Según criterios antropológicos, la explicación a que nos gusten tanto las espaldas anchas (sobre todo en hombres) puede venir de la antigüedad, cuando las tribus nómadas dependían de la capacidad de carga de sus integrantes
La mano que al posarse,
grave, sobre tu espalda, /
haga noble tu pecho,
generosa tu falda…
Alfonsina Storni
Una de las áreas más sensuales del cuerpo humano es la espalda. Se disfruta observarla, acariciarla, pellizcarla y hasta morderla. Sin embargo, mucha gente no le da importancia a su cuidado o desconoce cómo estimularla adecuadamente.
La espalda sirve para sostener el cuerpo y facilitar su movimiento; contribuye a mantener el centro de gravedad y protege la médula espinal. Para ello necesita huesos muy resistentes y músculos potentes, que a la vez deben ser flexibles y de rápida respuesta ante la variedad de acciones que un cuerpo realiza, especialmente en el acto sexual.
Según criterios antropológicos, la explicación a que nos gusten tanto las espaldas anchas (sobre todo en hombres) puede venir de la antigüedad, cuando las tribus nómadas dependían de la capacidad de carga de sus integrantes jóvenes para acarrear alimentos y transportar a los más pequeños o débiles.
La columna tiene 33 vértebras, sostenidas por un sistema de músculos y ligamentos que se contraen y expanden para compensar los movimientos del resto del organismo. Además, son huecas en su interior para proteger a la médula espinal.
Solo 24 vértebras son independientes (cervicales, dorsales y lumbares). Las cinco sacras y las cuatro coccígeas están fusionadas, por lo que su movilidad depende del entrenamiento de los músculos que las rodean, algo para recordar cuando se intenta copiar posturas, gestos y movimientos no comunes.
La epidermis de la espalda es resistente y aun así muy sensible. Cada persona tiene áreas en las que el roce de una mano u objeto resulta muy agradable, y otras en las que le produce sensaciones irritantes. Es conveniente alertar a la pareja de esas peculiaridades para evitarse cosquillas molestas y potenciar buenos estímulos, que llegan, incluso, a desencadenar respuestas orgásmicas.
Curiosamente, la espalda es el sitio más desprotegido del cuerpo humano. La posición erecta que adoptaron los primeros homínidos motivó el desarrollo de una cultura que en sus interacciones favorece el «cara a cara», por lo que inclinarse para ofrecer la espalda y perder la alerta visual es prueba de humillación o de mucha confianza.
A nivel simbólico, tocarla con afecto o abrazarla es un acto de apoyo y protección, especialmente si ocurre a la altura de los hombros y vértebras dorsales. Cuando el roce baja a la cintura tiene un componente erótico: es un mensaje de atracción o de «posesión» que se emite hacia otras personas.
Si esas señales no son claras, tal manoseo puede conducir a equívocos. Corresponde a los adultos educar sin alarmar desde la infancia para que ese contacto sea siempre consciente y no violente la autonomía corporal.
La obsesión por la espalda ha llegado a las artes de muchas maneras. Las más extremas son los tatuajes y excavaciones de la dermis con fines estéticos; algunos tan pretensiosos como el de un hombre que por más de dos años se prestó a ser tatuado por un artista belga y luego hizo un trato por 150 000 euros con un coleccionista de arte alemán. Mientras viva, deberá exponer al menos tres veces al año la «obra», que al morir le será arrancada para mostrar en galerías de arte. La historia motivó un filme que fue nominado al Oscar: El hombre que vendió su piel.
Otros artistas se conforman con plasmar en paredes o lienzos su visión de espaldas femeninas, masculinas o angelicales… con un mensaje sentimental que casi siempre apunta a nostalgia, vulnerabilidad o autoobservación, acentuado por la naturaleza del entorno y el juego de luces y tonos empleados.
También la industria de la moda explota la sensualidad de las escápulas y la curva baja de la columna, creando vestuarios y accesorios que le ayuden a resaltar más por lo que muestra que por lo que cubre. Sobre alfombras rojas, modelos y artistas compiten con escotes que alargan sus límites hasta donde la espalda pierde su nombre para convertirse en protagonista de muchas fantasías, transformando la insinuación en seducción.
Esa pasión también la explotan otras industrias que promueven ropa de baño, lencería, cremas, aceites, protectores solares, masajes, vibradores, tónicos, guantes para exfoliar… cualquier recurso que exalte forma y textura del área más extensa que puede exhibirse en la sociedad moderna sin retar al decoro.
En cuanto a su valor erótico, los tratados antiguos y modernos coinciden en que la práctica es la madre de la experticia: atrévete a mapear las zonas placenteras de la espalda de tu pareja y permite que recorran las tuyas sin apremio ni segunda intención, solo por el placer de una caricia, un beso, una ligera presión que libere tus músculos del peso del día…
Aun si no hay nadie cerca, estimula tu espalda con duchas que alternen agua fría y caliente; haz estiramientos y ejercicios como yoga o natación; consume alimentos adecuados, y usa ropa que no restrinja tu movilidad ni respiración y ten buenos hábitos de postura corporal.