En la página de esta semana y la siguiente, Sexo Sentido reflexionará sobre el peso que los pensamientos deformados pueden tener en la vida amorosa de adolescentes y jóvenes
¿Prefiere usted tener razón o ser feliz? Platón
Un joven universitario nos preguntó hace algunas semanas: «¿Qué pesa más en las decisiones amorosas, lo que vemos a nuestro alrededor o lo que pensamos y sentimos sobre tales sucesos?», y otro joven le ripostó: «¿Es que se pueden separar ambas cosas? ¿Cómo distinguir con justicia entre lo que yo entiendo como real, porque así lo percibo, y lo que ES real, más allá de mi forma de ver la vida?».
Entonces recordé al filósofo griego Platón (siglos V y IV a.n.e.), quien concebía a los seres humanos como atrapados en una caverna oscura y de espaldas a la realidad exterior, de la que solo podían percibir algunas sombras proyectadas en la pared del fondo, que interpretaban según su experiencia y las ideas culturalmente adquiridas en la época y contexto en que les tocó vivir.
Durante la adolescencia —y por el resto de la vida si no tomamos conciencia de ello—, las paredes de esa caverna se nos materializan en esquemas de pensamiento que deforman nuestra apreciación del mundo, limitan el desarrollo de la personalidad y condicionan la manera de relacionarnos con otras personas, especialmente con las parejas y familia.
Este tema ha sido bien detallado en la revista Estudio, publicación del Centro de Estudios de la UJC. En su número de julio-diciembre de 2011 la investigadora Caridad Chaney Govín agrupó en 13 categorías los pensamientos deformados, explicó cómo interactúan o se refuerzan en detrimento del devenir de cada sujeto y dejó claro que cualquier persona puede estar atrapada en varios de esos esquemas mentales sin percatarse de su influencia en su conducta social, la manera de mostrar y recibir afecto, los mecanismos para adquirir nuevos conocimientos e incluso en sus valoraciones sobre los demás y sobre sí misma.
En la página de esta semana y la siguiente, Sexo Sentido reflexionará sobre el peso que los pensamientos deformados pueden tener en la vida amorosa de adolescentes y jóvenes. Agradecemos especialmente el debate que sostuvimos con estudiantes de la EIDE capitalina Mártires de Barbados, del cual surgieron varios de los ejemplos que presentamos a su consideración.
Las futuras deportistas María de los Ángeles y Yesnay reconocen que muchas veces rechazaron el trato con algún pretendiente porque estos usaron una frase que no encajaba con su ideal de pareja y por tanto creyeron que el asunto jamás resultaría, aunque todo lo demás «pintara» bien.
Este es un ejemplo del llamado filtraje o visión de túnel, pensamiento responsable de la exageración irracional de los temores, carencias e irritaciones que nos llevan a ver solo el lado peor de cualquier suceso, considerando como «malo» aquello que despierta hipersensibilidad y desata un estado emocional negativo a costa del resto del suceso.
Tomar decisiones bajo el efecto de ese filtraje resulta inmaduro y casi siempre perjudicial, porque nos priva de muchos momentos felices y no nos deja darle a cada hecho o persona el valor que en verdad puede tener en tu vida.
«Con Fulana terminé porque no sabía bailar, pero Menganita es un trompo y siempre está en manos de alguien, así que también me voy a pelear, porque no puedo confiar en ella». Así actúa el pensamiento polarizado, un esquema que solo te deja ver los extremos de cualquier realidad.
Cuando no incorporas el término medio en tus razonamientos no puedes captar los valores de las otras personas ni juzgar cabalmente tus propias potencialidades. Eso daña tus vínculos y tu autoestima —tanto si te sobrevaloras como si te sientes inferior—, y tus proyectos se pueden frustrar. ¿Se imaginan lo difícil que es ganarse el corazón de alguien que lo ve todo blanco o todo negro, y no logra disfrutar los colores del arcoíris?
Cierto joven teme que nunca se enamorará. En el debate de la EIDE nos preguntó con tristeza si eso era posible. Como hasta ahora ninguna pareja le hizo sentir esas mariposas en el estómago y ese especial estado de enajenación asociado al amor, probablemente crea que eso no es para él.
La sobregeneralización a partir de incidentes aislados es un pensamiento deformado que restringe la vida y fomenta desconfianza e inseguridad. Los dogmas generalizadores más alarmantes son los que no provienen de la experiencia propia, sino de expresiones sentenciosas que nos llegan a través de la música, las novelas u otros mecanismos culturales desfavorables y hasta arcaicos.
Todos los hombres son iguales… Ella lo que quiere es fiesta… Los feos no tienen suerte… A mí nadie me toma en serio… ¿Se imaginan cuánta trascendencia pueden tener esas ideas en el alma adolescente, y lo trabajoso que resultará desterrarlas para que no actúen como si fueran ciertas?
Afortunadamente es posible establecer patrones más sólidos para juzgar la vida, pero eso exige madurez, flexibilidad, ¡y no pocos tropezones para aprender a levantarnos!
Una de las muchachas entrevistadas decidió romper su relación al entrar en la beca porque le pareció adivinar en ciertos gestos del novio que eso de verse nada más los fines de semana le facilitaba tiempo para «descargar» con otras chicas de lunes a viernes: «Él no lo dijo por lo claro, pero lo conozco bien; sé que no se va aguantar sin sexo, y seguro piensa que yo también haré lo mismo».
¡Cuánto abuso hacemos de nuestra intuitiva «bola de cristal» para interpretar sentimientos y criterios ajenos, en lugar de propiciar el diálogo franco y descubrir lo que en verdad pasa por la cabeza del otro! Ese recurso deformado de la etapa adolescente puede permanecer bien avanzada la adultez, enrareciendo las relaciones y en muchos casos truncándolas sin un motivo justificado.
Pensar por los demás es desgastante y te aleja de tus metas en lugar de acercarlas. Además, es irrespetuoso y a nadie daña más que a ti, porque te pierdes la oportunidad de conocer de verdad a tu pareja, con sus virtudes y defectos, pero auténtica en su complejidad de ser humano.
La visión catastrófica, las falacias de control, de justicia y de cambio, la personalización, las etiquetas globales, el razonamiento emocional y creernos que siempre tenemos la razón son otros pensamientos deformados que en la adolescencia nos sumergen al fondo de la mítica caverna.
De todos estos hablaremos la próxima semana, y si te sientes identificado con uno, o con varios, estarás dando el primer paso para aprender a conjurarlos y vivir un poco más cerca de la luz del conocimiento que proviene del exterior.