La administración Bush corrió a mediados de julio para despachar hacia Israel armamento muy especial. Le hacía falta con urgencia a su principal socio en el Levante, porque acababa de comenzar su campaña aérea contra Hizbolá, atacando con violencia el sur del Líbano, su capital, Beirut, y ciudades tan importantes como Tiro y Sidón.
En una sola noche de esta guerra, iniciada el 12 de julio, los aviones sionistas arrojaron sobre Beirut 23 toneladas de explosivos. Dieron como explicación que intentaban penetrar un bunker utilizado por importantes oficiales de la milicia chiita libanesa.
Prácticamente no hubo debate interno sobre el tema, porque en realidad, el Pentágono solo estaba ejecutando con premura una venta multimillonaria acordada desde el año 2005.
Ciertos detalles del cargamento fueron publicadas por The New York Times en su edición del 22 de julio, cuando daba casi por hecho que el envío apresurado estaría conformado por municiones de guía satelital y por cien bombas GBU-28 para armar los aviones de combate F-15.
Se trata de las famosas bunker búster, bombas de 5 000 libras, guiadas por láser, y destinadas a destruir los refugios de concreto.
El diario conservador londinense Daily Telegraph aportaba también a la noticia cuando, el 26 de julio, informó que el aeropuerto escocés de Prestwick, en las cercanías de la ciudad de Glasgow, habían hecho escala dos aviones de carga Airbus 310 y en sus barrigas iban las bombas antibunker. Una vez más, el gobierno de Tony Blair tendía su mano cómplice a Bush y a Olmert y daba las espaldas a la demanda que realizara el portavoz de política exterior del opositor Partido Liberal Demócrata, Michael Moore, para que impidiera la utilización de las terminales aéreas británicas en esos menesteres.
Las operaciones de Israel mostraban acciones bien diferentes a la estrategia antibunker confesada: pueblos y ciudades son blancos directos. Zonas residenciales, puentes, vías de comunicación, plantas energéticas, refinerías, torres de telecomunicaciones, y otros objetivos civiles y económicos han sido destruidos como parte de una política de tierra arrasada, al punto de que la radio militar de Israel reveló hace pocos días la orden del Estado Mayor para su aviación: derribar diez edificios por cada cohete Katiuska que lance Hizbolá contra territorio israelí.
De todas formas, Estados Unidos no hizo un anuncio público del envío armamentista, quizá porque es lo habitual en su largo maridaje militar y político con Israel, y en el cual Washington aporta 2 500 millones de dólares anuales de ayuda, dos tercios de ella destinada a la asistencia militar. Hay una especial implicación en ella, solo entrega armamentos de última generación y, al mismo tiempo, le transfiere la tecnología que permite una sólida industria bélica Made in Israel.
ARSENALES BIEN PERTRECHADOSPara el año fiscal 2006, que concluye el próximo 30 de septiembre, EE.UU. totalizó 2 280 millones de dólares como subvención militar, decía la revista Washington Report on Middle Eastern Affairs, la que precisaba algunas de las partidas del arsenal.
Aviones de combate F-16 Falcon fabricados por la Lockheed Martin Corp., y los F-15 Eagle y helicópteros de ataque AH-64 Apache producidos por Boeing Co., específicamente en la última orden israelí van, a un costo de 4 200 millones de dólares 102 aviones F-16I, cuya variante llamada en hebreo Soufa o Tormenta, ha sido utilizada, en la lluvia de fuego sobre el Líbano, por sus armas «inteligentes», y los modernísimos sistemas de navegación y para hacer blanco en los objetivos.
Hace apenas unos días el Pentágono notificó al Congreso su decisión de vender a Israel combustible de aviación JP-8 por valor de 210 millones de dólares para auxiliar a que sus aviones «mantengan la paz y la seguridad en la región».
Por cierto, esa tarea alabada y sostenida por Washington incluye la capacidad de los F-15I de golpear las instalaciones iraníes que Estados Unidos asegura son infraestructuras nucleares, lo que en las actuales circunstancias podría considerarse «matar dos pájaros de un tiro».
Israel también está probando en caliente un vehículo de combate de ocho ruedas, fabricado por la General Dynamics Corp., el Stryker, así como el Littoral Combat Ship, embarcación de guerra diseñada por ese mismo consorcio y por Lockheed Martin.
Por supuesto, Northrop Grumman Corp. no podía estar ajena a esta danza de los millones, así que está aportando al arsenal israelí protección de láser químico para objetivos de alto valor que pudieran ser amenazados por cohetes y morteros. Como doble del THEL (Tactical High Energy Laser) se está desarrollando el proyecto israelo-norteamericano Skyguard.
En esa donación de tecnología se incluye, además, un acuerdo que data de 1988 y que ha entregado a Israel más de mil millones de dólares para desarrollar y desplegar el escudo de misiles antibalísticos Arroz. El alto mando sionista acaba de anunciar su emplazamiento para proteger a su capital y principales ciudades en el centro de Israel.
Otras joyas de las santabárbaras de Israel aportadas por compañías estadounidenses son el helicóptero de ataque Cobra, de la Bell Textron; el misil Hellfire de la Boeing —uno de ellos fue empleado para el asesinato selectivo del líder palestino Hussein Abayat en octubre del año 2000—; los cañones de 20 mm de la General Dynamic emplazados en los cazas F-16 y también ha entregado miles de tanques M60A3.
A su vez, los motores de los Apache —un armamento de su predilección para la cacería de palestinos— son de la General Electric; Hughes produce los misiles TOW; los radares y sistemas de armas tienen el logo de la Northrop Grumman y los misiles Patriot de la Lockheed Martin.
La lista incluye también a Raytheon con su aporte de los misiles GM65 Maverick, Patriot y AIM9 Sidewinder; mientras que Sikorsky Aircraft Corporation, subsidiaria de United Technologies, le entrega los helicópteros Blackhawk y el CH 53D Sea Stallion.
En el caso de la guerra contra el Líbano todavía no han entrado al campo de batalla, pero su uso deshumanizado en los territorios palestinos demoliendo viviendas y derribando ancestrales olivares hacen que también tengan su lugar en esta lista de sangre y dinero: los bulldozers blindados de Caterpillar.
OTROS TAMBIÉN APORTANMas el soporte estadounidense no llega a Israel solo de las arcas gubernamentales estadounidenses, es decir de los bolsillos de sus ciudadanos que pagan impuestos, pues fondos privados contribuyen con creces al sostenimiento del régimen sionista en un monto anual adicional de 1 500 millones de dólares.
Por cierto, mil millones son donaciones deducibles de los impuestos y 500 millones en bonos israelíes. De más está decir la habilidad de los norteamericanos, multimillonarios sobre todo, para hacer «caridad judía» a expensas del fisco.
El total de la asistencia es aproximadamente un tercio de todo el presupuesto estadounidense para ayuda al exterior, cuando Israel tiene apenas 0.001 por ciento de la población mundial y uno de los ingresos per cápita más altos del mundo. El Producto Nacional Bruto de Israel es mayor que el PNB combinado de Egipto, Líbano, Siria, Jordania y Cisjordania y Gaza, y está situado entre los 16 países más ricos de este planeta.
Stephen Zunes, profesor asociado de Políticas y presidente del Programa de Estudios Paz y Justicia de la Universidad de San Francisco ha explorado en las razones estratégicas detrás de esta enorme ayuda y expone dos elementos sustanciales: «las necesidades de los exportadores de armas estadounidenses» y el papel que «Israel puede jugar en hacer avanzar los intereses estratégicos de EE.UU. en la región».
Por supuesto, expone también los argumentos oficiales del gobierno de Estados Unidos: ese dinero es necesario por una razón «moral»: Israel es una «democracia batallando por su sobrevivencia». Pero Zunes rebate el argumento con un hecho incuestionable, del gran total de 91 000 millones aportados por Estados Unidos al desarrollo de la nación sionista desde 1949 hasta 2001, las sumas mayores no le llegaron en los primeros años de su nacimiento como Estado, y solo comenzaron a arribar luego de la guerra de junio de 1967 cuando se convirtió «en más poderoso que cualquier combinación de los ejércitos árabes...».
Esto refrenda la función estratégica de la tal ayuda, préstamos que por su parte el Congreso se encarga de condonar.
El profesor de la San Francisco University aporta otros elementos en este contubernio: «Israel ha ayudado a derrotar movimientos radicales nacionalistas», ha sido «terreno de prueba para el armamento hecho en EE.UU.», y la estrecha colaboración de las agencias de inteligencia de ambos países a lo largo de su historia permite que «Israel haya canalizado armas de EE.UU. a terceros países a los que Estados Unidos no puede enviárselas directamente».
UN BENEFICIO COLATERALEl hecho de que Washington tenga armado hasta los dientes a Israel abre otras puertas para la insaciable voracidad de la industria armamentista, pues la amenaza permanente que significa para los Estados vecinos árabes lleva a que estos se fortalezcan militarmente.
¿Quién vende entonces? Pues exactamente los mismos consorcios, aunque siempre les dejan por debajo en ciertas tecnologías bélicas.
Este sábado 29 de julio de 2006, cuando los aviones de Israel proseguían su cosecha de muertes y se combatía fieramente en poblados del sur libanés, cuando Israel acababa de rechazar una tregua de 72 horas solicitada por la ONU para poder dar ayuda humanitaria a las víctimas de este enfrentamiento desproporcionado, una información corroboraba la amoralidad de Estados Unidos: la administración Bush dio a conocer su plan de vender armas por 4 600 millones de dólares a «estados árabes moderados».
Llegarán helicópteros Blackhawh a los Emiratos Árabes Unidos y a Bahrein; helicópteros Apache a Arabia Saudita que modernizarán los tanques M1A1 Abrams; mejorarán los transportes armados M113A1 de Jordania; Omán tendrá misiles antitanque Javelin...
El Pentágono y sus consorcios abastecedores se frotan las manos.