Al pagar por tu comportamiento pasado soportando menosprecio, conviertes a tu pareja en el castigador y quedas como víctima
A pesar de que mi vida profesional marcha viento en popa, en lo personal no es así. Hace casi un año tengo una relación con un hombre de 38 años, quien se ha mostrado como todo un caballero. Sin embargo, me ha hecho sentir que no estoy a la altura de sus expectativas por mis actos pasados. En ocasiones siento que llega a menospreciarme; aunque otras veces es muy cariñoso. Me estoy esforzando, pero parece no importar. Los planes que habíamos hecho se me han ido desmoronando. Sólo quiere juzgarme, cuando toda mi vida gira en función de él. Tengo 26 años.
Suelen andar en círculos el juzgar y hacerse juzgar, violentar y hacerse violentar. Esforzarse ante el juicio despreciativo implica aceptarlo y autorizar su repetición en un grado superior, hasta tornarse insoportable. Una caricia o un favor así puede tener el alto precio de la humillación. Poner límites no siempre es fácil, porque sin saber cómo, somos parte del problema que nos hace sufrir.
Para evitar el desmoronamiento es preciso reconocer nuestra participación y disponernos a girar de otro modo con sus consecuencias. Perseguir la aprobación, el cariño, el perdón, nos lleva a ser objeto giratorio de un centro externo y caprichoso. Habría que desmoronar este mecanismo de esfuerzos que quieren borrar juicios ya fundados.
Al pagar por tu comportamiento pasado soportando menosprecio, conviertes a tu pareja en el castigador y quedas como víctima. Podrías reconocer tus razones para el pasado que enjuician y aceptar que no todas son despreciables para ti. Tal vez sean difíciles de reconocer porque no quisieras que fuera así. Luego, también habrá lugar para aceptar esos puntos opacos que portamos y nos llevan a vivir más allá de ideales.