Hoy el cáncer cambia su modelo de enfermedad mortal y terminal al de crónica y potencialmente curable. En esta transformación concurren avances de la inmunoterapia
Hasta hace poco tiempo el cáncer era valorado, por lo general, como una enfermedad letal e incurable. Actualmente se puede hablar de nuevas opciones terapéuticas contra esa afección, con noticias que sorprenden y alientan a no pocos.
Entre las conductas contemporáneas que inspiran esperanza se encuentra un procedimiento del que mucho se habla: la inmunoterapia, mediante la cual se procura dirigir una respuesta inmune contra células malignas, a través de la reparación, estimulación o amplificación de los complejos mecanismos implicados en la detención, crecimiento y diseminación del cáncer.
El auge de esa opción es tal que ya se acepta como «la cuarta modalidad de tratamiento antineoplásico». Ella ha posibilitado en muchos casos que se alargue la vida, con buena calidad, de un paciente; e incluso que desaparezca la afección maligna. Los otros tres caminos son la cirugía, la quimioterapia y la radioterapia.
Este logro ha sido fruto de grandes descubrimientos y avances científicos. Aunque algunas referencias reseñan que es un adelanto emprendido en la segunda mitad del siglo XX, cuando se repasan memorias remotas se advierten historias que despiertan asombro.
Uno de los hechos más antiguos de cura espontánea de un tumor maligno, del cual se tengan referencias, se remonta a finales del siglo XIII. Fue el caso de Peregrino Laziosi, un italiano de ascendencia noble, nacido en 1265 en el poblado de Forli.
Se cuenta que era una persona muy rebelde y que con el paso de los años se consagró al catolicismo. En 1325, cuando tenía 60 años, le fue diagnosticado por el doctor Paolo Salazio un cáncer en la pierna derecha, causante de insoportables dolores. Hoy algunos historiadores piensan que, a juzgar por las características descritas, esa dolencia se podía corresponder con un tipo de cáncer conocido como sarcoma.
El galeno había decidido amputar la extremidad afectada de su paciente porque la misma se encontraba muy infectada como resultado de la invasión tumoral a la piel. Cuentan que el día señalado el médico no realizó la intervención quirúrgica al notar que el cáncer se estaba disolviendo. Peregrino vivió hasta cumplir los 85 años de edad, libre de cáncer.
Por este «milagro» Peregrino fue canonizado en 1726 por el Papa Benedicto XIII, y señalado como el Patrón de los enfermos con cáncer. En Medicina es recordado pues se denomina «tumores de San Peregrino» a aquellos tipos de cáncer que regresan espontáneamente hasta desaparecer.
Aquel suceso fue capaz de avivar el interés de numerosos médicos que se preguntaban si el hecho había sido espontáneo o si la infección y la fiebre habían suscitado la cura del mal. La idea de que una enfermedad infecciosa febril era capaz de activar el sistema inmune de forma inesperadamente eficaz frente a las células tumorales malignas era una de las hipótesis más atrayentes —en ese momento nacía el término de inmunoterapia (natural)—.
Por eso existen referencias de los siglos XVIII y XIX sobre médicos que inducían intencionalmente infecciones como la erisipela —enfermedad infecciosa y contagiosa que afecta la piel y al tejido subcutáneo, en especial de la cara, y se caracteriza por la aparición de placas rojas y brillantes y la presencia de fiebre— o la sífilis, con el propósito de curar el cáncer. Muchos pacientes fallecieron por la infección en ese intento de cura.
A finales del siglo XIX un cirujano norteamericano llamado William Bradley Coley realizó grandes aportes que lo hicieron merecedor de ser conocido como el «Padre de la inmunoterapia». Nació el 12 de enero de 1862 en Westport, Connecticut, Estados Unidos. Se graduó como médico en la Escuela de Harvard en 1888, año en que la regresión espontánea del cáncer en un paciente atrajo poderosamente su atención.
Se trataba de un inmigrante que padecía de sarcoma en la mejilla izquierda, quien a pesar de haber sido operado en dos ocasiones sufría una lesión que progresaba con muy mal pronóstico. Durante la última intervención había sido imposible eliminar totalmente el tumor y la herida quirúrgica no pudo cerrarse. La herida se infectó con una bacteria conocida como Streptococcus pyogenes y el enfermo desarrolló fiebre elevada.
Poco se podía hacer para controlar la infección en aquellas circunstancias. Pero hubo un desenlace sorprendente: se pudo apreciar que al final mejoraba la úlcera de la piel y que el tumor maligno desaparecía. Coley pudo verificar que después de siete años el enfermo estaba libre del tumor, solo con las cicatrices de las operaciones como secuelas. Después de esta observación realizó múltiples investigaciones y desarrolló una vacuna con una mezcla de gérmenes muertos, los cuales eran capaces de inducir fiebre.
La vacuna fue conocida como Toxinas de Coley. Se comercializó por la industria farmacéutica Parke-Davis y fue utilizada en la Medicina durante la primera mitad del siglo XX. Esa opción tuvo éxito, inicialmente en el tratamiento de sarcomas óseos y de partes blandas; y con posterioridad en otros tipos de tumores malignos. Pero tras el fallecimiento de William B. Coley en 1936, la vacuna cayó en desuso.
El camino del tratamiento sufrió vaivenes y olvidos hasta que la inmunoterapia contra el cáncer ha llegado a ser valorada por muchos como uno de los avances científicos más trascendentales y prometedores en la Medicina contemporánea. La idea de crear anticuerpos capaces de soltar las riendas a nuestro sistema inmunológico en la lucha contra un tumor es una realidad prometedora.
Gracias a los conocimientos relacionados con los mecanismos moleculares del cáncer, de la inmunología y del desarrollo de la ingeniería genética y la biotecnología, se desarrollan en contados países nuevos productos anticancerígenos. Cuba forma parte del selecto grupo de naciones que impactan al mundo con el desarrollo de nuevos fármacos como anticuerpos monoclonales y vacunas contra el cáncer. Son productos que tienen la particularidad de ser específicos y de provocar pocos efectos adversos.
Junto con la prevención y otras estrategias, se enfrenta así la segunda causa de muerte en la Isla y se logra cambiar el modelo clínico de tratamiento del cáncer al dejar de verlo como un mal avanzado y terminal y considerarlo como una dolencia crónica que, si es incurable, al menos puede ser controlable. Ojalá todos los augurios fueran como este: la suerte que disfrutó Peregrino Laziosi es una posibilidad que se multiplica y que hoy podrían tener muchos enfermos.