogares destruidos en los estados de Louisiana y Mississippi.
Solo ahora, a un año de aquella crisis humanitaria para la que apenas se tuvo ni se ha tenido compasión, Bush ha reconocido su falta. «Desafortunadamente, el Katrina reveló que los gobiernos federal, estatal y local no estaban preparados para responder a un desastre tan extraordinario», dijo en su programa radial sabatino.
Y añadió que las inundaciones sacaron a flote «una profunda pobreza que ha dejado a gente al margen de las oportunidades». En esto se equivoca o miente, no es una situación nueva: muchas ya estaban entonces arrinconadas, rechazadas, marginadas, como siguen estándolo ahora, cuando no pocos de los barrios están como si el Katrina hubiese hecho ayer su paso arrollador. Ese es el motivo por el cual el 67 por ciento de la ciudadanía estadounidense no aprueba la gestión del mandatario republicano en lo que se refiere al Katrina, según encuesta pública de la institución Ipsos.
Lo que esas frías cifras dejan en entredicho, se hace patente en las miles de víctimas que todavía no tienen a dónde mirar. Hace unos días, unos 12 000 sobrevivientes se apiñaron en la New Orleans Arena para verse reflejados en un documental de cuatro horas que el realizador Spike Lee hizo sobre el letal fenómeno atmosférico.
Cuando se rompieron los diques: un réquiem en cuatro actos (When the Levees Broke: A Réquiem in Four Acts) se titula la crónica cinematográfica que intenta dar voz a las víctimas de aquel infierno de aguas y de miserias humanas.
Los blues de Terence Blanchard alternan con las voces airadas y dolidas y se unen a las terribles imágenes de cuerpos hinchados y hundidos en el fango. Dice AFP que también hay momentos de humor y que las apariciones en pantalla de Bush fueron recibidas con abucheos y silbidos por parte de los espectadores. Es el recordatorio de la ineptitud de entonces y la todavía lenta respuesta.
La agencia francesa de prensa citaba a una espectadora, Catherine Boykin: «Fue muy conmovedor, y puede enojarlo un poco a uno... Si solo más personas de afuera supieran lo que estamos pasando. Aquí estamos, 12 meses después, y todavía tengo mi casa destrozada. He estado pagando mi hipoteca, he estado pagando mi seguro. ¿Cómo llegamos a este punto? Todavía estoy esperando».
¿PARA QUIÉN SE RECONSTRUYE?Ella no tiene nada que ver con los turistas, que no en demasía, llegan a la cara festiva del Barrio Francés en busca de la bisutería, la elegante ropa de las boutiques, los buñuelos frescos, los bares de la calle Bourbon, y el sonido vibrante del jazz y el cadencioso del blues. Tampoco se logra la recuperación económica en la industria sin chimeneas que producía 5 500 millones de dólares al año, solo en Nueva Orleáns, y que daba empleo a 85 000 personas.
Hoy, la fuente de trabajo es esa reconstrucción limitada y los beneficiarios no son los oriundos de la ciudad; tampoco hay bonanza para los engañados inmigrantes latinoamericanos que recogen la basura y reparan o construyen instalaciones por mucho menos que el salario prometido. Las ganancias se quedan en las arcas de empresas contratistas, entre ellas Kellog and Roots, la subsidiaria de Halliburton, el consorcio representado por el vicepresidente Dick Cheney.
El turismo ha alcanzado apenas el 40 por ciento de los niveles previos y muchos se preguntan si la ciudad se está reconstruyendo para esos visitantes exóticos o para quienes allí nacieron y sufrieron el caos y las penurias.
La demografía de la urbe, que antes del Katrina era negra en dos tercios de su población, se ha alterado radicalmente. Precisamente los pobres y los afroamericanos no han podido regresar. El ejemplo más evidente es el vecindario de trabajadores negros de Lower Ninth Ward, donde solo han retornado mil de sus 20 000 habitantes, pues allí no hay agua potable, ni electricidad, y las casas han quedado en escombros, por lo que no hay forma de regresar.
«Muchos de los residentes sienten que ese es exactamente el plan», que Nueva Orleáns quede cerrado para ellos, dice un reportaje realizado por el periodista Greg Palast, publicado la víspera por la página digital Democracy Now. En ella, Malik Rahim, líder de Common Ground, organización de base que lucha por la recuperación, dice: «Hay dos ciudades ¿usted sabe? Una ciudad para el blanco y el rico. Y otra ciudad para los pobres y negros. Usted sabe, la ciudad que es para el blanco y rico se ha recuperado. Ellos tienen un Festival de Jazz. Ellos tienen un Mardi Gras (carnaval). Ellos van a tener a los Saints (equipo local de fútbol rugby) jugando para quienes se han recuperado. Pero aquellos que no se han recuperado no tienen nada».
Entre las miasmas dejadas por Katrina, quedaron expuestas las profundas diferencias raciales que aún forman parte de la sociedad de EE.UU. y la pobreza institucionalizada.
Activistas y residentes condenan, incluso, la decisión del gobierno de no abrir las viviendas de los proyectos de casas públicas, como el Lafitte, a pesar de que estos no sufrieron los embates destructores del Katrina. Sucede que esos edificios de dos o tres plantas en el distrito comercial, cerca del French Quarter (Barrio Francés), están situados en terrenos de alto valor. Y el huracán les vino de maravilla a los especuladores que no quieren inquilinos, para sacarles buena tajada a los terrenos.
Quienes se consideraban afortunados porque sus viviendas estaban aseguradas, ya no tienen ni esa esperanza para levantar de nuevo el hogar porque esas compañías se han tardado demasiado, o lo que entregan no alcanza para restañar techos y paredes.
De forma inmisericorde se decidió, además, abandonar los proyectos de reconstrucción en las zonas bajas y solo hacerlo en aquellas que por su altura respecto al mar, el río y los lagos podrían resistir otra inundación masiva.
Cuando la mitad de los neorleandeses siguen obligados a la dispersión a lo largo y ancho del país, cuando Nueva Orleáns es ya una ciudad blanca y cierra las puertas a quienes fueron sus hijos más desfavorecidos, ¿cómo no adherirse a una acusación que resonó con fuerza en aquellos días y hoy, a la distancia de un año, cobra más fuerza?: Katrina fue el verdugo en Nueva Orleáns para ejecutar a los condenados de siempre: sus afronorteamericanos, sus pobres…
¿Acaso estamos ante un pogromo o un genocidio planificado? Se dice que más de 200 000 habitantes de allí están refugiados en Texas, el 59 por ciento están desempleados y el 41 por ciento de las familias evacuadas apenas sobreviven con ingresos por debajo de los 500 dólares mensuales.
Sin embargo, en un bloque de cemento en el Lower Ninth Ward, entre el moho, la herrumbre y la miseria, hay un silencioso mensaje para los 1 600 muertos, que también pueden asumirlo quienes ahora vagan por su ciudad o por otras y se sienten traicionados: «No serán olvidados».