D.P.: Hace tres años tengo una relación con un muchacho de quien estoy separada hace más de un mes. Estudio en La Habana, pero en nuestra provincia nos veíamos cada 15 días y durante las vacaciones. En esos momentos hacíamos vida de casados. Hace algún tiempo nuestra relación cayó en la rutina, había falta de comunicación y sé que soy culpable en gran medida por querer imponer las cosas. Él me asegura que la distancia enfrió la relación y que ya no puede con nuestros conflictos, aunque me quiere. Estoy a punto de graduarme y él ahora tiene un poquito más de tiempo. Podríamos concretar nuestros planes y todo acaba. Aún estoy enamorada, pero él me pide que siga con mi vida y lo olvide. Por un lado quiero recuperar lo que una vez tuve y estoy dispuesta a cambiar mi forma de ser; pero por otro, no quisiera volver a la misma rutina. Tengo 23 años.
El problema es que tu compañero prefiere cerrar el noviazgo. Observa que mientras intentas identificar cómo mejorar el vínculo, él simplemente insiste en romper.
Dejas de tener un dilema si él no quiere continuar, en tanto no puedes elegir entre recomenzar o no. Al mantenerse en su posición, él solo te deja la posibilidad de aceptar la separación. En otras palabras, solo te queda la opción de adaptarte a la idea de seguir sin él, a pesar de los planes construidos juntos. La imposibilidad de realizar un proyecto previsto es uno de los aspectos dolorosos de las rupturas.
Será triste por un tiempo, pero podrás replantearte la vida sin él. Vivirás en pareja con alguien que te corresponda a tiempo completo. Entonces, tal vez, podrías modular tu manera de ser. Resulta difícil cambiar; no obstante vale rectificar, o al menos intentarlo.
Mariela Rodríguez Méndez, máster en Psicología Clínica, especialista en VIH/sida y psicoanalista
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