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La ponzoña de la «plata viva»

A mediados del siglo XX una rara enfermedad neurológica castigó a la ciudad japonesa de Minamata. Tras conocerse la causa, el hecho fue reconocido como uno de los mayores desastres industriales de la historia

Autor:

Julio César Hernández Perera

Poco se habló durante mucho tiempo de la pequeña ciudad costera de Minamata, ubicada en la prefectura de Kumamoto, en la isla de Kyushu, al sur de Japón. Apenas se tenía como referencia que sus pobladores vivían apaciblemente del cultivo del arroz, de la pesca y de la producción de sal.

Así fue hasta que en la década de los años 50 del siglo XX esa armonía fue quebrada por un mal que lanzó al pueblo a una dolorosa celebridad: en abril de 1956 una niña de cinco años, perteneciente a la localidad, causaba confusión entre los médicos: padecía una enfermedad desconocida.

Al explorar en el vecindario de la enferma y en otros asentamientos pesqueros cercanos, afloraron cerca de 700 casos con síntomas parecidos. El cuadro clínico se distinguía por la aparición de convulsiones, pérdida temporal de la conciencia, deterioro intelectual, incoordinación de movimientos (ataxia), entumecimiento de manos y pies, debilidad muscular, alteración de la audición y el habla y temblores. Con frecuencia los enfermos llegaban a la parálisis, el coma y la muerte.

Se empezó a advertir cómo muchas mujeres embarazadas tuvieron hijos con anomalías del sistema nervioso, principalmente parálisis cerebral, ceguera y sordera.

Al manifestarse todas esas alteraciones en muchas personas a la vez, todo apuntaba a una enfermedad con comportamiento epidémico. Por tal motivo, a ese extraño padecimiento, del cual comenzó a especularse acerca de su origen infeccioso y altamente contagioso, se le bautizó con el nombre de la ciudad.

Poco a poco las evidencias se aglutinaron en una eventualidad: todos los pacientes habían consumido pescado y marisco de la bahía de Minamata.

Un grupo médico de la Universidad japonesa de Kumamoto dirigió las investigaciones —por cerca de dos años— hacia los peces, crustáceos y moluscos capturados en dicha ensenada, y arribaron a la presunción de que estaban envenenados. Pero… ¿con qué?

La Causa

Nuevas pruebas realizadas en el sedimento del mar registraron una notable contaminación por múltiples sustancias tóxicas, entre estas, altas dosis de mercurio. A principios de noviembre de 1956 los científicos llegaron a una conclusión inequívoca: la afección era secuela de una intoxicación por un metal pesado (el mercurio) que alcanzaba al organismo a través del consumo de pescado y mariscos.

Hasta ese momento se conocía muy poco acerca de cómo el mercurio —sobre todo el orgánico, como el metilmercurio— llegaba a intoxicar al hombre: el tóxico se acumulaba en un organismo acuático (bioacumulación), se concentraba en las cadenas alimentarias (biomagnificación) y luego era ingerido por las personas a través de los productos del mar.

Al término de aquellas indagaciones las miradas se enfocaron en un complejo químico-industrial, la compañía Chisso, la cual vertía sus desechos, de forma oculta, a las aguas de la bahía de Minamata. Esta fábrica se había instalado en 1908 en la región y fue considerada por decenios como la más avanzada de Japón.

Las revelaciones eran axiomáticas: la citada empresa había emprendido desde 1932 la producción de acetaldehído mediante un proceso donde se empleaba el sulfato de mercurio como catalizador. De este se originaba el metilmercurio, uno de los desechos.

Inexplicablemente, a pesar de todas las evidencias mostradas, Chisso se rehusó a suspender esa técnica hasta 1968; 12 años después de que se registraran las primeras víctimas mortales. Se trataba de un claro ejemplo de desidia y búsqueda del beneficio económico en detrimento de la salud de las personas, y en franco desprecio al medio ambiente.

Historiales

Después de Minamata ocurrió otro gran incidente en 1971, en Iraq. Este país importó semillas de cebada y trigo tratadas con un fungicida a base de metilmercurio y las distribuyó para su siembra. A pesar de las advertencias, el grano fue molido y la harina se usó para hacer pan: murieron 500 personas y más de 6 500 fueron hospitalizadas.

Sin conocer estas trágicas memorias puede ser fácil pensar por qué el mercurio avivó tanta fascinación en el pasado. Es el único metal que permanece líquido a temperatura ambiente, el elemento químico de número atómico 80.

La palabra mercurio proviene del latín hydrargyrum, y esta a su vez de la palabra griega hydragyros, que significa plata líquida; por eso su símbolo químico es Hg.

Hasta bien entrado el siglo XIX era habitual conocerlo en español por su nombre árabe, azogue, y en la antigüedad muchos lo creían como «primera materia» de la que todos los metales estaban hechos. El mercurio es, además, de las pocas sustancias que pueden reaccionar con el oro y por eso atrajo a quienes en la Edad Media practicaban la química mágica (alquimia), en busca de la «panacea universal» y la «piedra filosofal».

Históricamente este metal ha tenido numerosas aplicaciones como la producción de espejos, termómetros, explosivos y lámparas fluorescentes. En la Medicina los compuestos mercuriales se usaron en el tratamiento (empírico) de la sífilis, como diuréticos —fármacos que aumentan la producción de orina—, purgantes, antisépticos y antiparasitarios.

Todo ello a pesar de que desde tiempos remotos la exposición crónica a ese metal llevó a reconocer un padecimiento neurosiquiátrico conocido como «eretismo mercurial», distinguido por la presencia de temblor, timidez excesiva, irritabilidad, depresión, ansiedad, insomnio, pérdida de memoria, debilidad muscular y sueño agitado, entre otros. De todos estos síntomas, el que nunca faltaba era un temblor fino inconfundible que solía iniciarse en la lengua, labios, párpados y dedos de las manos.

Subsiguientemente, este temblor se extendía a las manos en forma rítmica, interrumpido por contracciones musculares bruscas: por eso se le llamó azogados (por azogue) a quienes padecían una intoxicación mercurial y temblaban de esta forma.

Después del desastre de Minamata y un sinnúmero de investigaciones, se sabe en la contemporaneidad que el mercurio no tiene funciones fisiológicas en el cuerpo humano y hasta ha sido imposible establecer un valor de seguridad (umbral) para sus efectos tóxicos. Puede encontrarse en el ambiente en diferentes formas (elemental, inorgánica y orgánica) y todas son dañinas.

Por tales razones se ha bautizado como el «quijotesco chico malo de la tabla periódica», y se le ha dedicado un tratado internacional para reducir su uso. No obstante, aunque mucho se ha avanzado en el control de la emisión de este metal al medio ambiente, para que no se repitan infortunios como los de Minamata, la amenaza de la llamada «plata viva» sigue latente en varios lugares de este mundo.

Algunas referencias consultadas:

González-Estecha M et al. Efectos sobre la salud del metilmercurio en niños y adultos; estudios nacionales e internacionales. Nutr Hosp. 2014;30:989-1007.

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