El cambio de pareja marca a las sociedades contemporáneas, que olvidaron el culto al matrimonio de los tiempos de nuestros abuelos
Uno de los fenómenos que de algún modo marca la sociedad moderna es el cambio constante de pareja, no solo entre adolescentes y jóvenes, quienes generalmente se caracterizan por su entusiasmo amoroso, sino también entre los que se consideran a sí mismos adultos. Cary, una lectora holguinera, tiene una frase que viene a estos noviazgos como anillo al dedo: Duran menos que una visita de mariposa con hipo.
Algunas causas parecen tener más lógica que otras, pero en realidad están interrelacionadas. Unas personas lo achacan a factores fisiológicos y psicológicos, otras se decantan por lo económico o lo social, y hasta resumen sus motivos en una pequeña frase: «Busco a mi “media naranja”, y hasta que no la encuentre seguiré así, sin una relación estable».
Entre los factores fisiológicos encontramos la comodidad sexual o grado de placer que la persona siente durante el intercambio erótico. Mientras no se cumplen esas expectativas la relación está incompleta y es más propensa a terminarse en cualquier momento, dicen.
¿Y puede saberse desde antes si la cama funcionará? Esa es una pregunta que llega con frecuencia a esta Redacción. Unos dicen que sí y otros lo niegan, según su experiencia. Quienes se dedican desde la ciencia a explorar estos rumbos afirman que cada persona es diferente con cada pareja. Puede haber mucho de intuición y confianza, pero también influyen la crianza y los valores en tal convicción.
Factores psicológicos y emocionales tienen igualmente su peso, pues para mucha gente es necesario tener un vínculo sentimental que acompañe lo fisiológico, para que la relación dure. En otras palabras, debe haber amor, para algunos en la misma medida que el gusto; para otros, sin llegar a la asfixia: una relación puede durar un largo tiempo sin ese gran amor si existe entendimiento sexual.
Los factores económicos, y más en nuestros días, están influyendo mucho en los cambios frecuentes de pareja. Jóvenes —y no tan jóvenes— dan hoy gran importancia a esa condición, al punto de prescindir de las anteriores si hay seguridad económica, sea esta ofrecida por el hombre o por la mujer, en lo cual ellos sí son más «modernos».
Por último están los factores socioculturales, para nada desdeñables, al punto que hasta se dice que cambiar de pareja tiene que ver con la moda, porque así se demuestra a los demás la capacidad de ligar mucho en corto tiempo, sobre todo en esta temporada estival, en que pasamos más tiempo en la calle, mostramos más de nuestros cuerpos y andamos más abiertos a la comunicación.
Y si hablamos de causas, sería muy necesario hablar también de consecuencias, porque como decían las abuelas, aquellas aguas trajeron estos lodos.
La primera es el abuso del cuerpo, que puede acarrear incluso enfermedades, algunas mortales a largo plazo, como el Virus del Papiloma Humano (VPH), la sífilis mal cuidada y el VIH. Este peligro se asocia directamente a una pérdida paulatina de la autoestima que a su vez promueve un ciclo de nuevos actos de riesgo, al punto de llevar a esas personas a actuar como máquinas sexuales.
Por su propio peso caen entonces la falta de estabilidad en la vida, las situaciones embarazosas, cuando se salta sin tiempo a que la otra persona asimile la ruptura, y sobre todo mucha indecisión a la hora de escoger la pareja definitiva, porque «ya se ha vivido tanto que cuesta creer en los demás», como dice un lector capitalino.
En el caso de las personas casadas, el cambio de pareja afecta directamente a la familia, mucho más si un divorcio precipitado sobrepasa las fronteras del matrimonio y perjudica directamente a la prole, a quienes llueven nuevos «tíos y tías» sin tiempo siquiera para aprender nombres. Los que ganan terreno en estos casos son la incertidumbre, la angustia por carencias afectivas y los malos ejemplos. Así pensamos por acá… ¿Y ustedes?