La anunciada ampliación de los servicios de conectividad que entró en vigor esta semana en 118 salas de navegación forma parte del paulatino proceso de informatización de la sociedad cubana
En el año 1968 un prestigioso neurocientífico norteamericano, el doctor Erwin Roy John, director del Laboratorio de Investigaciones del Cerebro de la Universidad de Nueva York, visitó a Cuba como parte de una serie de proyectos de colaboración con la Universidad de La Habana y el Centro Nacional de Investigaciones Científicas, entonces de reciente creación.
En aquel viaje el científico sostuvo un encuentro con el Comandante en Jefe Fidel Castro, quien en las largas horas de conversación, según reconoció el mismo experto, mostró una inconcebible capacidad de información y un conocimiento puntilloso de las nuevas tecnologías computacionales.
Como resultado de esa visita, el doctor Roy John donó una minicomputadora norteamericana a Cuba, la PDP-8L/I, entonces una de las primeras de su tipo que se fabricaban en el mundo.
Dieciocho meses después, en una nueva estancia en la Isla, lo menos que se esperaba encontrar Roy John era que los cubanos habían logrado producir una máquina con similares características, la CID 201, como primer resultado concreto del recién creado Instituto Central de Investigaciones Digitales (ICID).
Aunque desde aquel momento el desarrollo de la computación en Cuba, con altas y bajas, ha seguido un ritmo sostenido, muchos son los escollos, tanto de índole económica como mental, e incluso la siempre oscura perniciosa presencia del bloqueo norteamericano, que ha ubicado el campo de las tecnologías como uno de sus preferidos para intentar sabotear el desenvolvimiento de Cuba en esa imprescindible esfera del conocimiento.
La reciente extensión de los servicios de Internet a través de 118 nuevas salas de navegación en el país, que algunos han querido ver como algo aislado, si bien todavía no satisface todas las expectativas, es en realidad un paso más en la estrategia paulatina de informatización de la sociedad cubana.
En el principio fue el Intersputnik. Se trataba de un satélite soviético que garantizaba las comunicaciones entre países miembros del extinto Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME). Gracias a este se realizaron a principios de la década de los 80 los primeros enlaces satelitales entre terminales de computadoras de la ya desaparecida Unión Soviética y Cuba.
De este acuerdo entre ambos países, que involucró posteriormente a otras naciones del CAME, surgió en 1985 el Centro Nacional de Intercambio Automatizado de Información (Ceniai), cuyas siglas recorrieron el mundo cuando años después se iniciaron las conexiones a Internet, precisamente a través de dicha institución.
Sin embargo desde entonces debieron sortearse no pocos avatares, entre estos la desaparición de la URSS y el campo socialista, que dio al traste incluso con los planes de convertir a Cuba en una potencia en el campo de la fabricación de componentes microelectrónicos e incluso computacionales.
Así, el país se vio convertido en importador de tecnología computacional foránea, con la casi excepción de la producida en el ámbito científico y específicamente en los equipos médicos, que hoy gozan en el mundo de un reconocido prestigio por su calidad y versatilidad.
A pesar de que ya desde mediados de los años 80 del pasado siglo comenzaron a operar las primeras redes informáticas internacionales para acceder a bases de datos de países europeos como Suiza, Francia y España; y que en 1988 se intercambiaron los primeros mensajes de correo electrónico entre centros científicos cubanos y foráneos, Cuba debió esperar casi una década más para enlazarse por fin a la ansiada Internet.
Los primeros pininos registrados datan de 1989, cuando visitaron La Habana dos especialistas de alto nivel técnico de la red no gubernamental Peacenet, de la Asociación para las Comunidades Progresistas (APC) de San Francisco, California, con el fin de incorporar a Cuba a dicha red, mediante el protocolo TCP/IP y el sistema operativo Unix, según refiere una investigación sobre el tema publicada por IPS.
Posterior a ello, Cuba solicitaría el apoyo de la Oficina Regional del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), gracias a la cual en diciembre de 1991 representantes de la Isla asistieron a un evento sobre el tema en Río de Janeiro, Brasil; y también en ese año se logró el dominio .cu como identificativo de la nación caribeña.
Paralelamente a esta gestión de conectividad internacional marchaban los enlaces nacionales a través de redes como la del Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología (CIGB); Infomed, del Ministerio de Salud Pública (Minsap), o TinoRed, de los Joven Club de Computación y Electrónica.
A su vez diferentes universidades y centros científicos del país comenzaban a conectarse internamente, aprovechando en muchas ocasiones las escasas computadoras que entraban por donaciones en aquella época, pues ya comenzaban a hacerse sentir con toda crudeza, también en el campo tecnológico, los efectos del período especial.
Fue en diciembre de 1994, desde la Universidad de la República del Uruguay, en Montevideo, que Cuba solicitó el registro de una clase B de direcciones IP a favor de Ceniai, y el 12 de enero de 1995 fue recibida la notificación de otorgamiento de la clase B 169.158.0.0.
Ese año apareció la primera web cubana, el portal Cubaweb, alojado en Canadá, con información generada por instituciones cubanas, y también entró a la red de redes el periódico Granma.
No obstante, no fue hasta septiembre de 1995 que se aprobó oficialmente la conexión al ciberespacio de Cuba, la cual quedó instaurada el 22 de agosto de 1996 a través del proveedor estadounidense SPRINT CORP, y por un canal satelital. Ya en aquel momento sumaban 110 los países que estaban incorporados al ciberespacio, por lo cual llegábamos tarde, por culpa de las restricciones del bloqueo, a una tecnología que estaba extendida en el mundo entero.
El primer nodo nacional para acceder a la red de redes quedó inaugurado en octubre de 1996 desde el Ceniai, en el Capitolio de La Habana, y desde entonces comenzarían a extenderse paulatinamente estos servicios, siempre limitados por la escasa conectividad y los altos precios de la conexión satelital.
Hasta la puesta en funcionamiento del cable de fibra óptica entre Cuba y Venezuela, gracias a los acuerdos de colaboración del ALBA, la conexión de la Isla con el resto del mundo tenía un ancho de banda de 323 Mbps (megabits por segundo) por vía satelital para toda la isla, una velocidad que en muchos casos correspondía con la que pudiera poseer cualquier universidad norteamericana o europea.
El 24 de enero de este año, un comunicado de la Empresa de Telecomunicaciones de Cuba (Etecsa) anunciaba que el sistema de telecomunicaciones ALBA-1, que enlaza mediante cable submarino de fibra óptica a Cuba con Venezuela y Jamaica, estaba operativo desde el mes de agosto de 2012, inicialmente cursando tráfico de voz correspondiente a telefonía internacional.
Igualmente explicaba que ya se habían comenzado a ejecutar las pruebas de calidad de tráfico de Internet sobre dicho sistema, desde y hacia Cuba, con el fin de normalizar esta vía de comunicación.
Justamente esta semana, a partir del martes 4 de junio comenzaron a funcionar en todo el país 118 salas de navegación por Internet, las cuales ofrecerán además servicios de correo electrónico internacional y de navegación por las redes cubanas.
La ampliación de las facilidades de conectividad constituye una medida ansiada y esperada desde hace tiempo.
Es evidente la intención del Estado cubano de seguir acercando a la población los servicios de informatización de la sociedad, en un proceso que no está exento de obstáculos e incomprensiones.
Quedan retos como el desarrollo y la masificación del uso de las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones, y no todos tienen que ver necesariamente con el acceso, o con su llegada ya anunciada, según las circunstancias lo permitan, al ámbito inalámbrico, incluyendo la telefonía celular, o directamente a los hogares.
Tan importantes como seguir extendiendo servicios se vuelven hoy la producción de contenidos cubanos, tanto para móviles como para computadoras, o los espacios virtuales, el despegue de una industria cubana del software, la migración hacia sistemas de código abierto, la instauración de efectivos servicios de venta y posventa de equipamiento, y la cada vez más necesaria capacitación en el uso de estas tecnologías para beneficio personal y también de la sociedad.
La ampliación de los servicios de conectividad es por ello apenas un paso más de una empinada escalera, la cual es imprescindible subir para lograr una nación más eficiente, desarrollada e inclusiva, donde las nuevas tecnologías sean un medio y no un fin.