El libro Diario (1951-1957) nos muestra a un Carpentier reflexivo, preocupado por todo lo referente a la cultura y a las personas que conocía
La Fundación Alejo Carpentier y la Editorial Letras Cubanas han puesto en manos del lector cubano un libro singular y fascinante: el diario del autor de El siglo de las luces, entre 1951 y 1957, período en que el escritor vivió en Venezuela.
Con una excelente introducción de Armando Raggi, Diario (1951-1957) nos muestra a un Carpentier reflexivo, preocupado por todo lo referente a la cultura y a las personas que conocía, algunas de las cuales sirvieron de modelo a las novelas que escribió o comenzó a escribir por aquel entonces.
Según una crónica que concibió para Letra y Solfa, Carpentier pensaba que «los diarios nunca se destinan, en principio, a ser publicados». Sin embargo, la irradiante prosa con que mecanografió este suyo y el cuidado para su redacción nos indican, como bien señala Raggi, que nuestro novelista mayor no era ajeno a la posibilidad de que sus anotaciones pudieran ver la luz en algún momento.
Son los años de su estancia en Venezuela en los que emprende la escritura de algunas de sus obras memorables: Los pasos perdidos, El acoso y El siglo de las luces, además de algunos relatos como Los fugitivos, que tuvo gran reconocimiento en Venezuela.
Se trata de un diario sumamente literario donde escasean las confesiones íntimas, aun cuando Carpentier no deja de informarnos de sus actividades cotidianas o de sus impresiones sobre algún que otro hecho extraliterario.
Hay también reflexiones profundas que nos ayudan a comprenderlo mejor, como esta del 13 de abril de 1952: «Nunca añoro el pasado, nos dice. Mi pasado para mí es enriquecimiento, estratos sucesivos, aluviones, que me han permitido llegar a donde estoy. Ni quiero regresar a las mujeres a quienes he amado (por temor a una decepción cruel) ni a las casas en que he vivido (por temor a hallarlas pequeñas)».
Pero sorprende que aun cuando nos habla de sus percepciones y sentimientos más recónditos se nos muestra como el genial narrador también de un mundo subjetivo que no es frecuente en su prosa de ficción y para el cual aparece en este diario como notable conocedor de sí mismo y del alma humana en sentido general.
Como nos aclara la nota de contracubierta: «Alejo Carpentier siempre se mostró remiso a las confesiones personales, nada se sabía de algún diario íntimo hasta que, entre los documentos conservados en su casa, apareció, cuidadosamente mecanografiado, este texto singular que, escrito en Caracas entre 1951 y 1957, responde a una profunda necesidad de encauzar sus angustias en una de las más fecundas etapas de su creación literaria».
El libro contiene, además de la brillante introducción de Armando Raggi, un breve testimonio de Lilia Esteban, su compañera de entonces y hasta el final de la vida del escritor, así como una selección de fotografías correspondientes a la época en que fuera escrito el texto.
Quienes se adentren en este Carpentier disfrutarán de la genialidad de este hombre lo mismo que han disfrutado ya de sus magníficas ficciones.
Para los escritores aprender del rigor y la absoluta dedicación que mostró Carpentier hacia la literatura será un verdadero acicate y una lección magistral en un mundo donde predomina la superficialidad y el facilismo. (Y conste que no hablo de Cuba sino en general).
Agradezcamos pues a todos los que participaron en el empeño de darnos a conocer estos años venezolanos de Carpentier que, sin lugar a dudas, fueron de los más fructíferos, tanto para su obra como para su vasto bagaje intelectual.