Los cuentos que ponemos hoy aquí a disposición de los lectores pertenecen a su libro más reciente: En el Limbo (Letras Cubanas, 2009). Son pequeñas piezas en las que la autora despliega la ironía, el humor, la suspicacia, la voluntad reflexiva y su acendrada cultura. Es una mezcla perfecta para la alquimia de la buena literatura
María Elena Llana (Cienfuegos, 1936) obtuvo el Premio Nacional de Literatura 2023. Es autora de una decena de libros de cuentos entre los que destaca el emblemático Casas del Vedado
Los cuentos que ponemos hoy aquí a disposición de los lectores pertenecen a su libro más reciente: En el Limbo (Letras Cubanas, 2009). Son pequeñas piezas en las que la autora despliega la ironía, el humor, la suspicacia, la voluntad reflexiva y su acendrada cultura. Es una mezcla perfecta para la alquimia de la buena literatura.
En una playa del Limbo, una tarde en que Geppeto y Jonás hablan sobre ballenas, Pinocho se aleja un poco y topa con el rey Midas.
—Soy Pinocho, un niño de verdad —le dice alargándole la manita.
—Midas de Frigia, para servirte —le contesta el soberano con la ampulosa cortesía que los adultos les dedican a los niños.
Ambos se enzarzan en animada conversación y no tardan en darse cuenta de que sus historias tienen una curiosa coincidencia: los dos sufrieron la vergüenza de llevar orejas de burro.
El muñeco de madera cuenta cómo un diabólico empresario lo quiso convertir en burrito y Midas le dice que a él quien le hizo crecer las orejas fue el dios Apolo.
—A mí me ocurrió por ser desobediente —dice el niño— ¿Y a ti?
—Por ser honrado —es la extraña respuesta.
—¿Y por qué?
Para prevenir los eternos por qués infantiles, Midas va al grano y le cuenta que él cayó en la trampa de actuar de juez entre dos dioses: Apolo y Pan.
—Y mandaste a uno de ellos a la cárcel.
—No, no era esa clase de jurado. Se trataba de un premio artístico. Tenía que decidir quién era mejor músico y yo dije que era Pan.
—Y, en verdad, no era el mejor.
—Claro que lo era y como lo sabía, sumó el premio a su currículo y se olvidó de mí. En cambio, Apolo, el perdedor, me hizo crecer las orejas «para que oyera mejor la buena música», según dijo.
Pinocho no entiende bien el asunto, solo saca en consecuencia que eso de ser jurado tiene sus inconvenientes.
—Solo cuando se es honesto —le aclara Midas.
Una bebita y un gatico blanco con manchas negras suelen dejar su jugueteo con los querubines en el limbo de la infancia para asomarse a contemplar el jardín donde un niño les repite a los insectos y los lagartos una historia que ellos conocen.
Cuando nació mi hermanita —les dice— yo tenía a Musi. Pero un día, mi abuela tropezó con él y se cayó y se dio un golpe. Mi papá dijo que ahora mismo se acababan los golpes y le preparó la leche a Musi y le puso unos polvitos.
Al otro día lo llamé y lo llamé pero no vino. Entonces llegó mi tía y me dijo que ya Musi estaba allá arriba. Al ver mi cara, me explicó que se había ido con unos gatos que se divertían mucho por los tejados y que cuando mi hermanita creciera yo iba a jugar con ella como con Musi.
Por más que la vigilaba, nunca vi que le salieran bigotes ni que se le pararan las orejitas, pero un día, cuando volví de la escuela, me la encontré caminando en cuatro patas —¡gateando!— y me puse muy contento.
Entonces mi abuela tropezó con ella y se dio un golpe. Mi mamá corrió a auxiliarla y como mi hermanita empezó a llorar, yo que soy grande, le preparé el biberón con los polvitos.
Tenía que ser una Bruja medieval la que contraviniera el principio de que en el Limbo ni se sufre ni se goza pues en las reboticas a su disposición, con horrendas pócimas a mano, solo podía preparar tenues bálsamos homeopáticos.
Un aburrido día de la eternidad, el Diablo retó al Ángel a impedirle, sin usar la espada, que conquistara a la muchacha más pura de la tierra.
El día era en realidad tan aburrido, que el Ángel aceptó, no sin antes encogerse de alas, como diciendo: allá tú.
Una vez localizada la joven, el Diablo desplegó su arsenal de ardides para rendirla y no solo la conquistó sino que lograron una relación tan armoniosa que una noche, bajo la iluminada cúpula del firmamento,
mirándose a los ojos, ambos vieron el fondo de sus almas.
Sintiéndose descubierto, el Diablo lamentó por primera vez su condición de diablo y le dijo entristecido: Ahora ya no podrás amarme. La respuesta lo dejó en un hilo: ¿Y por qué no?
Corrió a proclamar su triunfo ante el Ángel, que le sonrió beatífico: Si ella acepta el horror de tu abismo, ya no es la más pura de la tierra.
El Diablo se marchó cabizbajo, ignorando lo que su antagonista sabía: gracias al espejismo del amor, ella había visto en el pozo de su alma una de las estrellas del cielo.
Mirándolo alejarse, el Ángel volvió a encogerse de alas.
Y envainó su astucia.