Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¡Salud, maestro H. Zumbado!

Autor:

Antonio López Sánchez

Y sí, muy buenas, lectoras y lectores que nos reciben. Hoy vamos a hablar de un personaje célebre. Mientras el compañerito coordinador pone en sus respectivas hojas la información visual para este tema, brindaremos algunos datos. Se trata de un escritor cubano, humorista por más señas, tanto, que en el año 2000 le otorgaron el Premio Nacional del Humor.

Pero no. No es solo eso. Este personaje goza además de una celebridad muy singular. Porque sus escritos han heredado y asumido la chispa de un Ñico Saquito y la hipérbole del Guayabero. La resistencia de un Liborio y el agridulce sabor de un Chaplin. La optimista y empedernida perseverancia del Caballero de la Triste Figura por deshacer entuertos. La capacidad de penetración sicológica de Freud y de algunos choferes de almendrón. La larga vista de Cronos. Y un promedio de efectividad literaria y periodística a la altura de cualquier tercer bate de las cuartillas, a la hora de descifrar, reflejar y criticar nuestros más enrevesados vericuetos cotidianos. Algo así como un encendido ajiaco entre Fernando Ortiz y Carlos Tabares, bate en ristre en el cajón de escritura, en el noveno inning y con las teclas llenas. Y encima, valga decirlo, sus textos se leen con el mismo gozo con el que los peninsulares, y los criollos de hoy, miraban pasar las caderas veraniegas de una mulata en mayúsculas.

¿Está lista la información visual? Pues aquí lo vemos, en la portada de su más reciente libro. En una excelente caricatura de Lázaro Miranda, «LAZ». Contento y desnudo, sobre su fiel Rocinante, cual el Don Quijote de la Rampa que siempre ha sido, y con un sombrerito de papel periódico que pudiera recordarnos aquel punzante y burlón Loquito de Nuez. Aunque no se note claramente en la foto, lleva en una mano unas páginas, bien cargadas, de Riflexiones y de Limonada, sus muy populares secciones en el periódico Juventud Rebelde. Y en la otra mano, también oculto a las miradas, un pomito con un doble de yogurt.

Entonces, ¡vamos a identificar a nuestro personaje de hoy! ¿Va el texto? Adelante. Bueno, no, no. No es, tal como están viendo ahora pasar en el cintillo en la parte inferior de la hoja, el anuncio del sobrecumplimiento en la recogida de tallos de mandioca en Querejeta Arriba… ¿Ya? ¿Listo? ¡Ahora sí! ¡Se trata, como pueden ustedes ver, de Véctor Rumbao! Bueno, no, no, rectificamos… ¡Es Héctor Zumbado! Escuchemos más datos.

Entre las múltiples y cálidas opciones culturales que oferta este cálido verano, vaya, para seguir en la cuerda del mejor lenguaje promocional televisivo, aparece también un muy necesario libro: ¡Aquí está Zumbado! Así, con signos de admiración y todo. Quienes tuvieron en su momento la dicha de leer al Zumba, como le dicen los socios, recordarán su incomparable agudeza y su ingenio. Su salero culto y sandunga criolla. Su total alejamiento de lo manido y su sabrosura en colores. Su escritura afilada y mordaz. Viva y en juego.

Quienes lo descubran ahora, y piensa este escriba que son esos los principales destinatarios de este libro, se sorprenderán. No solo por las virtudes ya dichas, sino porque muchos de esos textos se publicaron con éxito entre los años 60, 70 y hasta 90 del siglo XX. Pero, sobre todo, porque la ineficiencia funcionarial y la burocracia (que no es lo mismo, pero es igual), los baches, los decibeles descontrolados en público, el maltrato al lenguaje y a los usuarios (ahora son clientes, pero bueno…), los versos de canciones vulgares o intrascendentes; los conductores y espectáculos televisivos formoles, digo, formales, y muchas varias etcéteras, siguen siendo dolorosamente actuales y presentes, en interminable metástasis temporal. Por lo tanto, quienes tengan la fortuna de empatarse con el libro, un remake literario que trae de vuelta mucho de lo mejor de las columnas, cuentos y hasta ensayos de este escritor, podrán burlarse olímpicamente de las fechas y creerán que se terminó de escribir ayer mismo.

Aunque ahora que lo pienso mejor. Quizá la publicación de este nuevo título de Zumbado, al cuidado de Ana María Muñoz Bach y bajo la égida (¡apreté ahí!) de Letras Cubanas, debiera presentarse de otra manera. Para que el lector se zumbaulla, zumbamerja y zumbaempape de buena escritura.

Hay que ir a la concreta. Usar un mensaje directo. Efusivo. Optimista. ¡Aquí está Zumbado! En blanco, bóndico papel, como una página led de alta definición. Ilustrado (en los dos sentidos, el referido a la Ilustración y el de tener figuritas, vaya). ¡Aquí está Zumbado!

Y entonces, dejar que se escuche al fondo un tema de Virulo, o la Guantanamera arreglada por Leo Brouwer, para darle realce. Y que una voz en off, preferiblemente la de Osvaldo Doimeadiós, reitere el título e intercale mensajes sobre el autor. ¡Ha vuelto Zumbado! Regresa el azote de la burocracia, la mediocridad y la incultura. ¡Héctor Zumbado! El santo patrón de los usuarios en los siempre oportunos cambios de turno y los horarios de almuerzo, las colas ágiles en una sola ventanilla y las divertidas gestiones institucionales. ¡Zumbado! La adarga escrita, el samurái contra la ineficiencia y la desidia. ¡De nuevo y para siempre, aquí está Zumbado! ¡Disfrútelo!

Y que, mientras la música termina, se abra el telón. Digo, el libro.

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