Buscar respuestas en el viento, analizar parámetros, predecir, admirar la fuerza de un ciclón, investigar con rigor, vivir con la tensión que impone estar pendiente de los fenómenos naturales… Disfrutar desde la ciencia lo que el mundo ofrece es la cotidianidad de quienes ponen su vida al servicio de la Meteorología
Quienes «disfrutan» los ciclones y predicen lluvias o sequías son seres extraordinarios. Interpretan la naturaleza como pocos y encuentran en los vientos, las mareas, las olas de calor, las tormentas y en cuanto fenómeno meteorológico ocurra, las respuestas al pasado y posiblemente las razones del futuro.
Apenas duermen a la espera de una señal, analizan con rigor estadísticas y parámetros diversos, memorizan nombres de constelaciones y huracanes y son capaces de aportar información sensible para la toma de decisiones en diferentes sectores sociales. No pertenecen a otro planeta, pero les encantaría.
A dos de esas personas fenomenales, a quienes podemos ver andar por nuestras calles como seres comunes, les fue entregado recientemente el Premio Nacional de Meteorología por la Obra de la Vida: al Doctor en Ciencias Físicas Eugenio Mojena López, en la categoría Científica, y al Máster en Ciencias Armando Caymares Ortiz, en la de Servicios Científico-Técnicos. Ambos, merecedores de este reconocimiento desde hace tiempo, regalaron la posibilidad de conversar en una tarde de verano, mientras el petricor endulzaba la atmósfera.
¿Encontraste pelo de camello en el aire? Tantas bromas le gastaban «porque no me tomaban en serio y aún creo que algunos no lo han hecho del todo». Actual asesor del Centro de Pronósticos del Instituto de Meteorología (Insmet), Mojena López es de los nombres imprescindibles cuando se habla del impacto de las nubes de polvo del Sahara. Es de los estudios que le ha robado el sueño hasta hoy cuando, jubilado desde 2015 y aún vinculado con su primigenio centro laboral, persiste en investigar hasta su muerte.
«Realmente yo quería ser astrónomo, me gustaba descubrir estrellas y planetas con un telescopio. Me agradaba la Geografía, pero más la Física y las Matemáticas. Me sedujeron los satélites, aunque comencé como pronosticador, así que he dedicado toda mi vida a la Meteorología».
Según Eugenio Mojena López la piedra angular de la Meteorología y de otras ciencias está en el espacio. Fotos: Pablo Massip
Ciencia sin datos no es ciencia, afirma Mojena López, quien emprendió en los años 70 la investigación sobre el impacto del polvo del Sahara y de la región del Sahel, en África, cuando en Cuba no había antecedentes al respecto, motivado quizá por la chispa de curiosidad científica encendida durante sus estudios en la especialidad de Percepción Remota, en Bulgaria.
«En Cuba no poseemos estaciones para medir el polvo del Sahara y es vital porque es inmenso su impacto en el clima, en la salud animal y humana, en la ganadería, en la agricultura. No obstante, y aunque no disponíamos de grandes recursos, puedo decirle que la información más detallada en América sobre el tema, a gran escala, la tenemos en el Insmet, gracias a los estudios realizados durante años en todo el país. Sin embargo, disponer de esa posibilidad propia permitiría particularizar toda la información recogida, según nuestros intereses», apunta el también graduado en Epidemiología Satelital del Instituto de Altos Estudios Espaciales Mario Gulich, en Argentina.
El Doctor en Ciencias explica que en Cuba se percibe la mayor presencia de este polvo entre mayo y agosto, gracias al flujo de los vientos alisios, aunque en el verano se detectan las concentraciones más elevadas. Trae consigo pm10 y pm2,5 —partículas nocivas para la salud— así como virus, bacterias, hongos, ácaros, estafilococos y otros compuestos, pero también contiene minerales, entre ellos, hierro, calcio, fósforo, silicio y mercurio.
«Este polvo es uno de los modulares principales de la temporada ciclónica, por eso hay que tenerlo más en cuenta. De su presencia depende la
“tranquilidad” de esos fenómenos y la existencia del Amazonas, por ejemplo, y otras reservas naturales. Posee su lado positivo también», agrega.
«Los huracanes me fascinan y fue el tema de mi doctorado. Cuando uno se acerca a ellos es difícil separarse. Quienes no son meteorólogos no entienden cómo pueden gustarnos tanto. Más allá del aspecto histórico, son sucesos naturales maravillosos. Es una de mis pasiones. Llevo años trabajando con imágenes de microondas, tal vez las menos conocidas y las más complejas, y aunque parezcan feas, a través de ellas se obtiene mucha información», comenta.
Dedicado a la observación satelital, Mojena López considera que la piedra angular de la Meteorología y de otras ciencias está en el espacio. «Que Cuba posea un satélite sería muy importante, pero con uno no basta. La vida útil de ese equipo puede ser de cinco años o de cinco días, y para que la información sea útil se requieren series largas, o sea, continuidad en la investigación, así como un personal capacitado para interpretar esa imagen».
¿Dónde está el centro de satélite del Instituto?, se cuestiona. «No existe. Teníamos un grupo de alto nivel para eso, y preparábamos algoritmos para hacer métodos de pronóstico de tormentas eléctricas, frentes fríos. Nosotros hacíamos dos informes diarios de alcance nacional a partir del satélite, pleno de detalles valiosos. Hoy es una deuda, porque se dejó de hacer y considero que es importante rescatar esa acción».
Sobre el amor a su centro laboral también habla con emoción. «Hubo años de esplendor en el Instituto, caracterizados por el amor al trabajo y la disciplina de la responsabilidad. No había que llamar a nadie cuando venía un ciclón porque todos íbamos, no solo por el deber, sino porque nadie quería perderse aquello. Ver el dato del avión cuando llegaba, ver la imagen cuando salía, ver el mapa… eso se disfruta, porque es la emoción que suscita dedicarse a una ciencia. Nos lo inculcaron los viejos que nos encontramos en la institución cuando llegamos, a quienes respetábamos mucho».
Considero que hoy falta amor a esta profesión y a los viejos que en ella llevamos años, dice Mojena López. «Los muchachos que llegan ahora saben mucho de tecnología y aplicaciones digitales, pero las posibilidades científicas necesitan tiempo y conocimientos para crecer».
Creer que todo está en internet es un error, agrega Mojena López. «Lo único que se ha hecho con todo esto de las tecnologías y la información abierta es levantar la varilla, como en el deporte. Si se quiere ser bueno, hay que ser mejor que eso que aparece en internet, porque es tan solo lo elemental. ¿Cómo explicar, si no, el hecho de que tantas personas en el mundo investiguen a diario cada fenómeno con profundidad?»
La juventud debe reconocerlo, añade. Apreciar a los mayores, valorar lo investigado hasta el momento, ser consecuente con lo realizado, indagar en lo que se ha publicado y estudiado antes de iniciar una tesis. «Los viejos somos útiles todavía, y los jóvenes serán mejores en su desempeño si aprenden a aprovechar nuestra savia».
«La población piensa que el personal que va a los medios a divulgar la información meteorológica es el que más sabe. «Muchos se quedan investigando en el Instituto y su labor es meritoria, aunque estén en el anonimato», comenta.
«Cuando hacemos lo que nos agrada, no pensamos que es trabajo. Tantas madrugadas pernoctando en una colchoneta en el piso a la espera de una llamada que nos aporte nueva información útil para el parte meteorológico… Tantos días sin salir del Insmet, porque un ciclón azota el país y nuestra vigilancia debe ser permanente… Tantas historias compartidas en medio de situaciones adversas…».
Profesor del Instituto Superior de Ciencias y Tecnologías Aplicadas de la Universidad de La Habana, Armando Caymares Ortiz es también especialista principal del Centro de Pronósticos del Instmet. Hoy se siente aún más comprometido con el centro que le abrió las puertas cuando era un joven que no deseaba impartir clases y sí ser «científico de verdad», aunque realmente ha comprobado que en las aulas, en el andar cotidiano con los estudiantes, también se hace ciencia.
No olvida que con siete años fue testigo del impacto del huracán Alma en La Habana. «El 8 de junio de 1966 fue un día emocionante en mi vida. Vi a mi familia bajando lámparas, quitando cortinas, sentí el viento fuerte sobre los árboles… y le pedí a mi mamá que me despertara al amanecer para ver el paso del huracán, que fue de categoría 2. Me quedé impresionado para toda la vida.
«Casi estudio Meteorología en Odesa o en Leningrado, pero al final estudié Física y Astronomía en el Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona, y sentía terror a tener que impartir clases. Por eso, uno de los momentos más felices de mi vida fue cuando me trasladé para la Facultad de Geografía de la Universidad de La Habana, de la cual egresé con una investigación sobre el clima en Las Tunas, por lo cual trabajé allí un tiempo hasta que en 1985 comencé a trabajar en el Insmet.
«Linda época aquella. Cuba tenía el número uno en la Meteorología Sinóptica y Tropical en la Cuenca del Caribe, reconocido así a nivel internacional. Había un empuje muy grande de esta ciencia con el apoyo además de la Unión Soviética, y eran muchos los meteorólogos respetables.
«A punto de cumplir 40 años de trabajo, he disfrutado el cambio de una meteorología clásica sinóptica, hecha sobre la base de mapas que se ploteaban a otra de tecnología, que nos ha conducido hasta la digitalización y, por ende, a la transformación de las concepciones. En aquel momento era corta la visión de los pronósticos y los reportes descriptivos de aquella meteorología satelital naciente se escribían en una máquina de escribir. Era necesario evolucionar…
«Sin embargo, ahora la información está disponible y todos critican y opinan. Existe mucho intrusismo profesional y cualquier youtuber chotea nuestra profesión. Cualquiera se graba hablando o recitando determinada información y se atreven a pronosticar, asustan, inventan teorías… Emitir emergencias y pronósticos del tiempo debe hacerse cuando se pertenece a un organismo acreditado por la Organización Meteorológica Mundial.
«Cada vez se ve más esto, incluso en nuestro país, y es lamentable porque sin la calificación imprescindible no podemos hablar de determinados temas. Creo que se ha perdido un poco la pasión y el amor por la ciencia desde la esencia», expresó el también Máster en Ciencias Meteorológicas.
Cuando hacemos lo que nos agrada, no pensamos que es trabajo, apunta Armando Caymares Ortiz. Fotos: Pablo Massip
La vida llevó a Caymares Ortiz a las aulas en 2006 para impartir la asignatura de Meteorología de Mesoescala y hasta la fecha son múltiples las muestras de agradecimiento de muchos estudiantes, que le proporcionan felicidad. «Estoy jubilado desde noviembre del año pasado, pero mi pasión no muere. Volví al Instituto y apoyo el grupo operativo como el primer día, porque cada vez somos menos personas trabajando allí.
«Es lamentable, pero perdemos personal constantemente en busca de mejores salarios en otros lugares. Ojalá algún día los números cambien a nuestro favor, pues el esfuerzo y la dedicación cotidiana son inmensos, y de nuestro desempeño dependen muchas cosas en el país. Creo que debemos ser mejor recompensados y así ganaremos más personas a nuestro lado».
Piensa unos segundos antes de responder. «¿Qué necesitamos? Equipos de recepción de imágenes satelitales, por ejemplo, porque tenemos imágenes por vía internet, pero no poseemos una planta receptora propia. Necesitamos estaciones con la tecnología adecuada, pero sabemos que se requiere financiamiento y cooperación internacional. Sin embargo, lo más importante es que necesitamos vocación en algunos de nuestros jóvenes, que se sientan orgullosos de trabajar en un centro acreditado a nivel mundial y no prefieran quedarse en casa mirando mapas a través del celular».
Caymares Ortiz sigue siendo el mismo niño que «disfrutó» ver cómo se deterioraba el tiempo con el Alma, «No entiendo cómo algunos jóvenes no miran el cielo, no buscan las respuestas en el viento. Algunos sí, pero no la mayoría, y el beneficio económico es lo que prima, una manera de pensar que le ha hecho daño a profesiones como la nuestra… La Meteorología se lleva en las venas».
En Cuba se percibe y detectan las concentraciones más elevadas del polvo del Sahara en el verano, gracias al flujo de los vientos alisios.