Mientras se discute a nivel social si la familia está en condiciones de reconsiderar prejuicios asociados a las preferencias sexuales, los artistas se apropian de esos conflictos derivados de la libre orientación para aportar otra mirada del asunto
Concede a tu espíritu el hábito de la duda, y a tu corazón, el de la tolerancia.
Georg Christoph Lichtenberg
La literatura siempre habla de lo infrecuente. Casi ningún escritor se arriesga a narrar una historia absolutamente cotidiana, donde lo que suceda no escape y se proyecte hacia una dimensión opuesta a lo común.
Tal idea sostiene el novelista y ensayista cubano Alberto Garrandés, responsable de la antología de cuentos homoeróticos Instrucciones para cruzar el espejo (Letras Cubanas, 2011), interpelado por Sexo Sentido acerca de la relación entre la cuentística del libro y los sujetos homosexuales de quienes se ocupa.
Uno de los principales retos a la hora de conformar el libro consistió en lograr una voz coral, inclusiva de casi todos los sujetos posibles en la vida real, voz que nace lo mismo en los protagonistas que en los narradores y autores de los relatos seleccionados.
Estos 35 cuentos versan sobre personajes inatrapables en etiquetas tradicionales y recrean un grupo diverso, queer (rarito, en inglés), que muchas veces vive en un medio social y familiar angustioso, avizorando «con temor los días y los años venideros», como refiere uno de los protagonistas que pudiera resumirlos a todos.
Para Garrandés, la aproximación al concepto de la homosexualidad en la literatura tiende a ser casi imposible. «Antes decían: estamos lidiando con un problema patológico. Hasta hace unos años esa era la norma, el estilo, y creo que ahora arrastramos esas concepciones. Todavía ves personas que lo consideran una patología, aun cuando pueden estar viendo una telenovela donde hay personajes queer», aseguró.
Por eso esta antología también abarca las manifestaciones circunstanciales de la sexualidad, cuando los individuos asumen sus prácticas eróticas alejados de cualquier encasillamiento histórico cultural: «Creo que si un individuo, mujer u hombre, está en una situación homoerótica circunstancial, es la sociedad quien lo marca como gay, y para mal, porque no debería marcarlo».
Pero, mientras se discute a nivel social si la familia cubana está en condiciones de reconsiderar prejuicios asociados a las preferencias sexuales, en la literatura, el teatro y el cine los artistas se apropian de esos conflictos derivados de la libre orientación para aportar otra mirada del asunto.
El autor de historias como Cibersade, Fake y Salmos paganos (entre muchas otras) considera hipócritas los términos «aceptación» y «tolerancia», porque evidencian una pose no interiorizada sobre el fenómeno:
«En la familia, por ejemplo, la comprensión de la homosexualidad no es un asunto de cultura ni de si eres un padre universitario o no: es un problema de sensibilidad humana.
«Tampoco es un asunto que las instituciones puedan resolver; eso lo resuelve un tipo de educación donde haya un énfasis en la ética de lo humano, que va mucho más allá de la ética social, ideológica o familiar. «Si las personas no se comportan como tales no pueden aceptar un asunto como la homosexualidad; no pueden ni siquiera evaluarlo o dialogar con un sujeto queer», opinó.
En su criterio, hay detalles que muestran cómo la familia está modificando sus puntos de vista, pero aún el arte no puede contra la vieja mentalidad: «La función de la literatura al respecto es, en primer lugar, testificar la presencia de los prejuicios, y en segundo, movilizar la conciencia de la gente: para eso se escribe.
«Tampoco todos los dramas en términos literarios sedimentan los mismos valores, ni ese sedimento positivo resulta siempre un peso movilizador… En última instancia el escritor no se plantea movilizar la conciencia humana, pero el sentido final de un texto literario radica en que nos haga un poco mejor la vida».