Algunos términos que empleamos ocasionalmente en nuestro hablar le deben su existencia a la obra de personalidades de los más disímiles sectores
Desde que el lenguaje irrumpió en el día a día de los seres humanos, designar a cada cosa con un nombre clasificó entre sus prioridades más perentorias. La técnica recurrida para tan compleja tarea no está aún suficientemente definida. Pero hoy sabemos que un gran número de palabras le debe su semántica a los nombres de las personas que, en algún momento, tuvieron algún nexo con el entorno donde se fraguó su procedencia.
Vocablos hay en nuestra cotidianidad cuyo abolengo apenas conocemos. Entre estas figura restaurante, ese sitio donde se muestran de plácemes las papilas gustativas. Proviene del francés restaurant, que significa restaurativo. El término debutó en 1765, cuando cierto chef parisino cobró notoriedad por el tonificante caldo que ofertaba a su clientela. Animado por el éxito, colocó un cartel en la fachada de su mesón con este texto: «Venir a mí todos los de estómago cansado y yo los restauraré». Desde esa fecha tan remota, las fondas de la bella Ciudad Luz comenzaron a llamarse restaurantes.
En nuestro idioma conocemos por testificar al acto de dar fe ante alguien sobre un hecho ocurrido en nuestra presencia. La génesis del término es curiosa, y data de tiempos del Imperio Romano. Los investigadores aseguran que en esa época, a falta de una Biblia sobre la cual jurar ante los tribunales, y como garantía de que decían la verdad, los declarantes estaban obligados a oprimirse los testículos con la mano derecha. Si se llegaba a descubrir que su alegato era falso, corrían el riesgo de ser castigados con la amputación de esos órganos. De tal manera, del término testículos nació testificar.
La palabra guillotina asusta. Esta máquina diabólica fue inventada y utilizada durante la Revolución Francesa (1789) para decapitar a los condenados a muerte, entre ellos a Luis XVI. Procede del apellido del médico José Ignacio Guillotin, quien propuso a la Asamblea Nacional gala «humanizar» la pena máxima mediante un método menos doloroso que la horca. Desde entonces se le llama guillotina a ese aparato. Años después, sus parientes solicitaron al Gobierno francés cambiarle el nombre, pues —según argumentaban— ultrajaba su linaje. La petición no prosperó y se acogieron a un nuevo apellido.
Cuando se excluye a alguien para conminarlo a ceder ante una demanda mediante presión, se le puede estar sometiendo a un boicot. Este término lo utilizó por primera vez el diario londinense The Time en 1890 para referirse a las acciones de unos granjeros irlandeses contra Charles Boycott, administrador de un poderoso terrateniente inglés. Los reclamantes protestaban así por las altas rentas que debían pagar por el alquiler de las tierras, y, en aras de exigir rebajas, se negaron a trabajarle, a venderle mercancías y hasta le retuvieron su correo. Así se impuso en español la palabra boicot.
Salario, ese vocablo que trae tan buenas sensaciones, tiene también su historia. En la antigüedad, la sal fue un elemento sumamente importante. Tanto, que se le llegó a llamar «oro blanco». Se recurría a ella para conservar alimentos, sanar heridas y… ¡como forma de pago! En efecto, a los soldados egipcios y romanos se les remuneraba por sus servicios con bolsitas llenas de sal. A eso le llamaban salarium argentum o dinero de sal. De ahí proviene el término salario.
El Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) define así el término chovinismo: «Exaltación desmesurada de lo nacional frente a lo extranjero». Se trata de un epónimo derivado del apellido de un soldado francés del siglo XIX, nombrado Nicolás Chauvin. Este individuo exageraba tanto su fervor patriótico y menospreciaba de tal forma todo lo proveniente del exterior que se convirtió en motivo de burla pública. Así, en lugar de práctica patriótica, chovinismo devino patrioterismo.
Nicotina es otra palabra de prosapia francesa. Nació del apellido del embajador galo en Portugal, Jean Nicot, quien en 1560 envió semillas de tabaco a su país desde Brasil para promover sus «virtudes medicinales». También introdujo el consumo de tabaco en polvo o rapé, del que la reina Catalina de Médici se hizo adicta. En honor a Jean Nicot, la sustancia que provoca la adicción al tabaco se llama nicotina.
Allá por 1885, el juez norteamericano William Lynch advirtió, alarmado, que ciertos forajidos se valían de ardides para burlar la justicia. Inconforme con eso, organizó una suerte de escuadrón de la muerte que los ejecutaba sin hacerles juicio. Procedían así: sentaban a la persona sobre un caballo y le anudaban una soga al cuello. Cuando el corcel sentía sed o hambre, emprendía la marcha y dejaba colgando al infeliz, que moría ahorcado. Por la pasión con la que el tal Lynch aplicó su método, a la práctica se le llamó linchamiento.
La historia universal es pródiga en otras personalidades que transfirieron sus nombres, o parte de ellos, a sus inventos. En 1849, el belga Adolphe Sax estaba retocando el sonido de un clarinete suyo cuando, fortuitamente, concibió un instrumento musical nuevo: el saxofón o saxofono, apelativo que combina su apellido (Sax) con fon o fono (sonido).
El norteamericano Samuel Colt también eternizó su apellido, en las cachas de una famosa arma de fuego: el revólver Colt 45, de seis tiros y piezas intercambiables, muy popular en el otrora Lejano Oeste. Otros célebres fabricantes de armas, los hermanos Máuser, crearon el primer fusil accionado por cerrojo, que luego pasó a llamarse así: fusil máuser.
En el campo de la física hay unidades de medida relacionadas nominalmente con sus descubridores, como ampere (por el francés André-Marie Ampère), que mide la intensidad de la corriente eléctrica. El Teorema de Pitágoras fue bautizado así por un matemático griego, el primero en usar esa fórmula. Al químico francés Louis Pasteur se le agradece implementar el proceso de la pasteurización, consistente en aumentar la temperatura de ciertos alimentos para destruir los gérmenes patógenos nocivos para la salud. Y si de biología hablamos, las Leyes de Mendel deben su denominación a Gregor Mendel (1882-1884), creador de los códigos básicos de la herencia genética.
Algunos objetos de uso común ostentan denominaciones afines con las generales de sus inventores. El quinqué, ese aparato tan útil en tiempo de apagones, recibe ese nombre por el francés Antoine Quinquet, su creador en 1783. Otro artículo de casta plebeya, el pantalón, se llama así por un payaso veneciano del siglo XVII conocido con ese alias, Pantalón, quien hizo célebres unos calzones largos por toda Europa.
El sector del transporte tiene paradigmas en eso de que sus íconos reproduzcan en sus nombres los de sus patrocinadores. El emblema lo constituyen, quizá, los automóviles Ford, así llamados por el fundador de la compañía estadounidense que los produce. Una aeronave famosa, el zepelín, se nombra de esa manera por Ferdinand von Zeppelin, el proyectista alemán que financió una agencia especializada en dirigibles.
En materia deportiva existen elementos de competencia que se conocen por los nombres de quienes primero los pusieron en práctica. Figuran entre estos el Bucle Korbut, una maniobra pasmosa que la gimnasta soviética Olga Korbut ejecutó sobre las barras asimétricas en la Olimpiada de Munich, en 1972. Además perdura en el fútbol el penalti a lo Panenka, llamado así desde el 20 de junio de 1976, cuando el checo Antonín Panenka anotó un gol bombeando el balón por el centro de la puerta en el juego final de la Eurocopa de ese año.
Una conducta abominable —el sadismo— se caracteriza por el placer que experimentan sus practicantes en provocarles dolor a otros. El término encontró lugar en el discurso público por el escritor francés Donatien Alphonse Francois de Sade (1740-1814), conocido por Marqués de Sade, quien se ganó la ojeriza de la sociedad por su obra literaria, pletórica de violencia sexual. Su título «de Sade» dio lugar al término sadismo.
En la terminología médica contemporánea prevalecen términos de reminiscencias mitológicas, como son los casos de morfina (el potente analgésico para aliviar dolor) e hipnosis (técnica terapéutica), llamados así por Morfeo e Hipnos, respectivamente, dioses del sueño de la Grecia clásica.
Hay muchas más palabras derivadas de las personas que las prohijaron como referentes. Pero, entre todas, distingo con mis simpatías un verbo lleno de gracia: cantinflear. Fue incluido en el DRAE en 1992, y se deriva de Cantinflas, nombre artístico del actor mexicano Mario Moreno, quien solía hablar en sus filmes de forma disparatada e incoherente. A quienes parlotean excesivamente sin decir nada, se les dice eso, que cantinflean. En resumen, y según el mismo humorista azteca en uno de sus cantinfleos, «No es ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario. ¡Ahí está el detalle!».