Aunque la Organización Internacional del Trabajo lo contempla en sus propuestas legales, el tema casi siempre está ausente de las discusiones laborales, sobre todo por las consecuencias emocionales y morales que acarrea, tanto para la víctima como para el victimario
Para enseñar a los demás, primero has de hacer tú algo muy duro: has de enderezarte a ti mismo. Buda
Internacionalmente se define como asedio laboral a la conducta de carácter sexual, o con connotaciones de esta naturaleza, no deseada por la persona a quien va dirigida, pero de cuya respuesta depende su contratación, promoción, ascenso, salud o bienestar en el trabajo.
Puede ocurrir entre personas del mismo sexo, de cualquier edad o del mismo rango, pero lo más común es el acoso de jefes masculinos a mujeres. El 50 por ciento de las mujeres que integraron la muestra en una investigación (consultada en Internet) de la licenciada Karelín López, de la Facultad de Psicología de la Universidad de La Habana, dijeron haber sido acosadas de este modo, y muchas lo veían como algo normal o inevitable.
Aunque la Organización Internacional del Trabajo (OIT) lo contempla en sus propuestas legales, el tema casi siempre está ausente de las discusiones laborales, principalmente por su carácter ambiguo a la hora de ser evaluado y por las consecuencias emocionales y morales que acarrea, tanto para la víctima como para el victimario.
Por supuesto, no se considera asedio una relación voluntaria entre adultos que trabajan en el mismo lugar, sea o no bien vista por el resto de la empleomanía: lo distintivo del acoso es la amenaza y el carácter involuntario de la respuesta, aun cuando esta satisfaga los intereses del individuo acosador.
Muchas veces la víctima opta por «no ver» lo que está ocurriendo, hasta que las cosas toman un matiz más violento (en lo físico o en lo psíquico) y debe tomar una decisión. Pueden pasar días, meses o años, pero la vivencia es siempre perturbadora, especialmente si se cree no tener opciones dignas, so pena de perder el empleo en un momento en que el mercado laboral está tan difícil en todo el orbe.
También inciden las condiciones en el hogar (ser el sostén económico de la familia), la historia de vida (si ya ha pasado por esta experiencia antes y qué consecuencias le provocó) y el estado civil (una persona soltera es más vulnerable, pero incluso si tiene pareja puede ser difícil explicar lo ocurrido, dato que maneja muy bien el acosador).
Igualmente pesan el nivel educacional y hasta el género, pues los hombres perseguidos en su trabajo por mujeres se sienten culturalmente compulsados a «hacer su papel masculino» en muchas ocasiones, mientras que si el acosador es otro hombre valoran la violencia como recurso salvador, pasan a ser victimarios y de todos modos perjudican su estatus laboral.
Daños a terceros
Sea cual sea el desenlace, este tipo de acoso tiene siempre implicaciones laborales, pues perjudica el desempeño de los involucrados y tensa el clima en la entidad, lo cual atenta contra las metas colectivas, al decir del experto en cultura organizacional Justo Villafañe.
Lamentablemente las legislaciones laborales en la mayoría de los países suelen ser bastante precarias para enfrentar estas situaciones: o no existen o no se divulgan los mecanismos reales de sanción al acosador y de protección a la víctima. La idiosincrasia de cada nación y otros problemas urgentes de la misma empresa también contribuyen a relegar el asunto, pero en el último decenio es más frecuente ver estos casos en los tribunales latinoamericanos y europeos.
Más allá del necesario proceso legal, lo más importante es la huella psicológica, el daño psíquico, emocional y moral a las personas implicadas; y no solo a víctima y victimario, sino también a otros empleados que contemplan la situación con el temor de que les ocurra un día, y hasta a las familias al tanto del hecho, puestas en la disyuntiva de promover la denuncia a costa de su bienestar económico o sufrir callados esa humillación.
En esto se incluye la pareja oficial del acosador, que por lo general recibe la información distorsionada de su cónyuge, quien maneja la escena habilidosamente y a veces hasta logra pasar por víctima para eludir sanciones en su propio hogar.
La solución nunca es fácil, pero sí es posible. Lo primero es dejar bien sentado en el ámbito de trabajo que no renunciamos a defender nuestros derechos de la mejor manera, pase lo que pase, lo cual implica desarrollar una cultura jurídica desde la adolescencia, y como parte del currículo profesional de cada gremio, que nos arme para estas situaciones.
Además es preciso tejer una red social perspicaz que detecte en cada colectivo u hogar a la persona necesitada de apoyo, le procure tratamiento psicológico y asesoría legal cuando haga falta y además promueva cambios culturales a nivel macrosocial en cuanto a la supuesta supremacía del sexo fuerte y a los límites racionales de poder jerárquico en el mundo laboral actual.