Gracias a la imprenta, los audiovisuales, Internet, la comunicación inalámbrica y tantos otros adelantos, el erotismo vive hoy una lógica mediática muy enfocada a las nuevas generaciones
¿Amamos desde el corazón, el cerebro, las necesidades y carencias, la nariz, las expectativas sociales, los ciclos de la naturaleza, los genitales, un encargo divino, el humor, las hormonas, el miedo a la soledad…?
La búsqueda de una «respuesta científica» a esas dudas, de las que en cierto modo depende la reproducción natural de nuestra especie, revolvió viejos manuscritos y generó decenas de hipótesis a lo largo de la historia…, pero muchas terminaron validando estereotipos hegemónicos o estimulando la creación, uso y abuso de disímiles objetos y técnicas estandarizadoras de una sexualidad uniforme y sin matices.
Es algo que ocurre desde hace varios siglos, pero esta carrera por desnudar al sexo en el mejor y peor de los sentidos resulta más evidente en la cultura occidental predominante en este siglo, donde la innovación se rige por las leyes del mercado y apuesta al placer como mecanismo para cautivar nuevos públicos a quienes vender, con la garantía del bienestar sexual inmediato, un paquete triunfal irresistible: belleza, buena salud, éxito financiero, estatus social ¡y eterna felicidad!
Miles de libros, centenares de experimentos, nuevas formas de nombrar lo que siempre ha existido y un andamiaje tecnológico del que es difícil sustraerse día a día, condicionan las relaciones íntimas en este nuevo mundo, al punto de convertirnos en «tecnosonámbulos», a veces de manera inconsciente, al decir del Doctor Jorge Nuñez, presidente de la Cátedra de Ciencia, Tecnología, Sociedad e Innovación de la Universidad de La Habana.
Gracias a la imprenta, los audiovisuales, Internet, la comunicación inalámbrica y tantos otros adelantos, el erotismo vive en estos tiempos una lógica mediática muy enfocada a las nuevas generaciones.
En materia de sexo, como en otras aristas de la vida, infantes y púberes acumulan muchas horas de contemplación acrítica de un fenómeno para el que la familia no siempre tiene respuestas coherentes donde anclar ideales antes de iniciar la experimentación en vivo.
El propio cuerpo deja de ser entonces escenario del descubrimiento para devenir espacio de comparación, de la que a veces es difícil salir con ventaja, especialmente cuando el espíritu enflaquece en la carencia de afectos, valores o recursos para discernir dónde termina la realidad y empieza la metástasis de la pornotopía, como define la filósofa española Beatriz Preciado a esa construcción mediática de una sexualidad sin compromisos y vivida para impresionar.
En esa jungla posmodernista no es raro entonces que muchos pierdan el camino al placer, sobre todo si en el mejor momento se preocupan por lo que otros aparentan hacer en una fotonovela, el mínimo encuadre de un Ipod o una pantalla panorámica de plasma.
Paradójicamente, a la escala planetaria, por el mismo cauce comunicativo en que se legitiman campañas de venta de condones para evitar el VIH o se denuncia la violencia de género y el feminicidio mundial, también se promueve el uso irracional de la Viagra como panacea a cualquier edad, se cambian favores sexuales por votos políticos y hasta se rinde homenaje a la revista Playboy, precursora de la pornografía comercial, cuyo «inocente» conejito llevan en ropa y accesorios hasta menores de edad de ambos sexos a instancias de su cándida, desprejuiciada o ignorante familia.
Y entonces, ¿cómo hallar en la adolescencia nichos para el amor, la pasión y el vínculo sentimental auténtico en medio de tanta competencia por diseccionarlos, envolverlos en papel brillante y ponerlos a funcionar por recetas o electrónicamente?
La sociedad es responsable de crear, difundir y usar el conocimiento de acuerdo con los valores con que pretende trascender, defiende el Doctor Núñez. Aparatos y rutinas sociales no son responsables del mensaje que portan, pero tampoco sus creadores son bebés que juegan tiernamente a descubrir la idílica verdad de los tiempos newtonianos.
Del mismo modo, los demás no estamos en la obligación de «apagar» nuestro juicio frente a esa industria cultural masificadora, ni a desentendernos de su innegable impacto en una juventud que escucha, respira y programa hoy su existencia en ondas hertzianas o sobre tela sintética.
Sin negar el progreso, valdría la pena repensar los códigos con que se accede al erotismo de estos tiempos, y no olvidar en las ofertas el viejo estilo soñador del «Hágalo usted mismo», vengan de donde vengan los apremios.
Recientemente disfruté la emoción de un papá que reencontró a una hija después de muchos años y kilómetros de ausencia.
Ella lo recibió como si fuera cosa de todos los días, y ese gesto fue para él más conmovedor que cualquier reproche. Por lo que vi en sus ojos, difícilmente se vuelvan a perder.
En honor a esos padres que celebraron su día, y a los que sueñan su futura paternidad, hoy solo van señas de varones: Yaniel Morales (Ranchuelo, Chambas, Ciego de Ávila, CP 69140, yanielmr@correodecuba. cu); julio_daewo@yahoo.es; norkis@ucp.vc. rimed.cu; raul@inmobiliaria.grm.tur.cu; arielfe73 @correodecuba.cu; eliasrbd@has.sld.cu; Erick (edita-bo06@hlg.jovenclub.cu), asiel.diaz@reduc.edu.cu; Yon- ger, (higiene. imias@infosol. gtm. sld.cu) y por último Gerardo (sae142@hotmail.com), que escribe desde Costa Rica para hacer amigos en Cuba.