Se impone mostrar en los medios la realidad diversa que vivimos y desmontar el entramado patriarcal aún dominante a partir de una contracultura feminista basada en prácticas comunicativas más inclusivas y democráticas
Hablar hoy de género entre profesionales de los medios cubanos de comunicación no es ya hablar de mujeres que «sin perder su feminidad» ejercen oficios «de hombres», o del modo más elegante de eliminar el sexismo en el lenguaje.
Tales temas, aún vigentes y necesarios en el debate formal, comparten espacio con la preocupación sobre las raíces de una violencia que brota en el hogar y se impregna en los productos audiovisuales de moda, el manejo mediático de la imagen del cuerpo como objeto sexual, o la reproducción muchas veces acrítica de estereotipos que discriminan a las personas por su raza, origen social, edad, identidad de género u orientación sexual.
Así lo evidenció el décimo Encuentro Iberoamericano de Género y Comunicación, desarrollado entre el 23 y el 25 de mayo en el Hotel Nacional de Cuba y el Instituto Internacional de Periodismo José Martí, al cual asistieron periodistas de varias provincias cubanas y representantes de medios de comunicación, centros de investigación y otros organismos de cooperación de España, México, Ecuador, Chile, Colombia, Honduras y Costa Rica, quienes constataron la madurez alcanzada por este evento, que tiene lugar cada dos años, auspiciado desde 1992 por la Unión de Periodistas de Cuba, la Federación de Mujeres Cubanas y la Asociación Cubana de Comunicadores Sociales.
Como «dueños» de una realidad construida según los patrones hegemónicos de cada época, los medios en Latinoamérica y España enfrentan el desafío de hacer visibles los nuevos proyectos sociales impulsados en nuestras naciones, mostrarlos en toda su riqueza cultural e ideológica, pero sin dejar de revelar sus lastres de inequidad social.
Incluso en espacios ocupados por movimientos progresistas mucha gente se muestra reacia al discurso del género y hace difícil la labor del feminismo, simplificando sus posturas como si se tratara de un «hembrismo» que trata de replicar la hegemonía masculina, narraba Inmaculada Saranova, investigadora española que disertó en el evento sobre la problemática que enfrentan las mujeres inmigrantes en Europa, doblemente discriminadas por su sexo y por su condición de extranjeras.
Si queremos romper esquemas discriminatorios no bastan las buenas intenciones y los diagnósticos reveladores, insistía el mexicano Carlos Vargas. Es preciso dar apoyo psicológico a las personas discriminadas y prever mecanismos económica y culturalmente sustentables para su integración social.
También se impone mostrar en los medios la realidad diversa que vivimos y desmontar el entramado patriarcal aún dominante a partir de lo que Raquel Aguirre, del País Vasco, denominó una contracultura feminista basada en prácticas comunicativas más inclusivas y democráticas.
Eso nos obliga a aguzar el olfato para detectar esa parte de la inequidad intangible asumida y moldeada por siglos, y para salir de una red de suposiciones mediáticas en la que «lo ideal ha desplazado a lo real por mucho tiempo», como alertaba la colega Gladys Egües.
Sin creernos ya en la cima de nuestros objetivos, es justo reconocer los síntomas de buena salud en la pupila del género en Cuba, dada la variedad de ponencias y el alcance de los productos presentados en esta ocasión: reportajes y entrevistas de personalidad para prensa plana, radio o televisión; propuestas de libros, estrategias de sensibilización a aplicar en la academia y con el personal creativo de los medios; polémicos documentales, audiovisuales realizados en talleres infantiles, blogs personales…
Los debates giraron sobre el tratamiento que la prensa cubana da a los fenómenos de la diversidad sexual o la violencia en contextos intrafamiliares y comunitarios, los problemas que generan los modernos patrones de belleza en los estilos de vida de muchas personas en esta Isla, y hasta la oportuna alerta sobre la replicación de roles sexistas en el trabajo por cuenta propia, pues existe la percepción de que se encasilla mayoritariamente a las mujeres en funciones de servicio y de que incursionan poco en oficios más creativos y mejor remunerados.
Insuperable valor tienen las historias contadas en primera persona para reflexionar sobre la metástasis del machismo en concepciones que nos desgarran y patrones de desprecio que sobreviven, más allá de leyes o voluntades políticas, en el decir y hacer de mujeres y hombres de nuestra región.
En eventos así, sorprende ver a esta altura del siglo que una muchacha cubana justifique ante una cámara de televisión que un hombre le dé un «galletazo» a una mujer, pero también consuela escuchar la historia de un ex convicto que se reconoce víctima de una torcida formación basada en el miedo a ser humillado o a «perder el nombre», y propone, desde la autoridad de sus cicatrices labradas en cuerpo y alma, una mayor dosis de feminidad para compensar la vida de los varones latinos.