El amor no reclama posesiones, sino que da libertad.
Rabindranath Tagore
Hay muchas parejas exitosas, y aunque diversas por sus motivaciones, modelos y formas de avanzar en la vida, el elemento común es la madurez del vínculo y, como es obvio, de sus integrantes, no siempre asociado a tiempo o edad.
Un amor maduro puede tener pocos meses, mientras otros inmaduros atraviesan décadas sin evolucionar. Asimismo, algunas personas jóvenes crean lazos sólidos y otras de más experiencia solo acumulan fracasos y decepciones, y culpan a los demás de esos descalabros sin aprender a evitarlos.
Se habla de amor maduro cuando el vínculo es sano, seguro, respetuoso, estable, y con una profunda intimidad física y emocional pueden adaptarse a todo tipo de retos sin perder su identidad, o su libertad para expresarla, dentro de marcos asumidos como compromiso, no como obligación.
Confianza, respeto y aceptación no son camisas de fuerza en esas parejas, sino asideros para experimentar la vida y lidiar con las imperfecciones propias y ajenas en un espacio de comodidad. También conviene, de vez en cuando, revisar el «contrato» (firmado o no), y con la máxima sinceridad posible, hablar de lo que no funciona, o en algún momento los incomodó y dejaron pasar, pero es importante ventilarlo en frío para que no empantane el resto del camino juntos.
Una pareja madura cuida su pasión, su proyección social y sus flaquezas, para no crear heridas innecesarias. No niega la evolución de los intereses y capacidades de cada cual y crea entornos ajustables para brillar o implotar sin daños a terceros (y sin dar insumos para chismes de barrio).
Madurez es, entonces, bienestar emocional, fuerza para crecer sin dejar atrás al otro, mirar con resiliencia los golpes y tentaciones del trayecto y aprender a sacar lecciones para dejar ir las emociones que dividen y priorizar la unión, coinciden especialistas en Sicología y terapeutas de pareja.
Esto implica apoyar y celebrar a la contraparte, incluso cuando la necedad o el agobio se apropia del espacio entre ambos. Y si maduro es saber cuándo dejar de discutir, también lo es regalar un abrazo de reconciliación y compartimentar las áreas de convivencia, para no sofocarse mutuamente.
Por ejemplo, los problemas financieros no deberían impactar en la cama, como la inapetencia sexual ocasional no debe privarlos de otros placeres en familia, o el dolor causado por una grosería (casi siempre transferencia de problemas con otros) no justifica un prolongado silencio castigador.
En la relación madura hay erotismo y sensualidad, pero la lujuria no lleva el mando. Algunas parejas incluso pasan de la carnalidad por mucho tiempo, y aún así encuentran maneras de expresarse admiración, afecto, cariño físico y fidelidad.
En internet hay muchas definiciones y cualidades asociados al concepto de madurez amorosa, y todas incluyen respeto: mutuo y al pacto establecido. De hecho, las parejas abiertas y de swingers suelen ser muy maduras cuando son prolongadas.
Es crucial validar sentimientos, opiniones, creencias, hobbies y afinidades del otro, incluso si no nos llaman la atención. Si te sientes por encima en estatus social, conocimientos o belleza, o si te avergüenza mostrarle a la familia, colegas y amistades, eso no es madurez.
También son esenciales la compasión, empatía y comprensión profunda de los ángeles y demonios ajenos, para no juzgar sus reacciones sin evaluar su realidad, y eso conlleva conexión emocional: entendimiento intuitivo, más que intelectual o de percepción física.
A lo mejor tu pareja ríe mucho, o está forzando sus límites, o tiene arranques de agresividad inusuales, y si no estás emocionalmente atento no te percatas de lo que hay detrás: nerviosismo, baja autoestima, miedos, alguna enfermedad… Debes leer sus vulnerabilidades detrás de una coraza que puede funcionar para el mundo, pero contigo no la necesitaría si de verdad mantienen esa conexión.
Paradójicamente, esa cualidad demanda independencia y seguridad. Las fluctuaciones del entorno y la edad generan retos individuales, y en algunos casos toca quedarse atento desde la orilla y confiar. Si restringes su autonomía y antepones los intereses colectivos a los suyos en todos los casos, el equilibrio se pierde y la persona languidece. Así muere el amor: propio y hacia ti.
No es madurez la codependencia, la vigilancia permanente, la automatización de las respuestas, la simulación para no decepcionar, las expectativas no consensuadas, la envidia de su éxito, la renuncia a todo lo que incomoda a la otra parte…
Madurez es honestidad, aprender a pasar página, dar ánimo al otro y sustentarlo en sus proyectos con la convicción de que hará lo mismo por ti. Es revisar juntos los prejuicios para desmontarlos, perdonar retrocesos no intencionales, defender criterios sin herir o ningunear, y ante los tropiezos confiar en el sentimiento como brújula para no preocuparse de más.
Algunas parejas incorporan el buen humor y el ayudar a otros como recursos para gestionar sus conflictos, y el fruto de esa madurez se refleja también en la manera en que son vistos y ven crecer a su prole en un clima de amor y seguridad.
Madurez es también emplear con sabiduría los lenguajes del amor, un tema del que hablaremos en el próximo Sexo sentido.