«Spero lucem pos tenepras» (Espero la luz después de las tinieblas) es frase aparecida en el frontispicio del emblema de la cubierta de la edición príncipe de la primera parte del Quijote. La sentencia latina podría entenderse como un principio axiomático de la poética de una obra literaria verdaderamente revolucionadora en el concierto de la escritura artística. Al amparo de ella quizá sea mejor efectuar el convite de un año de festejos por el centenario de quien, siendo raigalmente cubano, como el escritor alcalaíno del que fue agudo lector, construyó un monumento magno de las letras iberoamericanas y universales: José Lezama Lima (1910-1976). Y es que si bien le fue reconocido a Lezama el estatuto de clásico prácticamente desde sus inicios, la novedad de su propuesta ficcional y ensayística ha padecido de lento develamiento.
Su intensa actividad editorial lo condujo a la fundación y dirección de algunas de las más importantes revistas culturales del siglo XX cubano e iberoamericano, puesto que su impacto traspasó los confines de la Isla. Son estas empresas editoriales las que le permitieron espacio para dar luz primera a su obra poética, narrativa y ensayística de fundación; así como para aunar esfuerzos de quienes, como él, pretendían arriesgadas y renovadoras búsquedas en las esencias de lo cubano y las zonas de confluencias y entrecruzamientos con lo universal. Como antes los más preclaros intelectuales de la colonia y de las décadas republicanas precedentes, Lezama pretendió la construcción de una nación. Con esa voluntad surgió Verbum (1937), órgano oficial de la Asociación de Estudiantes de Derecho con epicentro en la Universidad de La Habana, en la que laboró con René Villarnovo. Le seguirían Espuela de plata (1939-1941), dirigida junto a Guy Pérez Cisneros y Mariano Rodríguez; Nadie parecía. Cuaderno de lo bello con Dios (1942-1944), conducida con Ángel Gaztelu; y, finalmente, Orígenes (1944-1956) —regentada por él junto a José Rodríguez Feo—, el más alto escalón de las publicaciones seriadas lezamianas. No podría obviarse su trabajo editorial como gestor de otras publicaciones, sus prólogos y selecciones de textos, entre los que su Antología de la poesía cubana (1965) es definitoria en el establecimiento del canon poético cubano desde su surgimiento hasta los finales del siglo XIX.
Lezama Lima es, sin dudas, la figura central de la tercera generación republicana, la de los «poetas trascendentalistas» —según la propuesta de Roberto Fernández Retamar en 1954— o, como resulta más conocido, del grupo Orígenes. Como poeta, narrador y ensayista, concibió una obra escrita sub specie poesis. Su particular modo de idear y experimentar lo poético —noción medular en la configuración de su producción literaria— dota a su creación de un entresijo mágico, de un universo cosmovisivo complejo y seductor. Su obra poética, iniciada con excelencias del género en Muerte de Narciso (1937), tiene como asideros la ideación —en el sentido martiano— de la poesía como conocimiento de lo íntimo y oculto, la imagen con carácter trascendente, el mimbre de multirreferencialidad cultural de los textos, la sobreabundancia verbal. Esta particular poética se expresó también en la creación de una ensayística potente y reveladora del mundo propio —cubano y latinoamericano, europeo— a través de la cultura. En la narrativa, también Lezama descolló con relatos cortos y personalísimos, pero son sus dos novelas catedralicias, Paradiso (1966) y la inconclusa continuación Oppiano Licario (1977), las que lo situaron en la cúspide de la novelística en lengua española.
En la estela de los procreadores de mitos, Lezama mismo alcanzó condición mítica. «Todo tendrá que ser reconstruido, intencionado de nuevo, y los viejos mitos, al reaparecer de nuevo, nos ofrecerán sus conjuros y sus enigmas con un rostro desconocido»: la idea lezamiana ilumina la senda de los acercamientos a su obra. Por el estatuto de clásico que la historia y el presente le han otorgado, su obra se pasea por los caminos inescrutables de la gran literatura, por las editoriales, por los discursos críticos e historiográficos, inseminando la creación literaria más diversa, y aún —como advertía Italo Calvino respecto de los clásicos— sin terminar de decirlo todo, arrastrando la huella de décadas de lecturas y manipulaciones críticas, y constantemente sacudiéndose el polvillo de cuanto comento ha generado para suscitar prometedores encuentros con el entendimiento del presente y del futuro.
Si en el margen temporal que le cupo habitar, la ventura de su nombre alcanzó altas cimas, la posteridad le aguardaba —entre polémicas, incomprensiones, tergiversaciones, posiciones opuestas— la ruta del parnaso eterno e iluminado de las letras universales. Lezama convida en el año de su centenario a un nuevo banquete: el de su obra, lista para degustar otra vez o para el apetito exigente de nuevos devoradores de lo mejor de la creación humana. Pronto verán la luz renovados discursos que pretendan hacerlo inteligible y, en efecto, este tipo de efemérides suele venir acompañada de un maremagno de conferencias, artículos, ensayos y libros; de actividades conmemorativas de muy diverso cuño; y de una invasión promocional —a veces, en detrimento, paradójicamente, del número de lectores directos de la obra literaria. Pero tal prevención no puede desconocer la necesidad de esfuerzos críticos que desvelen la importancia de la obra y ayuden a su estudio y comprensión y, como también ocurre en este caso, propicien el conocimiento de una cultura como la cubana, núcleo proliferante de la pasión en Lezama.
Paradiso
Colección Obras Completas. José Lezama Lima
Tratados en La Habana
Colección Obras Completas. José Lezama Lima
Asedio a Lezama Lima y otras entrevistas
Ciro Bianchi Ross
Lezama disperso
Compilación de Ciro Bianchi Ross